martes, 29 de junio de 2010

Desplazamiento

Quiero tratar de que al escribir estas líneas no se note lo pésimo que soy con la redacción. Yo no nací para esto. No nací para la literatura, ni nací para contar con detalle hechos de mi vida que me hacen sumamente feliz. La verdad es que nada tengo que ver con esto, pero lo hago, lo hago porque quiero con locura a esa chica. Y creo que esa es una razón suficiente para intentar hacer algo en lo que siempre he sido un fiasco.

A los dos días de haber conocido a Juliana conseguí su correo electrónico. Realmente no había sido mi intención seguir frecuentándola, pero la impresión que me dio el día de la fiesta de Malena me hizo moverme impredeciblemente. Quise seguir charlando con Juliana durante las noches mientras ambos hacíamos la tarea. No recuerdo sobre qué trató nuestra primera plática, pero sé que no fue nada aburrida, motivo por el que dormí más tarde de lo normal y llegué desvelado a la escuela.

A la salida Magaly estaba esperándome, me sorprendió su presencia, se notaba feliz pero antes de contarme qué le sucedía me hizo que yo le explicara el porqué de mi inusual sonrisa.

—Conocí a una chica muy interesante… —dije un tanto divertido.

—¿En serio? ¿Quién es? —me preguntó ella sin darle mucha importancia.

—Se llama Juliana, estudia Letras.

—¿Letras? Ya veo por qué te gusta, polos opuestos se atraen… —soltó Magaly de pronto con un tono extraño.

—Pues… no te voy a mentir… la verdad es que se me hizo una chica muy inteligente y espontánea…

—¿La invitarás a salir?

—Tal vez…

—Deberías hacerlo, no todos los días se conoce a alguien así…

—¿Qué tienes? —pregunté entonces, no me gustaba el tono en que Magaly me estaba respondiendo, busqué sus ojos, ella me sostuvo la mirada y luego esbozó una sonrisa.

—Nada, de veras, me alegra mucho que hallas encontrado a alguien así, espero que pueda funcionar…

—¿Funcionar? Pero… ni siquiera me veo con ella, sólo te dije que me pareció una niña interesante…

—Y yo te dije que deberías invitarla a salir… porque resulta que te conozco como la palma de mi mano y la verdad es que para que una niña te parezca interesante debe tener muchas características, casi imposibles de reunir en una sola persona…

—Pues tú las tienes…

Magaly sonrió, tomó mi mano y luego me dijo:

—Prométeme que la invitarás a salir…

—¿Por qué habría de prometerte eso? —le respondí un tanto molesto. Magaly intentaba que yo me fijase en otra chica, eso me hizo sentir muy triste. La verdad es que ella aún estaba en mi cabeza, pero tampoco estaba dispuesto a forzar algo que no tenía sentido. Magaly no me quería a mí. Yo tenía que dejarla. Tan sólo unas semanas antes de haber conocido a Juliana yo le había dicho que dejara a su novio y anduviera conmigo. Ella no quiso, amaba a su novio con locura, además de que me hizo pensar en los sentimientos de mi hermano. Él estaba enamorado de ella, tal vez mucho más que yo, el hecho de que Magaly y yo tuviéramos una relación significaría romper el lazo que me unía a él.

—Porque quiero asegurarme que saldrás adelante —dijo ella apretando mi mano con la suya.

—Francamente no creo que me conozcas tan bien como dices. —respondí un tanto grosero y agregué: —Pero no importa, ¿qué motivo te trae aquí?

—Pues… he peleado de nuevo con mi chico…

—¿Y eso te tiene feliz?

—No… me tiene feliz el hecho de que mi mejor amigo haya encontrado a una niña genial. —respondió Magaly y se fue luego de darme un abrazo y desearme buena suerte con Juliana.

No entendí eso, pero no quise preocuparme demasiado, Magaly solía actuar raro y lo cierto es que yo no era ningún adivino para estar comprendiendo sus acciones. Esa noche decidí no conversar con Juliana, no quería darle la razón a Magaly, no quise aceptar que me gustaba de verdad la nueva chica, así que cuando me conecté me puse como desconectado y decidí seguir con mi vida normal.

Pero Juliana no se conectó tampoco y eso me desconcertó. En realidad esperaba algo como que ella pusiera su display en verde y luego cambiara su mensaje personal a hoy no está el chico de las pláticas amenas, pensar en eso me hizo sonreír. Sin fijarme mucho en mis acciones pedí a Malena, quien sí estaba conectada, el número de celular de Juliana y, una vez que el dato estuvo en mis manos, le marqué a las diez y media de la noche.

Reparé en la locura que estaba haciendo cuando la voz de Juliana sonó del otro lado del auricular:

¿Sí?

—Ahm… ¿Juliana?

Sí… ¿quién habla?

—Soy yo… Xavier…

¿Xavier? Ah, claro, ¿qué pasó? —se que no fue mi imaginación cuando noté que Juliana sonaba emocionada.

—Pues nada… no te vi conectada y pensé en marcarte…

Ya veo, es que hoy no puedo conectarme, no hay luz en el departamento…

Y así comenzó nuestra plática sobre la luz. Hablamos de las veces en que todo se queda en completa oscuridad y uno anda a tientas por la casa intentando identificar objetos y demás.

Me parece triste —dijo Juliana. —que valoremos tan poco lo que tenemos, es decir, ¡tenemos ojos! ¿alguna vez te habías dado cuenta de eso?

—Pues sí… pero no pensé que fuera tan genial…

Exacto, es eso… no valoramos las genialidades… sólo hasta que las vemos perdidas…

—Pues… tú me pareces genial… —dije sorprendido de oír mi propia voz.

Gracias… tú también me pareces un chico inusual… —respondió ella un tanto apenada.

—Pero… ¿quién dijo que ser genial es ser inusual? —decidí seguir debatiendo… aquella plática telefónica terminó con todo mi saldo, había durado más de una hora, pero valió la pena, Juliana me gustaba de verdad.

Al día siguiente les conté a mis amigos que tal vez había una chica nueva en mi vida, una chica que no se llamaba Magaly.

—¿Quién es? —me preguntó Ronaldo, primo de Juliana y uno de mis mejores amigos.

—Lo sabrás pronto. —dije sin más.

—Pues igual la puedo conocer en el concierto, invítala, me sobra un boleto, si quieres te lo doy. —me respondió Ronaldo seguro de que yo alardeaba demasiado.

—Me parece una buena idea, hoy mismo la invito y la conoces el día del concierto.

Ronaldo me dio el boleto. El concierto era masivo, iban a tocar varias bandas de rock y surf a favor de un movimiento social, sabía que a Juliana le encantaría la invitación. Así que, mientras esperaba el momento para decirle, me divertí pensando en la cara que pondría Ronaldo cuando descubriera que la chica que había logrado desplazar a Magaly de mi cabeza era su propia prima.

viernes, 25 de junio de 2010

Plan

A Octavio le duele la cabeza. Ha llegado a casa con un plan perfecto, pero eso lo asfixia. Necesita escribirlo. Soltó la bicicleta en el pequeño jardín, entró como loco desquiciado a su casa. Buscó lápiz y papel, no los encontraba, tiró todo lo que estorbaba. Suerte que no había nadie, lo hubieran detenido a la fuerza y él necesitaba escribir todo antes de que se le escapara por los orificios del cuerpo. Primero comenzó siendo una idea tonta, pero, conforme avanzaba, la idea iba madurando. Pudo verla realizada. Pudo ver los beneficios que obtendría.

Ahora la cabeza le explota. Los dedos le tiemblan, pero por fin ha logrado hallar lo que buscaba. Alisa la hoja de papel, cierra un momento los ojos, trata de detener el enjambre de ideas en la cabeza, Eso me pasa por no pensar seguido, se dice con cierta ironía. Por fin puede escoger las palabras correctas, estira la mano y escribe. Sólo tres palabras. Sólo tres.

Octavio las mira fijamente, cada una le parece tan sorprendente como la otra. Ahí está todo su plan. Soy un idiota, se dice, ¿sólo tres palabras? Pensé que mi plan contaba con más pasos a seguir. Dicho eso puede sonreír tranquilo. La sonrisa se transforma en risa prolongada, y ahora en carcajada. Octavio se carcajea como loco en su habitación. De pronto esa opción es más viable que respirar agitadamente para sacar todo el aire acumulado en su pecho.

