martes, 17 de agosto de 2010

Conversación

Las bolas de billar colocadas de esa manera en la mesa, hacían que Xavier pensara con cautela cómo hacer su jugada. Él era un as para la inteligencia espacial, no le costaba mucho calcular ángulos, mucho menos hacer jugadas grandiosas en el billar… pero esa ocasión estaba especialmente estresado y eso le impedía lucirse al máximo. Luego de fallar una vez más se sentó con pesadez en uno de los sillones.

—¿Ya te das por vencido? —le preguntó Otto con sorpresa.

—No sé qué me pasa… estoy algo cansado…

—Bueno… —Otto se encogió de hombros y se fue a sentar al lado de Xavier. —Entonces cuéntame a qué debo tu visita.

Xavier suspiró, miró un segundo sus manos tratando de hallar en ellas la certeza de decir lo que pensaba, no encontró nada, entonces habló:

—Creo que algo le ocurre a Juliana.

—¿Algo? ¿Cómo algo?

—Está confundida…

—¿Ella? Xavier… no es por nada, pero Juliana toda su vida ha estado confundida…

—No respecto a mí… —Xavier dudó un momento en decir eso, ¿quién le garantizaba que años atrás Juliana no se hubiera visto con Octavio, aún andando con él?

—Espera… ¿Estás hablando de…? ¿Es posible?

Xavier asintió con la cabeza. Otto se puso de pie, caminó a la cocina y volvió con tazas de café.

—Es que todavía no lo creo… —se justificó por su repentina ausencia. —¿Quieres?

Xavier tomó una de las tazas y sin probar el líquido caliente continuó hablando:

—Pues créelo, imagínate, yo… no sé qué hacer…

—Supongo que ella no te ha dicho nada.

—Nada de nada.

—¿Y sospecha que sabes?

—Ni siquiera se ha dado cuenta de mi cambio de ánimo… anda tan sumergida en su mundo que... que... ¡Me desespera! ¿Qué debo hacer Otto? Tú la conoces mejor que yo, tú conoces toda su historia con ese patán… ¿Qué puedo hacer para… para… no perderla?

—¡Xavier! —respondió Otto con voz firme. —¡No la has perdido! Si la hubieras perdido, ¿tú crees que ella hubiera regresado contigo?

—Tal vez lo hizo porque se sentía presionada.

—Qué presionada ni qué ocho cuartos, ella te quiere… no, no te quiere, ¡Te ama! ¿Quién te asegura que Octavio volvió?

—León.

—Hmmm, entonces sí es cierto… pero, de todos modos… Juliana aún está algo tonta, ay esa amiguita mía…

Xavier esbozó una sonrisa y bebió del café.

—Me siento idiota… —dijo luego. —Mira que venir a verte para decirte estas cosas.

—Está bien, no te preocupes, te sentiste perdido, frustrado… ¿quién iba a entender mejor el asunto sino yo?

—Tal vez Juliana venga a verte. —advirtió Xavier.

—¿Ves? Y dices que yo la conozco mejor… ¿sabes qué es lo que pienso?

—¿Qué?

—Que conoces tan bien a Julicienta que por eso la amas más que antes, está tan conectada contigo, la extrañaste tanto ahora que se fue al extranjero, que por eso el miedo de perderla te aterra más que nunca… ¿no crees?

—Si la conociera no me preocuparía de nada, estaría seguro de que ha olvidado a Octavio…

—Pero es que sabemos que no lo ha olvidado…

Esa última frase hizo que una especie de coraje surgiera en el cuerpo de Xavier, de pronto se sintió tan molesto que hasta ganas le dieron de irse.

—Entonces tal vez la conozco tanto que sé que me va a dejar y por eso vengo como niño pequeño a pedirte ayuda…

Otto no respondió. Luego de unos minutos de beber café tranquilamente, el amigo de Juliana agregó:

—No te pongas así… verás que todo será como tiene que ser, no presiones nada, deja fluir todo… sucederá lo que tenga que suceder.

—No puedo estar con los brazos cruzados si ese sujeto intenta volver a verla.

—Entonces tal vez debamos entrar en acción.

—¿Cómo en acción? —el rayo de esperanza que surgió en el ambiente hizo que hasta el color de la piel de Xavier cambiara.

Otto sonrió malévolamente y dejando la taza de café en la mesita de centro comenzó a explicar una serie de ideas a Xavier. A cada palabra el chico sentía que aplicadas a la realidad definitivamente debían funcionar, que aquello podría poner en claro todo. Xavier comenzó a sentir aquella tranquilidad que añoraba, se imaginó a sí mismo llevando a cabo cada uno de los pasos…

—Pero recuerda —le dijo Otto. —Vas a hacer todo eso sólo si Octavio la busca, tal vez el tipo ya la dejó por la paz y tú preocupándote de más.

—No creo… pero está bien, sólo hasta que el sujeto dé señales de vida, mientras no. —Xavier se puso de pie para despedirse. —Entonces me voy, de veras gracias, ahora entiendo por qué Juliana siempre viene a pedirte consejo…

—Ni tanto. —sonrió Otto. —Soy yo el que le pide consejos a ella, lástima que no podemos consultarla para esta situación, nos daría algo más efectivo y fácil de hacer.

—Creo que lo que tú dijiste es más que suficiente, si eso no funciona prometo que dejaré a Juliana sin arrepentirme.

—Espero entonces que funcione, me agradas más tú que Octavio.

—Gracias Otto, nos vemos luego. —Xavier salió de la casa y luego agregó con rapidez: —No se te vaya a olvidar que tal vez Juliana venga a verte, no le digas que vine, ni le digas que ya sé lo de Octavio…

—No te preocupes, no sabrá nada… si viene eso quiere decir que nuestro plan entrará en marcha…

—Exacto.

—Bueno, entonces yo te llamaré si eso sucede, pero mientras relájate.

—Sí, ya me voy.

Xavier abordó su automóvil y se perdió en las calles oscuras de Uzmati. Una extraña emoción le recorría el cuerpo, pensaba en Juliana, en lo triste que ella había estado y luego se le vino a la cabeza aquella melodía tocada en el piano… Sacudió su cabeza con fuerza, respiró hondo y siguió manejando. Pronto llegó a su casa, estacionó el auto y bajó. Su hermano veía la televisión y sus padres dormían ya, él caminó directo a su habitación.

Cayó rendido en la cama, la plática con Otto le daba vueltas en la cabeza, oía cada idea, sentía que realizaba cada parte del plan y creyendo que ya todo estaba resuelto permitió que el sueño se adueñara de él. Sólo así pudo dormir con la tranquilidad que no había tenido en los días anteriores.

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