jueves, 16 de junio de 2011

7. Olvidémonos de todo, menos de Octavio

Luego de perdonar a Diana, su vida, ciertamente, fue mejor. Sentía que se había quitado una gran piedra del pecho y una parte del dolor disminuyó. Lo único que lamentó fue que, aunque perdonara también a Octavio, no podría regresar con él. Eso estaba fuera de las leyes, de sus propias leyes, las que había inventado para el amor perfecto: No volver a andar con alguien que ha sido infiel. ¿Para qué? Ya lo decían las abuelas: Quien ha sido infiel una vez ¿por qué no habría de serlo dos veces?

Además la infidelidad quebraba por completo la confianza. Su confianza estaba rota. Y las dudas la perseguían: ¿Qué lo motivó a serme infiel? ¿Acaso yo no lo llenaba como persona? Esas preguntas so tontas la hacían sentirse peor. Pero, bueno, al menos había recuperado a su prima y amiga que, aunque al principio no podían tratarse como antes, con el paso del tiempo las cosas terminarían por aclararse.

Juliana se convenció de que todos esos pensamientos eran ciertos, que tenía que dejar pasar lo que sentía por Octavio. Debía, tristemente, olvidarlo. Esa fue la primera vez que Juliana pronunció con consciencia la palabra olvidar. La sintió como una masa negra que le abrazaba el cuerpo, se iba extendiendo, pero de pronto los recuerdos sobre Octavio se hicieron más fuertes. Las ocasiones en que pasearon en bicicleta, las veces que la acompañó a las clases de piano, su primer y único beso…

Olvidémonos de todo, menos de Octavio. Sentía cómo el nombre del chico le apretaba el corazón. Las siete letras tenían vida y se burlaban de ella. Me quieres pero no me quieres, paradójico. ¿Por qué se sentía obligada a comprender palabras como “olvidar”, “infidelidad”, “confianza”? Ella no quería entenderlas, quería ahí mismo darse la vuelta y decirle a Octavio que había sido un imbécil pero que aún lo seguía queriendo. Para variar, un imbécil con suerte.

El imbécil se acercó:

—¿Por qué lloras?

Hasta ese momento Juliana reparó en su llanto. Lo tenía frente a él, las palabras estaban a punto de salir de su boca, pero se calló. Le lanzó una mirada de “Vete”, pero el chico no se movió. Al contrario, se puso de rodillas para que su rostro quedara frente al de Juliana.

—No llores. —pidió.

Juliana se secó las lágrimas con la manga del suéter. Lo miró un instante y luego, tomando aire, preguntó:

—¿Por qué?

Octavio sabía muy bien que esa pregunta se refería a Diana. Realmente ni él mismo conocía la respuesta. Hizo una mueca parecida a una sonrisa y luego se atrevió a poner su mano en la mano de Juliana. La chica la retiró inmediatamente.

—Si no tienes nada que decir, no me hables. —sentenció la niña parándose de su asiento.

—Tengo algo que decir. —soltó Octavio poniéndose de pie. Juliana volteó.

—Te amo.

Ella movió la cabeza y sintió que las lágrimas volvían a surgir, así que salió del salón y fue corriendo al baño. ¿Un “Te amo” lo solucionaba todo? ¿Acaso creía que era una idiota? Tenía tantas ganas de golpearlo y se conformó con apretar hasta el cansancio un pedazo de papel. Sí, debía olvidarlo, porque para empezar él ni siquiera estaba imaginando lo que ella estaba sufriendo.

Se aseguró de que sus ojos no se vieran hinchados y salió del baño. En el camino hacia el salón se encontró con Diana. Ambas sonrieron y se sentaron un momento en una de las jardineras.

—Cada vez que te veo siento ganas de pedirte perdón, de verdad me siento muy mal. —dijo Diana con la vista gacha.

—Una vez es suficiente, si lo haces de corazón. —respondió Juliana con aire nostálgico.

—Claro que lo digo de corazón, te quiero tanto prima. —la chica se acercó a Juliana y la abrazó.

—Yo también.

—¿Por qué lloraste?

—¿Se nota mucho?

—Sólo si te ven de cerca.

—Ah, por nada importante.

—Si no era importante no hubieras llorado.

—¿Qué puedo hacer ya? Octavio nació imbécil, es algo que yo no puedo controlar.

Diana rió al escuchar a Juliana.

—Sí, es muy imbécil, pero ya encontraremos la forma de hacerlo pagar. —Diana usó un tono lúgubre para su frase lo que hizo decir a Juliana:

—¿Hacerlo pagar? No soy una persona vengativa.

—Ni yo, pero él merece sufrir.

—Se lo cobrará el karma.

—Hagamos que el karma exista. —insistió Diana.

—No haré nada, él solo se dará cuenta de sus errores, espero que cuando lo haga no sea demasiado tarde. —Juliana se puso de pie y se dirigió a su salón: —Nos vemos luego.

Se agregaba otra palabra a la lista de conceptos por entender: Ven-gan-za. Era una palabra fuerte, veía sangre al pronunciarla, pero probablemente eso era por haber visto demasiadas películas de acción. De todos modos Juliana tenía que hacerse la idea de olvidar. Otra palabra de tres sílabas. Pero al pensar en esa veía de por medio agua y nubes blancas, no sabía por qué, tal vez por alguna escena de alguna película donde mientras pronunciaban la palabra olvidar el paisaje tenía agua y nubes blancas.

Al entrar nuevamente en el salón decidió ignorar por completo la presencia de Octavio. Ya no le haría caso. Lo golpearía con el látigo de su indiferencia. De alguna manera él tenía que asentar los pies en la tierra y buscar las opciones que lo hicieran recuperar a Juliana. La chica revisó mentalmente su lista de leyes y encontró que: Sólo se puede perdonar a un infiel si éste se arrepiente completamente de sus actos y demuestra su amor por al menos tres hechos que convenzan. ¿Qué actos utilizarás Octavio?, sonrió Juliana.

Y la sonrisa se le desvaneció por completo a la tercera semana. Fue un desvanecimiento cruel, se convirtió en llanto incontrolable. Tuvo que encerrarse en el baño para que nadie la viera. Para-que-él-no-la-viera. Él, imbécil. Juliana estaba deshecha. Había visto a Octavio besándose con Alicia. Esta vez no era Diana, su prima. Era Alicia, “su amiga”. Juliana sabía que, aunque no quisiera, tenía que meterse a la fuerza eso del olvido.

1 comentarios:

Míkel F. Deltoya dijo...

Gracias Abril, ya le di buen seguimiento a esta novela.
Me está gustando bastante eh, hasta que por fin leo tu forma de escribir, me gusta los recursos ortográficos que utilizas para recrear sonidos y enfatizar, todo lo contrario a mí que acostumbro a usar los tres puntos para todo.
Curiosamente hoy comencé a releer Rayuela, y al leer "Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos" me acordé de "vos"

Un saludo y un abrazo.