Las carcajadas continúan… Octavio se siente solo en ese universo de notas que emana de su garganta, ¿Sólo tres palabras?, sigue reprochándose, ¿tanta maldita agitación para escribir sólo tres palabras? Toma la hoja de papel, ahí está la frase. Su letra fea y nerviosa lo mira insistente. Octavio se calma. Ahora sólo resuena el eco escaso de su risa sonora. Mira las tres palabras y sin decir nada se tira en la cama…

Poco a poco siente cómo la pesadez le invade… tiene ganas de reír, pero más ganas de llorar. Así que las gruesas gotas resbalan por su rostro. Se siente débil y estúpido. La hoja de papel perece bajo sus dedos que se cierran en puño. Odio esas tres palabras, se dice con la voz cortada, odio eso, odio “recuperar a Juliana”. Octavio llora silenciosamente y poco a poco la pesadez de sus párpados le hace conciliar el sueño.

Despierta dos horas después, aún con la hoja de papel hecha bolita bajo sus dedos. Siente los ojos hinchados y una tristeza inusual. Tiene ganas de ir por Eliza y abrazarla. En realidad sólo quiere abrazar a alguien. Se levanta. Vuelve a recordar todo lo que sucedió por la mañana, el corazón le punza. El plan vuelve a su cabeza, la agita como diciendo NO, pero su voluntad lo hace caminar al teléfono. Marca diez números. Espera menos de un minuto a que alguien le conteste. La otra voz suena del otro lado del aparato:

¿Qué pasó?

—Necesito que me ayudes. —dice Octavio con voz casi fatídica.

¿Te sientes bien? Te oigo algo mal…

—Estoy bien, sólo un poco encamorrado… —responde Octavio.

Bueno, dime, ¿qué quieres que haga?—pregunta la voz.

—Necesito el número de Juliana, el de su celular, y también quiero saber la dirección de su departamento en Coyoacán y su horario de la escuela. —dice Octavio en una especie de atropellamiento de palabras.

¿Estás loco? ¿Piensas acosarla o qué? No puedo darte toda esa información.

—Necesito que me ayudes. —vuelve a pedir Octavio sintiendo cómo la pesadez le sube al pecho.

Pero… ¿qué harás con todos esos datos?

—Nada ilegal, lo prometo.

No sé, suenas desquiciado.

—Por favor. —insiste Octavio.

Te digo mañana en la escuela, ¿sí?, déjame conseguir la información.

—Gracias Samuel.

No agradezcas, ya me tendrás que pagar por esto.

—Claro.

Bueno, mañana te veo. —Samuel cuelga.

Octavio sólo siente dentro de sí esa especie de tranquilidad que le afirma que hace lo correcto.

No lejos de ahí Xavier sale de la casa de Juliana a las ocho de la noche. Camina despacio. Ha dejado a su novia absorta en sus deberes escolares, sólo una semana más y ella regresará a Coyoacán, lejos de él, como siempre. Ahora que tiene sólo unos minutos de haberse separado de ella se siente tranquilo, aún tiene la sensación del cálido beso y aún siente los brazos de Juliana rodeándole el cuerpo, una sonrisa pícara se asoma en sus labios.

—¿En qué estás pensado Xavo? —pregunta entonces una voz conocida.

—¿Yo? Nada malo. —se apresura a responder Xavier al notar que esa voz pertenece al gran León.

—¿Seguro? Cualquiera diría que esa no fue una sonrisa inocente… —replica León con cierta diversión.

—Seguro, ¿y tú? ¿Apenas vienes? —pregunta Xavier cambiando el tema drásticamente.

—Fui a unos asuntos, ¿tú ya te vas?

—Sí, Juliana necesita terminar su tarea.

—¡Qué fea! ¿no? No la ves desde hace un año y se digna a correrte para que termine su tarea, qué mala prima tengo.

—Pues… algo… —dice nervioso Xavier. —Bueno, ya me voy…

—Espera… —suelta entonces León con un tono de voz raro, como si lo que fuera a decir le provocara dolor estomacal. —He recordado todo lo de la fiesta…

—¿En serio?

—Sí, pero a ver, te acompaño a tu casa para que nos despejemos los dos, a mí tampoco me agrada mucho la situación.

—¿Cómo? —pregunta Xavier desconcertado, León lo toma por el hombro y ambos comienzan a caminar bajo el cielo que comienza a oscurecer.

—Pues resulta que el idiota sí fue a la fiesta. —suelta León con cierta decepción.

—¿Octavio?

—¿Pues cuántos idiotas conoces?

—Tienes razón, es el único… —dice Xavier más para sus adentros.

—Octavio fue a la fiesta y Juliana lo vio, ¿no te ha dicho nada? —pregunta León tratando de sonar indiferente al asunto.

—No, no me ha dicho nada… —Xavier comienza a bajar la voz, sus pensamientos se hacen más densos y eso le provoca una especie de encierro mental. Juliana lo vio. Vio de nuevo a Octavio y no le ha dicho ni una sola palabra. Acaso… acaso…

—¿Me estás oyendo? —lo zapea León. —Te estoy hablando.

—Ah… lo siento…

—Te digo que si Juliana no te ha dicho nada es por una de dos, o porque de plano el sujeto ya no es nada para ella, o porque el tipo lo es todo. —reflexiona León en voz alta. —Pero conozco a mi prima, no te dejará…

Xavier no dice nada. Siente una preocupación extendiéndose en su pecho. Siente que se ahoga. Tiene ganas de regresar con Juliana y reclamarle.

—¿Qué harás? —pregunta León mirando el rostro preocupado de Xavier.

Él se limita a esbozar una pobre sonrisa.

—La verdad… no lo sé.

martes, 22 de junio de 2010

Misterioso

Él era un sueño, nada más. Hablar de él implica que todos los que leen esto pongan en tela de juicio sus creencias sobre las profecías y el destino. Yo no podré saber nunca si él fue una profecía, si él estaba en mi destino… pero me alegro, me alegro de verdad por haberlo conocido. Cuando pienso en él inevitablemente una sonrisa aparece en mi rostro, él, el chico misterioso al que nunca creí conocer se convirtió de repente y sin pensarlo en la persona más importante de mi vida. Xavier. Hablo de Xavier.

Hay varios momentos cruciales de cómo fue que conocí a Xavier. Él piensa que sólo es uno. Piensa que el día en que nos vimos en casa de Malena fue hecho por las casualidades, pero yo sé toda la verdad y ésa es la siguiente:

Yo tenía 15 años. Iba en tercero de la secundaria. Ese día la triste realidad cayó a mis pies. Lo improbable se volvió probable y lo que jamás creí que sucedería una vez más, volvió a suceder: Octavio me traicionó por enésima ocasión. Las lágrimas caían gruesas por mi rostro mientras regresaba a casa corriendo. No quería saber nada de nadie. Quería llorar hasta que las lágrimas se acabaran.

Corría tanto que apenas lograba ver bien el piso con mis ojos hinchados. Corría sin pensar. Y claro, me tuve que caer. El contacto de mi cuerpo con el suelo me hizo darme cuenta que el dolor físico no es tan cruel como el dolor del corazón. Por un momento el llanto se interrumpió, me quedé pensando, así, tirada, sobre cómo era que había distintos tipos de dolores y sobre cómo era yo más capaz de llorar por la herida que provocaban las palabras, que por la que provocaba una caída.

Entonces oí que una puerta se abría. Me había caído en frente de la casa del niño misterioso. Xavier. Ya lo había ubicado desde antes. A veces lo veía caminar con ese aire desgarbado y taciturno. Me gustaba, pero jamás le había hablado. Me dio pavor que el que saliera fuera él y me viera en tan deplorable estado que me levanté de inmediato y comencé a caminar. Sí, era él el que había salido de la casa. Llevaba audífonos, playera oscura, pantalones de mezclilla y tenis. Ni siquiera notó mi presencia. Casi nunca lo veía, por eso creía que el verlo era signo de buena suerte. ¿Buena suerte?, me reproché, mírate, estás tan desdichada…

Al llegar a mi casa me deshice de nuevo en el llanto. Era horrible. Sólo quería dejar de pensar en lo que había sucedido. Mis amigos se habían preocupado, los había dejado parados en una fiesta sin decirles nada, y sólo huí llorando, así como las princesas traicionadas. Entonces quise ver el lado positivo de las cosas y descubrí que ése era el haber visto a Xavier. Volví a sonreír. Me pregunté cómo era posible que yo sonriera por alguien a quien no conocía ni pensaba conocer, cómo era posible eso si toda mi vida estaba destrozada por la culpa de Octavio.

Con esos pensamientos el sueño fue tomándome poco a poco. Y soñé con Xavier. Algo que realmente no esperaba. Estábamos los dos sobre un camino largo… largo… Nos conocíamos. Nos saludábamos. Nos tomábamos de la mano. Yo, en el sueño, sentía quererlo. Además teníamos poderes mágicos. Ambos podíamos volar. Volábamos lejos, defendiéndonos de los malvados. Me sentía tan feliz dentro del sueño. Estaba con él. Y ni siquiera lo conocía…

El sueño dio pauta a que después de ese día yo quisiera encontrarme con Xavier. Algo pasará un día, escribí en mi Diario, no sé cómo, pero un día lo voy a conocer. Sin embargo, ese momento no llegó enseguida. Me lo seguí encontrando por casualidad, pero nunca me atreví a hablarle. ¿Por qué no? Pues porque soy tremendamente indecisa. Cuando me decidía a decirle por fin un Hola, él o se bajaba de la combi, o daba vuelta a la esquina, o entraba a su casa. Nunca se dio cuenta de mi existencia.

Incluso un día Aaron me lo quiso presentar. Ambos lo habíamos visto fuera de su casa. Aaron me dijo que él lo conocía, que se iban juntos en el camión, que sabía que se llamaba Xavier y todas esas cosas, pero yo no quise. Me daba mucha pena. Cuando por fin Aaron me convenció de que realmente yo no perdía nada, decidí ir, pero Xavier ya había entrado a su casa. Es definitivo, pensé, siempre pasa algo cuando quiero hablarle, lo mejor es dejar todo por la paz.

Y así fue. Dejé de contar las veces en que lo veía. Dejé de esperar verlo. Claro, eso no quiere decir que cuando lo encontraba no le daba importancia, al contrario, me emocionaba mucho. Por eso he dicho a todos que Xavier era un sueño, un amor platónico, algo imposible. Todo eso sin que él supiera de mi existencia.

Mi vida cambió por completo. Ya tenía 17 años. Otras cosas acontecían a mi persona. Un día en que regresaba de la escuela me encontré a Xavier en la combi. Mis sentidos se alteraron. No me lo encontraba seguido, de hecho esa era una de las cosas que más me llamaba la atención, siempre que lo veía parecía un ser extraño, como vampiro, su rostro pálido, su afición al negro, sus audífonos inundándolo de música pesada, seguía siendo… misterioso. Todo el trayecto de la combi yo estuve sumamente nerviosa. Él ni cuenta se dio de que yo iba a bordo. Se bajó sin siquiera mirarme.

—Pero, ¿por qué te gusta? —me preguntó un día Malena quien iba conmigo al bachillerato. —Él fue mi compañero en la secundaria y puedo asegurarte que así como luce así se comporta.

—¿A qué te refieres?

—Digo que él es… raro… es muy callado y, claro, muy inteligente, pero no sé Juliana, siento que no es tu estilo.

—¿Mi estilo? ¿Cómo sabes cuál es mi estilo? —pregunté segura de haber tenido la misma charla años atrás.

—No lo sé… ¿De verdad te gusta mucho? —respondió Malena un poco intimidada.

—Pues así que digas qué bruto, muero si no está él, pues obvio no, es sólo que me parece interesante.

Efectivamente, Xavier no me quitaba el sueño. De hecho sólo hablaba de él cuando me lo llegaba a encontrar. Si no lo veía yo podía seguir tranquilamente con mi vida. Aunque si alguien me preguntaba si yo tenía amores platónicos mi respuesta siempre era afirmativa.

Pasó un año más. Me fui a vivir con Malena y Damián a Coyoacán. Estaba muy emocionada por los acontecimientos que venían a mi vida: nueva casa, la ciudad, nueva escuela, nuevos compañeros, nuevos proyectos. Pero alguien se encargaba de cortar todas mis ilusiones, él era Fabiano. Sé que es la primera vez que menciono a Fabiano, él había sido mi amigo en la secundaria. Y aún cuando salimos de ella seguimos manteniendo una amistad hasta que decidimos convertirla en algo más.

Pero Fabiano vivía lleno de reproches. Pensaba que yo seguía pensando en Octavio, siempre se comparaba con él, y cuando me fui a vivir a Coyoacán Fabiano explotó y me dijo que yo lo había traicionado. Sabía perfectamente que esa era una actitud completamente infantil y no pensaba soportarla, así que terminé con él. Eso me dolió en el alma. Me dolió porque Fabiano realmente era una persona muy importante para mí. Un amigo de verdad. Había estado conmigo los últimos cinco años de mi vida. Me dolió porque quedaba demostrado una vez más que, desde Octavio, yo no era capaz de mantener una relación. Ese día Malena y Damián me consolaron.

—Tranquila Juliana —me decían. —Un día llegará el indicado…

Yo había terminado con Fabiano a mediados de agosto. A mediados de septiembre, cuando aún la tristeza ensombrecía mi rostro, Malena y yo nos desvelamos platicando acerca de mi vida, Male estaba preocupada por mí porque ya casi no sonreía… entonces soltó con cierta picardía:

—Adivina a quién vi el día de la independencia.

—Hmm, no tengo ni idea, dime. —dije sin mucha emoción.

—A Xavier.

—¿A Xavier? ¿Quién Xavier? Espera… ¿Xavier? —mi mente se remontó a esos días en que me encontraba con el chico misterioso, al día en que soñé con él y sin querer dije en automático: —Tienes que invitarlo a tu cumpleaños.

—¡Claro! —respondió Malena, pero sonó a que me daba el avión.

—En serio Male, tienes que invitarlo…

—Sí —dijo y yo ya no supe si me decía la verdad.

Así que no me preocupé. Le resté importancia. Ya antes había querido conocer al chico misterioso y no se había podido. ¿Por qué habría de poderse ahora? Exacto. ¿Por qué habría de poderse? Esa noche dormí tranquila y no soñé con nadie ni con nada. El sábado, cumpleaños de Malena, llegó pronto. Yo ya había olvidado toda petición a ella. Fui a mi clase de francés. Regresé exhausta. Toqué el timbre de la casa de Male, ella me abrió la puerta con una enorme sonrisa.

—Ahí está Xavier.

Y vi, llena de ilusión, que sentado en la sala estaba el chico misterioso. Con playera oscura, pantalones de mezclilla y su aire desgarbado y taciturno. Ese día, por fin, conocí a Xavier.

viernes, 18 de junio de 2010

¿Amiga?

Juliana iba a una velocidad impresionante en su bicicleta. Era la única manera de conseguir que el viento le secara las lágrimas que habían surgido de su rostro. Eres un idiota, decía mientras conducía, siempre dices las cosas demasiado tarde. Iba tan rápido y los ojos le ardían tanto que sintió que de un momento a otro perdería el control de la bicicleta y se mataría en una de esas calles empedradas por las que estaba transitando. ¿Pero por qué me hago tonta? Ya sé la respuesta que tanto busqué, se regañó con dureza.

Trató de tranquilizarse parando de golpe su bicicleta. Estaba justo en la calle de la casa de Xavier. Miró hacia atrás para ver si Octavio la había seguido, pero todo estaba vacío. Octavio se había quedado en aquel sitio donde abrazó a Juliana. También tenía ganas de llorar, se sentía completamente inmaduro por no afrontar esa situación como los de su edad. Seguro que otros ya la hubieran mandado a volar, o tal vez ya la hubieran hecho suya. La sola idea en su cabeza lo hizo sentirse peor.

Juliana bajó de la bicicleta y caminó hasta la puerta de la casa de su novio. Se quedó ahí unos instantes, estaba a punto de tocar el timbre, pero cambió de decisión y comenzó a caminar hacia su casa. No había dado ni cinco pasos cuando la puerta de la casa se abrió. Pronto vio salir a Xavier y Magaly. Ambos chicos la miraron. Xavier con una sonrisa en el rostro, pero Magaly con un gesto de pocos amigos.

—¿Viniste a verme? —preguntó Xavier yendo abrazar a Juliana.

—Algo así… —respondió la chica. —Hola Magaly.

—Hola. —saludó la otra chica. Era un poco más alta de Juliana, delgada, de facciones suaves, cabello café claro, muy bonita. Magaly era la mejor amiga de Xavier desde los ocho años, pero no quería a Juliana porque estaba enamorada de Xavier.

—¿Cómo que algo así? —preguntó Xavier. —Fui a buscarte en la mañana y no te encontré.

—Ah, salí a dar un paseo en bici. —respondió Juliana señalando su bicicleta.

—Sí, ya me di cuenta… ¿te sientes bien? —preguntó Xavier notando los ojos rojos de Juliana.

—Sí, bueno, ya me voy, sólo vine a decirte buenos días, tengo que regresar. —se despidió Juliana abrazando a Xavier. Vio de reojo cómo Magaly miraba algo molesta la escena.

—Te voy a ver al rato, ¿vale? Sólo acompaño rápido a Magaly a un asunto y regreso contigo. —dijo Xavier dándole un beso en la frente.

—Sí, no te preocupes. —respondió Juliana. Y vio cómo Xavier y Magaly caminaban al lado contrario de la calle. Genial, pensó, lo único que me faltaba, que Magaly aún venga a visitar a Xavier para que le resuelva sus problemas, y luego una sensación extraña le recorrió el pecho, ¿será que así se siente Xavier cuando alguien menciona la existencia de Octavio?

Sacudió los pensamientos de su cabeza y se dirigió a su casa. Octavio en tanto llegaba a la suya. Tengo que hallar la manera de que Juliana se dé cuenta de que en realidad quiere estar sólo conmigo, pero ¿cómo lo logro? Hace dos años casi cometo un desastre, no quisiera que ella se fuera de nuevo, pensaba mientras manejaba su bicicleta. Entonces sintió que en verdad existía algo que podía hacer, si eso que pensaba no funcionaba dejaría a Juliana para siempre, después de todo, se dijo, tiene que ser como me dijo Eliza, debes dejar libre a quien amas. Pero, convencido de que su plan no fallaría recobró el ánimo y siguió manejando.

En tanto Xavier y Magaly iban platicando.

—¿Pero por qué no lo dejas de una vez? Ya te hizo sufrir mucho y eso me molesta. —iba diciendo Xavier a su amiga.

—¿De veras te preocupa? —preguntó ella con un tono extraño.

—Claro que me preocupa, eres mi mejor amiga, él ya no te puede seguir haciendo ese tipo de cosas. —argumentó él.

—Pues de todos modos, no tengo a nadie más que a él, y no quiero estar sola, así que soportaré hasta el final. —dijo ella con voz firme.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Él daña tu vida! ¿Qué no te das cuenta? ¿Y cómo es eso de que no tienes a nadie más? ¿No me tienes a mí? ¿No tienes al resto de tu familia? —Xavier cada vez se iba molestando un poco más.

—Pues no, no tengo a nadie más, antes te tenía a ti… pero ahora Juliana está completamente en tu vida… —inició Magaly con cierta malicia en su voz.

—No empieces con eso, nunca hubo nada entre tú y yo… cuando yo quise contigo tú no me hiciste caso… —dijo Xavier incomodado.

—Pero… cuando estaba dispuesta a aceptarte tú ya no estabas para mí, a ver Xavier, dime, ¿cómo olvidas a tu primer amor de la noche a la mañana? —Magaly había levantado un poco el tono de su voz. —Porque me olvidaste realmente rápido…

Xavier se detuvo. Miró a su espalda y se dio cuenta de que ya era demasiado tarde para regresar, Juliana no estaba por ningún lado.

—¿Qué? ¿Ya te vas? —preguntó Magaly.

—Si sigues hablando de estas cosas me temo que sí… Magaly, dime ¿cómo quieres que te diga que lo que yo siento por ti no es más que amistad?

—Es que me sorprende que te decidas por Juliana una vez más, así como tú te enojas porque yo soporto todos los errores de ese sujeto, yo me enojo porque has tolerado todos los errores de Juliana, que mira que son muchos…

—Pues sí, aunque no es que los tolere, sino que los acepto, creo que Juliana es para mí y confío plenamente en ella, si ella decide que todo termine para siempre yo lo aceptaré de buena gana. —respondió Xavier más para sí que para su amiga.

—¿Y así quieres que te deje de querer? —sonrió Magaly sujetándolo del brazo.

A las tres de la tarde sonó el timbre de la casa de Juliana, ella fue a abrir. Era Xavier. Cuando ambos se vieron sintieron dentro de sí una alegría inexplicable, se abrazaron fuertemente y luego se dieron un tierno y largo beso. Sonrieron y caminaron dentro de la casa.

—¿Cómo te fue con Magaly? —preguntó Juliana sentándose en la sala.

—Bien, su novio la sigue tratando mal y hoy la convencí de que le diera continuidad a la demanda, pero aún no puedo hacerla abrir los ojos por completo. —explicó Xavier.

—Creo que ella conoce perfectamente su situación —dijo Juliana. —Es sólo que es algo caprichosa.

—Me sorprende que la conozcas, nunca te ha tratado bien. —se disculpó Xavier.

—No te preocupes, en realidad la entiendo, ¿quién no se enamoraría de ti? —respondió ella acercándose a darle un beso.

—Graciosa. —dijo a su vez Xavier y luego agregó. —¿Ahora sí me vas a decir por qué lloraste esta mañana?

—No lloré, fue sólo que adquirí una grandísima velocidad con la bicicleta y los ojos se me pusieron rojos por el contacto con el aire…

Xavier la miró dudando de la respuesta, pero luego su semblante aceptó el argumento de Juliana y la volvió a abrazar.

—¿Cuándo te vas a Coyoacán? —preguntó Xavier.

—De este lunes en ocho. —respondió Juliana. Iba a regresar a la escuela, a terminar con su último semestre de estudios.

—¿Tiene que ser ese día? —preguntó Xavier.

—Sí… ¿por qué? —preguntó Juliana.

—Es que…creo que tengo que acompañar a Magaly a rendir mi testimonio.

—Ve, no te preocupes. —dijo Juliana.

Xavier sonrió y la abrazó. Y Juliana supo que tenía que darse prisa en aplicar lo que había decidido en Francia. Quería volver a sentirse tranquila cuando estuviera con Xavier.

martes, 15 de junio de 2010

Carrera

—Así que lo lograste. —dijo Juliana soltando la bicicleta. Octavio sonrió. Ambos caminaron de vuelta a la presa, se sentaron.

—Te lo dije, dije que a tu regreso yo sería lo que tú esperas. —expresó Octavio con suma felicidad.

Juliana sonrió irónicamente. Vio cómo se alzaba el sol sobre ellos. Era una mañana calurosa. El agua de la presa comenzaba a reflejar los rayos del sol. Se creó un espectáculo maravilloso.

—¿Cómo sabes qué es lo que espero? —preguntó Juliana sin dejar de mirar el agua.

—Me esperas a mí. —soltó Octavio mirando el rostro de Juliana, quería ver qué era lo que ella expresaría, una sonrisa o un gesto de desagrado.

El rostro de Juliana quedó impasible. Octavio se desconcertó.

—¿Qué sucede? ¿No es verdad? —preguntó el chico tratando de que su voz no transmitiera el miedo que sentía, ¿sería que Xavier por fin había eliminado todo recuerdo de su persona en Juliana?

—La verdad es que no lo sé. —confesó Juliana con una expresión más bien de confusión.

—¿Cómo no vas a saber? ¿No se supone que a eso te fuiste a Francia? ¿No te ayudaron los aires europeos? —reclamó Octavio herido.

Juliana esbozó una enorme sonrisa.

—No es tan sencillo como parece.

—¡Cómo no va a ser sencillo! Basta con que te eches un volado, ya sabes que yo soy el águila. —bromeó Octavio.

Juliana sonrió y eso logró que ambos se sintieran más tranquilos.

—¿A qué fuiste a mi fiesta? —preguntó entonces Juliana.

—Pues no sabía que era tu fiesta, me invitó mi amigo Samuel. —respondió Octavio.

—¿Samuel? Ya veo, cuando Xavier se entere que es tu amigo le dejará de hablar. —predijo ella.

—No tiene por qué enterarse, creo que Xavier no me vio, ni nadie, sólo tú…

—Te equivocas. —intervino Juliana. —León te vio.

—¿León? —preguntó Octavio con miedo. —¿Estás segura?

—Sí… ya estaba ebrio, pero ayer lo anduvo proclamando, ¿tanto te preocupa? —dijo Juliana con cierta diversión.

—No, para nada. —mintió Octavio y ambos rieron. —¿Entonces? —preguntó el chico retomando el tema.

—Entonces ¿qué? —desafió Juliana.

—¿Soy ahora lo que esperas?

—Ya te respondí esa pregunta, ¿no? —dijo Juliana poniéndose de pie.

—¿Eso es un ? —preguntó Octavio levantándose también.

—Eso es un no sé.

—Sabes bien que un no sé tiene más de un que de un no. —rebatió Octavio tomando su bicicleta.

—Sabes bien que un no sé también puede ser más un no que un . —dijo a su vez la chica subiéndose a su bici.

—¿Entonces es un no? —preguntó Octavio listo para empezar a andar en la bici.

—¡Es un no sé! —dijo Juliana en voz alta iniciando rápidamente la marcha en su bicicleta.

Octavio la siguió en la suya. Ambos recorrían las calles de Uzmati, estaban un poco alejados de sus propias casas, pero eso era lo magnífico de salir a pasear en bicicleta, siempre podías recorrer grandes distancias sintiendo la adrenalina en tu cuerpo en tan poco tiempo.

—¡JULIANA! —gritó Octavio con una enorme sonrisa sin bajar la velocidad.

—¿QUÉ? —dijo ella sin dejar de conducir, le ganaba por muy poco al chico.

—¡TE EXTRAÑÉ MUCHO! —gritó él.

Juliana no se detuvo, ni volteó, ni dijo nada. Octavio no esperó que ella lo hiciera, por eso no dejó de seguirla.

—¡JULIANA! —gritó él nuevamente.

Pero esta vez Juliana no le respondió. Quería dejarse llevar por la velocidad. Quería, firmemente, que ese aire que golpeaba su rostro amedrentara también sus pensamientos. No quería a Octavio. No quería a Octavio. Sólo era una triste y pesada costumbre. Pero realmente no lo quería. Eso se repetía con fuerza. Se veía a sí misma corriendo en la bicicleta junto a él, como en el pasado, y la canción Comme des enfantes de Coeur de pirate se le vino a la cabeza.

Entonces Octavio la rebasó y comenzó a cerrarle el paso con la bicicleta.

—¿Estás loco? ¡Me vas a tirar! —reclamó ella olvidándose de sus pensamientos.

—Detente. —pidió Octavio sin dejar de intervenirla.

—¡NO! —gritó ella y tomando más fuerzas volvió a tomar la delantera. Octavio sonrió para sí, así que, decidido, volvió a rebasarla obstaculizándole el camino.

—¡Detente! —volvió a pedir Octavio.

Juliana se sentía terriblemente emocionada. Notaba su agitada respiración y sus latidos a mil por hora debido al esfuerzo que estaba realizando. Pronto se sintió cansada, incapaz de seguir el ritmo de Octavio, así que accedió a su petición.

Se detuvo. Estaban en un campo desde el cual se veía todo el pueblo de Uzmati, Juliana logró ver su casa blanca, y a lo lejos, también se vislumbraba la casa de Octavio.

—Juliana. —dijo él dejando su bici también, lucía realmente exhausto, se acercó a ella.

—¿Qué? —preguntó ella retrocediendo.

—Espera… deja respiro. —pidió Octavio poniendo las manos en sus rodillas.

—¿Te cansaste? Ya estás anciano. —se burló Juliana sintiendo que ella se sentía mucho peor.

—Mira quién lo dice. —replicó Octavio.

Juliana volvió a tomar la bicicleta.

—Espera. —dijo una vez más el chico.

—¿Qué quieres? —preguntó Juliana tratando de sonar molesta.

Octavio se acercó a ella. La miró. Notó el ligero sudor que resbalaba por su rostro. Sintió quererla más que nunca. Estaba ahí. No era más un sueño. Era la realidad.

—¡¿Qué?! —preguntó Juliana con cierta desesperación, no toleraba que Octavio la mirara de esa manera.

—Te amo. —soltó Octavio y la abrazó fuertemente.

Juliana se quedó sorprendida. Tardó un poco en reaccionar. Una mezcla horrorosa de sentimientos comenzó a nacer en su interior. Ella no lo abrazó. Se quedó totalmente inmóvil. Octavio no esperaba que ella le correspondiera el abrazo, sólo quería abrazarla, sólo quería sentir de nuevo su cuerpo.

—Lo siento Octavio. —arguyó Juliana presa de confusión. —No puedo decir lo mismo.

Entonces Octavio la soltó. Notó que ella lucía realmente conmocionada. La chica tomó su bicicleta y se alejó sin decir una sola palabra. Él la siguió con la mirada y entonces sintió que la había perdido para siempre.

viernes, 11 de junio de 2010

Once

Lo mío fue amor a primera vista. Sí, no se burlen, en estas épocas aún existe ese tipo de amores. Pienso que todo ya está escrito, confío firmemente en que las casualidades son falsas. Si conocí a Juliana fue porque yo ya estaba destinado a verla ese día, en ese lugar y a esa hora. No creo que todo haya sido por mera coincidencia, ¿cómo es posible que de un encuentro casual los sentidos se alteren y se tome un nuevo curso en la vida? No creo en esas cosas, para mí, ya todo estaba escrito.

El día para inscribirse a la secundaria cayó en once de agosto. Fecha buena para mí. Todos los días once me sucedía algo especial; por ejemplo, el once de julio me había encontrado cien pesos en la calle y el once de junio había roto mi propio récord con la bicicleta. ¿Por qué me sucedían esas cosas? Para ser franco, no lo sé. Generalmente no era, ni soy aún, un chico con suerte.

Me levanté temprano dispuesto a ir solo a inscribirme, quería comenzar a hacer las cosas por mi cuenta, mi madre siempre me consentía demasiado y no quería que en la secundaria fuera lo mismo. Había visto a mi amigo Joan un día anterior, él me había dicho que su madre no lo iría a inscribir, que si íbamos a entrar a la secundaria teníamos que demostrar que al menos éramos capaces de hacer las cosas por nosotros mismos.

Así que no me preocupé en informar a mi madre de que la fecha para la inscripción era ese día. Sólo que yo no sabía que mi madre es de ese tipo de personas que se preocupan hasta el límite por sus hijos. Cuando yo me desperté, supuestamente temprano, mi mamá ya se había bañado y estaba haciendo el desayuno:

—Anda arréglate rápido, si no nos va a tocar tarde, ves que luego la fila se hace inmensa. —me dijo moviendo la espátula en el sartén.

—Pero mamá, yo quería ir a inscribirme solo. —repliqué.

—¿Solo? Cuando empieces a lavar toda tu ropa te dejaré hacer solo las cosas. —contestó mi madre.

Enojado me fui a arreglar. Ése era un día once, ¿por qué había empezado tan mal? Comencé a pensar que tal vez mi racha de buena suerte había terminado y, resignado, me fui con mi madre a la secundaria. Realmente no sabía a qué la acompañaba, me daría mucha pena que Joan me viera con ella, se burlaría de mí, él siempre andaba solo, era un chico muy rebelde.

Llegamos a la escuela y yo me encargué de ocultarme de toda persona, fui a sentarme en una de las bancas que daban la espalda al patio y estaba frente a un laboratorio. Entonces observé que en las ventanas de ese laboratorio estaban pegadas unas hojas. Me acerqué. Eran las listas de los grupos de primer grado. Me dediqué a buscar mi nombre. No fue muy difícil, estaba en la primera hoja, me había tocado en el 1° A. También Joan estaba conmigo.

Una vez visto que fui aceptado en la preinscripción volví a sentarme en la banquita esperando pacientemente a que mi madre terminara de hacer los trámites, la miré, era como la número cincuenta de la fila de personas que venían a inscribir a sus hijos. Joan estaba formado diez señoras más lejos de mi madre, me volteé hacia el laboratorio para que no me mirara. Ahí estuve alrededor de veinte minutos, el tiempo en que mi madre se tardó en avanzar cinco personas. Entonces oí voces detrás de mí.

—¡Mira ahí están las listas! —dijo una chica con voz estruendosa.

Yo intenté pararme para estar alejado de la gente, pero cuando volteé me di cuenta que si me levantaba Joan repararía en mi existencia y eso era lo que no quería.

—¡Juliana corre! —dijo la misma chica esperando a la otra niña que venía con ella.

Miré a la niña que hablaba, tenía el cabello largo y estaba un poco llenita. Me hice el desentendido de la situación y comencé a mirar el suelo, de todos modos pasaba desapercibido para ella. Juliana no tardó en alcanzarla.

—¡Espera Diana! —dijo con voz cansada. —¡Tengo que formarme! Mira ya hasta dónde va la fila, voy a estar aquí todo el día.

En ese momento me dieron ganas de ver a la chica que acababa de llegar, era una de las pocas niñas que se inscribía sin su madre, levanté la mirada y entonces la vi. Era, así de sencillo, increíblemente bonita. Llevaba el cabello sujeto en una coleta, usaba una playera rosa que le sentaba bien y pantalón gris de mezclilla.

—Tienes que ver primero si te quedaste. —argumentó la otra niña llamada Diana señalando las listas pegadas en el laboratorio.

—Cierto… a ver, busquemos mi nombre. —dijo Juliana dándome la espalda. Ni siquiera me había mirado. Yo seguí viendo cómo buscaba su nombre en las listas, espero que se haya quedado, pensaba en mi interior, prometo que si se queda le hablaré.

—¡Aquí estás! —exclamó Diana emocionada. —¡Te tocó en el 1° A!

—¡A ver! —se emocionó a su vez Juliana. —¡Es verdad! Y mira… Ronaldo se quedó conmigo, le dará un infarto cuando se entere.

Sonreí al oír las expresiones de Juliana, le había tocado en mi grupo, no era tan estruendosa como Diana, tenía cierto recato en sus palabras, y así, con esa impresión, lucía realmente inteligente.

—Busca, a ver quién más conocemos. —dijo Juliana paseando sus ojos por las listas.

—Pues… ¡mira! A León le tocó en 1° C. —dijo Diana. —De ahí ya no veo nombres de conocidos.

Yo seguía viéndolas, me parecía sorprendente que a ninguna de las dos les importara mi presencia, estaba a punto de decidirme a saludarlas cuando sentí que alguien se sentó a mi lado. Al principio pensé que era Joan y ya estaba dispuesto a ponerle una cara de buenos amigos, pero cuando volteé descubrí que no era él. Era un chico completamente desconocido.

—¿Qué hacen? —me susurró viendo a las dos niñas.

—Pues… ven las listas. —dije también en voz baja, como si los dos temiéramos ser oídos por ellas.

El chico se dedicó a observar conmigo.

—Mira Diana, en mi grupo va un chico que se llama Fabiano, ¿quién rayos se llama Fabiano? —dijo Juliana riéndose. —Es un nombre feo.

Diana asintió con la cabeza revisando minuciosamente las demás listas.

—Resulta que yo me llamo Fabiano. —me dijo el chico con voz tan baja que tuve que acercarme a él y además, luego de escucharlo, tuve que aguantarme las ganas de reírme.

—Pero ése no es un nombre tan feo. —argumentó Diana. —Apuesto que debe haber uno peor.

Entonces Diana quitó a Juliana de la lista de 1° A y pasó su dedo por los nombres.

—¡Mira! Aquí hay uno, dice Licea Vera Octavio. —y empezó a reír con ganas. —¡Octavio! ¡Es un nombre horrible!

Sentí que la molestia llegaba de mi cabeza a mis puños y sin querer los apreté con fuerza. Traté de tranquilizarme y en voz baja le dije a Fabiano:

—Resulta que yo soy Octavio.

Fabiano me miró risueñamente. A ambos nos dieron ganas de reír, pero nos las aguantamos y seguimos sentados.

—¡Octavio no es un nombre feo! —dijo Juliana para mi sorpresa. —A mí me parece un nombre lindo.

La sonrisa que Juliana esbozó cuando dijo eso logró que mi corazón comenzara a latir con fuerza. Hoy es once, hoy es mi día de suerte, comencé a decirme mentalmente.

—Pues estás loca si ese nombre te parece bonito. —rebatió Diana.

—Bueno, ya conoceremos al tipo, pero mientras yo digo que su nombre no está mal. —dijo Juliana. —¡Diana! ¡Vamos a formarnos! Ya llegó más gente…

Y entonces las dos niñas echaron a correr. Yo seguí a Juliana con la mirada. Definitivamente tenía que hablarle. Comencé a crear historias en mi cabeza de cómo sería que me le acercaría, hasta que Fabiano interrumpió mis pensamientos:

—Es bonita esa niña, ¿verdad? —dijo señalando con la mirada a Juliana. Yo asentí con la cabeza y pude notar que no era yo el único que se enamoraba a primera vista.

martes, 8 de junio de 2010

Bicicleta

Lo primero que hizo Xavier al despertarse fue ir a casa de Aaron. Necesitaba aclarar esa duda que tantos problemas le había causado para dormir. Llegó a casa de su amigo y se dirigió a su habitación, abrió la puerta. En el cuarto estaban Ronaldo, Aaron y León, los tres sumamente dormidos, roncando y revueltos en la cama. Xavier sonrió. Los tres eran sus amigos.

—¡Despiértense! —gritó Xavier.

No hubo ni un solo movimiento.

—¡DESPIÉRTENSE! —gritó con fuerza, entonces un almohadazo le llegó a la cara.

—¡Cállate! —le había gritado Ronaldo.

Xavier se acercó a él y comenzó a sacudirlo.

—¡¿Qué te pasa idiota?! ¡Déjame dormir! —gritaba Ronaldo tratando de jalarse las cobijas. —¡Espérate que me duele la cabeza!

—Ya levántense crudos, primero andan ahí de ebrios y luego no quieren ayudar a arreglar el desorden. —argumentó Xavier.

—Ni es tu casa. —musitó León quien comenzaba a despertarse. —Es de Aaron, y a ver, míralo, ¿notas que esté preocupado por el desorden? Pareces madre fúrica… —dijo con voz adormilada señalando a Aaron, el chico seguía durmiendo en sus laureles.

—León, necesito hablar contigo. —soltó entonces Xavier con voz seria.

—¡Ya ves! —gritó Ronaldo. —¿Por qué me despiertas a mí? ¡Lárgate con él y déjenme dormir! —dicho eso el chico se enrolló en las cobijas y tapó su cara con una de las almohadas.

—Luego Xavo. —pidió León acostándose de nuevo.

—No, necesito hacerlo ahora. —insistió Xavier parándose frente a León.

—¡Déjame dormir! —gritó Ronaldo, pero su voz se escuchó ahogada por la almohada.

—¿Sobre qué? —preguntó León. —Dime rápido que la luz del día me molesta.

—Ayer me dijiste algo y quiero que me digas si es verdad. —comenzó Xavier.

—¿Ayer? Hmm, ¿ayer? —preguntó León dándose cuenta de que su estado de ebriedad había sido grave. —No me acuerdo de ayer… lo último que supe fue que… que… la música era muy buena.

—León, necesito que te acuerdes, me dijiste algo importante pero no puedo creerlo si no me lo confirmas ahora.

—¡CÁ-LLEN-SE! —gritó nuevamente Ronaldo lanzándoles todas las almohadas a su alcance.

—¡Espérate! ¿Qué no puedes ser como Aaron? Tus gritos molestan más que nuestras voces. —se defendió León.

Ronaldo los miró enojado y se enrolló nuevamente en las cobijas.

—Ya no me hablen. —alcanzó a decir con voz molesta.

Xavier y León se miraron y sonrieron. León se sentó en la cama sin soltar su almohada.

—¿Qué fue lo que te dije? —preguntó.

—Me dijiste que habías visto a Octavio en la fiesta. —respondió Xavier.

—¿A quién? ¿A Octavio? ¡Ese idiota! ¿De veras vino?

—¡Pues no lo sé! ¡Tú me dijiste ayer! —se exaltó Xavier.

—¿Yo? ¡No inventes! No me acuerdo de nada… —se rió León llevándose las manos a su cabeza.

—Tienes que acordarte, porque si es verdad, eso significa que… —Xavier calló.

—¿Qué significa? —preguntó serio León. —¿Qué Juliana te dejará? ¿Tan poco la conoces?

—No es eso… pero temo que el tipo haya entrado a la universidad. —soltó Xavier sentándose en la orilla de la cama.

—¡MI PIE! —se oyó el grito de Ronaldo ahogado por las cobijas. Xavier se volvió a parar.

—Pues mira, haya o no haya entrado a la universidad, Juliana no te dejará, ¿piensas que mi prima es una idiota? —preguntó León con voz grave.

—No, para nada. —se apresuró a responder Xavier mirando los músculos de León. —Sólo quiero saber si es verdad lo que me dijiste.

—Pues la verdad no me acuerdo, ya te dije que ahorita lo último que sé que hice ayer fue haber bailado demasiado, ahora entiendo por qué me duelen mis pies… —dijo León volviéndose a meter en las cobijas. —Si me acuerdo de algo te lo haré saber…

Xavier se quedó sorprendido. León estaba sumamente convencido de que Juliana estaría para siempre con él. Quisiera creer lo mismo, pensó el chico para sí. Salió de la habitación dejando en paz a los tres bellos durmientes. Antes de dirigirse a la casa de Juliana recogió algo de basura, escombró el jardín, bebió un poco de café y luego, por fin, se fue en su automóvil.

Sólo que cuando llegó a casa de su novia, ella ya no estaba. Había salido. Xavier declinó la invitación a desayunar de la mamá de Juliana, y con cierta pesadez en su pecho se fue a su casa nuevamente.

Juliana andaba en bicicleta. Quería recordar aquellos tiempos en que para disipar sus preocupaciones sacaba la bicicleta de casa y se perdía entre los campos que aún existían en Uzmati. Le gustaba ver cómo amanecía. Primero el cielo comenzaba a clarearse y luego, poco a poco, el sol comenzaba a salir del horizonte, era como un atardecer pero de mañana. En el momento en que el sol apareció ella estaba sentada al lado de la presa. Mírate Juliana, se decía en voz baja, de nuevo estás aquí lamentándote no ser más dura con tu persona.

—No pensé que aún hablaras sola. —dijo una voz sumamente conocida detrás de ella. —Creí que sólo lo hacías cuando estabas frente a un grave enigma.

Juliana se levantó rápidamente y, con todos los latidos de su corazón oyéndose en su cabeza, volteó. Efectivamente, era Octavio.

—¿Cómo me encontraste? —dijo ella con voz molesta.

—La verdad no pensé que estuvieras aquí, mi plan era irte a buscar más tarde, no pensé que fueras a madrugar. —dijo Octavio con una sonrisa en el rostro.

—¿Entonces?

—¿Entonces? Pues entonces nada, te encuentro por casualidad. —se justificó Octavio. —Y me alegro por ello…

—¿Por casualidad? Tú no crees en las casualidades —soltó Juliana tomando de nuevo su bicicleta.

—Lo sé, pero… espera, ¿a dónde vas? —dijo Octavio siguiéndola, también él llevaba su bicicleta.

—A mi casa, me molesta mucho que copies mis rutinas matutinas. —dijo ella entre molesta y divertida.

—¿Copiarte? Perdón, pero creo que la copiona es otra. —dijo Octavio agarrando la bicicleta de Juliana.

—Suéltala. —pidió Juliana.

—Te extrañé muchísimo. —soltó entonces el chico sintiéndose el más feliz sobre la tierra.

—No digas cosas que luego harán que te arrepientas. —dijo a su vez Juliana.

—Al contrario, siento que si no las digo ahora me voy a sentir mal toda la vida. —explicó Octavio sin soltar la bicicleta. —No te vayas aún.

Juliana lo miró a los ojos. No sabía exactamente qué sentir en ese momento. Era una mezcla de alegría con tristeza. Y entonces, para convencerla, Octavio soltó de pronto:

—Entré a la universidad.

—¿Qué? —respondió en automático Juliana. Y sintió que su vida era un verdadero caos.

viernes, 4 de junio de 2010

Casualidad

¿Cómo conocí a Juliana? Por casualidad.

Vamos al centro ¿no? Paso por ti en quince minutos. —me dijo Aaron sin siquiera esperar mi respuesta.

—No puedo, tengo que terminar con el proyecto, si no, no me va a dar tiempo. —respondí tratando de sonar serio.

—¡No seas aguado! ¡Es 15 de septiembre! Tenemos que ir a dar el grito no estarnos aburriendo con un proyecto al que ni le entendemos, paso por ti en quince minutos, he dicho. —y me colgó.

Diecisiete minutos después estaba tocando el timbre de mi casa. Salí dispuesto a darle un no rotundo, pero Aaron siempre se ha lucido por convencer a las personas, así que, con la promesa de que haríamos hasta lo imposible por terminar el proyecto en tres días de los cinco que teníamos, caminamos hasta el centro de Uzmati dispuestos a disfrutar de la fiesta nacional.

Era una tarde agradable, no tenía mucho que había llovido, así que los pisos estaban mojados, había charcos por doquier y una calidez inusual. Digo agradable porque todas las personas en la fiesta estaban disfrutando. Aaron y yo nos dedicamos a observar. Sólo platicábamos. Él era mi compañero de la universidad, al igual que Ronaldo, al cual esperábamos. Los tres estudiábamos Ingeniería Mecatrónica. En ese entonces íbamos apenas en el primer semestre.

Aaron se separó de mí porque vio a alguien que conocía y yo, mientras, comencé a pasear por los puestos de comida en busca de algo para satisfacer mis antojos. Estaba en el puesto de elotes cuando una voz conocida me saludó:

—¡Xavier! ¡Qué milagro!

Volteé inmediatamente. Era una ex compañera de la secundaria. Malena.

—Hola. —saludé con una sonrisa.

Platicamos un rato y me enteré de los últimos pormenores de su vida, dijo que estudiaba Actuaría en el Distrito Federal, que, como eso quedaba tan lejos de Uzmati, se había mudado a un departamento en Coyoacán.

—¿Y vives sola? —pregunté con curiosidad, yo también quería vivir solo, pero aún estaba sujeto a las leyes familiares.

—Claro que no. —respondió ella con una carcajada. —No me hubieran dejado, vivo con dos primos, Juliana y Damián.

A Juliana no la conocía, pero a Damián sí, así que la plática que siguió fue acerca de él. Muchos minutos después Aaron me alcanzó y Malena tuvo que irse. Ella había dado sólo dos pasos cuando pareció que se le había olvidado decirme algo, así que regresó y me dijo:

—Te llamo el sábado ¿va?

Yo dije que sí. Malena había sido una buena compañera en la secundaria, aunque me sorprendía la fluidez con la que me hablaba, como si hubiéramos sido los mejores amigos de la vida, y lo cierto es que no, la verdad es que la secundaria no fue la mejor etapa de mi vida. Aún así la observé perderse entre la multitud y yo me quedé con Aaron, quien ya había encontrado a Ronaldo y ahora nos hallábamos los tres en medio de una gran fiesta.

Ese día regresé tarde. Dimos el grito, fuimos a comer tacos, ellos bailaron un poco mientras yo insistía en resolver mentalmente ese proyecto que no podía terminar. Así que cuando regresé a casa se me olvidó por completo mi encuentro con Malena y todo lo relacionado a la plática. Hasta aquí mi relato hubiera sido un simple relato, haber contado algo que no tiene chiste, pero afortunadamente las cosas no terminaron ahí.

Resulta que Malena cumplió su promesa. Esa de hablarme el sábado. Yo estaba a punto de iniciar con una tarea larga, había afilado mi lápiz, escombrado el escritorio, colocado hojas blancas, gomas y sacapuntas. Estaba totalmente listo para comenzar a resolver operaciones matemáticas cuando el teléfono de mi casa sonó. Era ella.

—¿Estás muy ocupado? —preguntó con total confianza.

—Pues… no. —dije mirando mis útiles puestos en perfecto orden en el escritorio.

—¡Qué bien! Es que tienes que venir a mi fiesta de cumpleaños. —soltó ella de pronto, como si mi respuesta fuera lo mejor que hubiese oído en el día.

—¿Cuándo? —pregunté.

Pues ahorita jeje, tienes que venir, invité a varios de nuestra generación —respondió alegremente.

—¿Ahorita? Hmm —sopesé el asunto por unos segundos, ¿qué perdía por ir a ver a los de la secundaria?, tenía mucho que no los veía… —Sí, está bien, allá voy.

Malena se alegró mucho y me colgó sólo cuando le aseguré que sí iría y que no le estaba mintiendo. En efecto, a mí no me gusta mentir, así que en menos de una hora ya estaba frente a su casa. Es lo que más me agrada de Uzmati, y lo que más les desagrada a otros, que es un pueblo tan pequeño que puedes llegar caminando a donde quieres, todos te conocen y los conoces. No hay pierde.

Malena me abrió la puerta con una enorme sonrisa en el rostro. Yo era de los primeros invitados. No había nadie de la secundaria, sólo sus amigos de la prepa. Me sentía algo incómodo pero qué hacer. Así que me refugié en el último de los sillones, al rincón, mientras observaba a los invitados. No podía dejar de pensar: De haber sabido que todavía no había ningún conocido hubiera intentado resolver algún ejercicio de la materia… así era yo, la escuela lo era todo para mí, no podía dejar de pensar en las tareas. Era… un matado.

Entonces el timbre sonó de nuevo. Me asomé por la ventana esperando ver a algún viejo conocido, Malena fue a abrir la puerta, pero quien cruzó la puerta no era nadie de la secundaria. Era una chica. Una chica que de lejos se veía muy bien. Pensé: Otra amiga de la prepa, si pasan veinte minutos y no llega nadie le voy a decir a Male que mejor vuelvo al rato.

Malena y la chica llegaron a la sala. La nueva invitada saludó a los amigos de Malena y luego se quedó parada, sin saber qué hacer. No los conoce, pensé, ¿quién es? Parece ser muy amiga de Malena. Miré a la chica. Era indudablemente muy bonita, simpática a primera vista, venía de rojo y le lucía muy bien, tenía el cabello un poco largo, oscuro, casi lacio. Me dieron, así de pronto, ganas de conocerla.

Male pareció haber oído mis pensamientos. Me miró desde su lugar, tomó a la chica de la mano y se dirigieron hacia mí. Me puse algo nervioso.

—Mira Xavier, te presento a Juliana.

—Hola. —saludé de mano y beso a la chica que estaba un poco sonrojada.

—Hola. —me respondió con un tono de voz muy alegre y tranquilo.

Malena nos dejó solos. Pareció haber entendido mi mirada. Yo me senté con Juliana y empezamos a platicar. ¡Qué plática señoras y señores! De ésas que nadie olvida, de ésas que todos esperan, de ésas que empiezan con tonterías y terminan en cosas profundas. Tan profundas que las ganas de ser mejor, de luchar y de llorar te llenan por completo. ¿Quién rayos era esa niña?

Ya me había enterado que se llamaba Juliana. Que no vivía lejos de mi casa. Que no la conocía porque no fue a la misma secundaria que Male y yo. Que, sorpresivamente, su primo era Ronaldo y uno de sus amigos también era Aaron. Con la plática también me enteré que estudiaba Letras en el Distrito Federal, que por eso se había mudado con Malena y Damián. Que a los dos los consideraba sus hermanos. Supe que le gustaba la música tranquila, que amaba el cielo nocturno y leer.

Ni cuenta me di cuando llegó el resto de los invitados. Toda la fiesta estuve con Juliana. Contamos chistes. Contamos anécdotas graciosas. Hablamos del futuro y del pasado. Su actitud me envolvía por completo, sabía un poco de todo, pero a pesar de eso era completamente humilde. Comencé a sentir que no quería irme de ahí, que quería pasar horas y horas y más horas con ella. Y sé que ella sentía lo mismo.

La fui a dejar a su casa. Sonreí cuando ella me dijo Adiós. Nos vemos luego, rectifiqué. No sé por qué rayos no la besé en ese momento. Había ido a una fiesta sin proponérmelo. Si hubiera sabido ese día al despertar que iba a conocer a la chica más genial no me lo hubiera creído. ¿Qué hubiera pasado si Aaron no me hubiera sacado de mi casa aquel día? ¿Y si hubiera preferido hacer la tarea? Quería soñar. Llegué a mi hogar, entré a mi habitación. Vi el escritorio con mis útiles ordenados. ¡Qué excelente decisión había tomado ese día! ¿Qué cómo conocí a Juliana? Por mera y puritita casualidad.

martes, 1 de junio de 2010

Fantasma

Octavio borró inmediatamente la sonrisa de su rostro y se sentó, serio, al lado de su novia.

—Tenías razón. —soltó Octavio. —Fui a verla.

Ella esbozó una ligera sonrisa. Luego lo miró fijamente a los ojos. Él pudo notar que Eliza había llorado mucho, pero ahora, a pesar de su tristeza, lucía tranquila.

—Lo siento. —argumentó él.

—No lo sientas, siempre supe que tú no me pertenecías… —entonces Eliza se levantó. —Bien, tengo que irme… sólo te esperé para decirte que… que eres libre.

—¿Estás terminando conmigo? —preguntó Octavio levantándose igual del sillón. Sintió una emoción extraña que lo hizo tratar de detener a Eliza. —Espera…

—En realidad sólo le estoy dando formalidad al asunto, creo que terminamos antes de empezar. —dijo ella mirándolo. Luego caminó hacia la puerta.

Octavio fue hacia ella, la jaló del brazo y la abrazó. Ahora sabía bien qué era esa sensación extraña. Era gratitud. Eliza había soportado con él todo su dolor y sufrimiento. Tal vez era cierto que ella lo amaba tanto como él amaba a Juliana.

—Gracias. —susurró en el oído de Eliza.

Ella lo abrazó y tratando de no sonar con la voz quebrada le dijo:

—Ya ves… debes dejar libre a quien amas.

Y entonces Eliza abandonó la casa de Octavio. Él se desplomó en el sillón. La frase le dio varias vueltas en la cabeza y sólo pudo rebatirla cuando se dijo Juliana es libre conmigo. Y así, ilusionado por los acontecimientos del día siguiente se dirigió a su habitación y durmió tranquilo, no sin antes mirar con cariño el libro y la caja donde estaba toda su historia con Juliana.

La fiesta fue terminando a las dos de la madrugada. En la casa de Aaron ya sólo estaban el dueño, Juliana, Xavier, Ronaldo, Diana y León. Ronaldo y León ya estaban ebrios y sólo se dedicaban a charlar cosas de borrachos. Juliana platicaba con Diana, mientras Xavier revisaba que todo hubiera salido en orden.

—¿Entonces Francia es tan grandiosa como dicen? —preguntó Diana, su prima, mientras miraban cómo Ronaldo y León trataban de articular una buena conversación.

—Pues sí, sólo si tú quieres que sea grandiosa. —respondió Juliana.

—No entiendo. —insistió Diana. —¿Es o no es grandiosa?

—Claro que lo es, pero me refería a que todo es realmente grandioso, no sólo Francia, sino todo lugar a donde tú vayas, si intentas verlo todo con ojos nuevos. —explicó la chica mientras trataba de oír un poco de la conversación de sus primos, parecía que hablaban de algo relacionado con Octavio.

—No creo que Tepito sea grandioso. —ironizó Diana.

—Sí lo es… —Juliana iba a empezar a dar una cátedra sobre las características socio-culturales de Tepito pero León había dicho algo realmente importante. —Espera… —pidió a Diana.

Juliana se acercó a sus dos primos ebrios. Ambos chicos no ingerían bebidas alcohólicas frecuentemente, pero cuando lo hacían sacaban a relucir cosas que no eran buenas. La chica los observó fijamente. Ambos eran realmente guapos, a pesar de que entre ellos no eran familia. Ronaldo era su primo por parte materna y León por parte paterna. Los dos eran como sus hermanos, siempre habían estado con ella, y sobre todo, siempre la habían cuidado.

—¿Qué dijiste León? —preguntó ella dirigiéndose al chico fornido. León tenía buen cuerpo, era sumamente entusiasta, tenía trabajados los músculos porque desde chico había laborado arduamente en el negocio de la familia. Ahora estaba a punto de volverse un investigador de Ciencias de la Tierra, quién lo creería del chico fuerte.

—¡Juliana! —dijo él con una enorme sonrisa. —Siéntate prima, anda, siéntate. —respondió él apenas logrando articular la frase.

Juliana se sentó en medio de los dos. Ella se dio cuenta que Ronaldo ya casi caía dormido, hubiera pensado que realmente estaba en un profundo sueño si no fuera porque, cuando ella se sentó, él le dijo dándole una palmada en la espalda:

—Siéntate francesa.

—Dime qué dijiste León. —volvió a pedir Juliana.

—Ah sí. —León comenzó a carcajearse. —Es que… es que… le digo al Ronald que tal vez el alcohol que nos dio Xavo estaba adulterado.

—¿Por qué lo dices? —volvió a preguntar Juliana sin sonreír en lo absoluto.

—Pues porque pensé que había visto al idiota ese de Octavio. —dicho eso León volvió a carcajearse.

—¿Dónde? —preguntó Juliana poniéndose algo nerviosa.

—Pues hace rato, cuando tiraste la copa, pero no te preocupes Juliana, la verdad creo que fue una alucinación. —sonrió León mirándola extraño.

Juliana sonrió a su vez mientras decía:

—Sí, eso, fue una alucinación.

—¿Qué fue lo que alucinaste León? —dijo entonces Xavier que llegaba de ordenar los asuntos. Juliana se levantó súbitamente.

—Jaja. —rió nerviosa. —Dice que vio fantasmas, ¿tú le crees?, son los efectos del alcohol, será mejor que ya vayamos a dormir.

León se carcajeó una vez más mientras decía casi ininteligiblemente:

—Sí, eso era, un fantasma… pero espera… ¿cómo puede ser un fantasma? ¡Si nunca lo maté! Aunque ganas no me faltaban…

—¿De qué está hablando? —preguntó Xavier.

—No le entiendo nada, anda vámonos ya, que ellos se queden aquí, pesan demasiado, no creo que los aguantes para llevarlos al auto. —dijo Juliana.

—¿Cómo los vamos a dejar? —preguntó Xavier lleno de sorpresa. —Ve al auto, los voy a llevar a la habitación de Aaron.

Juliana obedeció. No creía que sus primos ebrios se atrevieran a decir más. Y si decían algo siempre quedaría la excusa de que eran los efectos del alcohol. Se subió al automóvil, nerviosa, esperó pacientemente a Xavier quien luego de veinte minutos abordó el asiento del chofer.

—No inventes Juliana, León le hace honor a su nombre. —dijo Xavier en cuanto subió.

—Te dije que pesaba demasiado.

—Sí, ya lo sé, pero me da risa porque cuando subí a Ronaldo pareció como si llevara a una chica, está bien ligero tu primo. —se rió Xavier.

Juliana rió con él. Xavier comenzó a conducir.

—¿Y Diana? ¿Se quedó también? —preguntó luego de unos minutos.

—La verdad no sé, pero pues no hay problema, vive a una calle de distancia. —explicó la chica bostezando.

—Cierto, no te preocupes amor, ya casi llegamos.

En menos de cinco minutos llegaron a la casa de Juliana. Antes de bajar ella le dio un beso a Xavier mientras le daba las gracias por tan magnífica fiesta sorpresa. Él la abrazó con fuerza. Juliana descendió del auto y entró a su casa. Xavier estuvo unos minutos más, se sentía preocupado, ¿acaso debía creer en las palabras que un ebrio le dijo al llevarlo a dormir? Pero no era cualquier ebrio, era León, quien cuando se emborrachaba decía la verdad. Y con esa duda en su cabeza arrancó el automóvil y condujo a su casa.