No somos nada. Xavier pensaba en lo efímero de su existencia mientras caminaba de regreso a la escuela. Somos una nada que anhelamos convertir en un todo. Yo, como ente solitario, estoy y no estoy. ¿Por qué alguien se preocuparía por esto? ¿Por mi soledad? Ahora entiendo, ella no me eligió porque yo fuera alguien, ella me escogió porque sabía que el otro diría “¿Por éste me cambiaste? Un tipo tan equis”. Sí, fue por eso. Xavier se sintió feliz con su pequeña conclusión. A pesar de lo gris, lo hizo sentir mejor.
Poca gente se siente bien pensando esto, se dijo a sí mismo. La mayoría anhela sentirse especial y única y no solitaria. Fingen. A veces dicen la verdad. Pero casi siempre fingen. Sentirse bien, ser felices, cuando por dentro realmente no conocen la nimiedad de su existencia. Xavier pensaba todo eso mientras caminaba por las calles de Uzmati de regreso a su casa, hacía menos de una hora que Vania había terminado con él.
Estuvo bien, pensó, ni llevábamos tanto. Como dos semanas. Lo único que le reprocho es que me hubiera dicho que me quería. La gente no quiere de verdad. Yo ¿a quién quiero? No estoy seguro de querer a alguien. Y menos de amar. La última frase se anidó en su cerebro y no pensó en nada más, ya casi llegaba. Entonces vio que uno de sus vecinos caminaba a la esquina y luego se regresaba. Lo hizo varias veces, Xavier lo miró con curiosidad.
—¿Qué haces? —le dijo acercándose a él.
—Ah, hola… —saludó el chico. —Pues… no sé qué hago…
—¿Cómo que no sabes?
—Estoy entre ir o no ir a ver a una niña…
—¿Y eso?
—Pues no sé… ¿tú qué harías?
—Pues si me gusta, iría… y si no, pues no.
—Me gusta.
—Pues ve…
—No, mejor no, ¿quieres un refresco? Yo te lo disparo.
—Bueno…
Ambos chicos caminaron a la tienda más cercana. Xavier notó el nerviosismo de su vecino, ¿ponerse así por una niña? Sintió un poco de risa y de envidia. A él Vania lo acababa de cortar y al parecer su vecino estaba a punto de tener novia.
—¿Por qué no vas a verla? —preguntó Xavier cuando se sentaron en la banqueta a beber el refresco.
—Anda triste, su novio le puso el cuerno.
—Pobre… pero pues mejor para ti, ¿no?
—No… su novio era mi mejor amigo… ella tampoco quiere verme.
Xavier se quedó callado. Sonaba a historia triste, conmovedora, de telenovela.
—La quiero y me gusta mucho, pero… no sé, creo que ella sólo me ve como un amigo. —confesó el chico.
—Clásico… No sé qué decirte… Espérala a ver si un día se fija en ti o… ve por ella y dile lo que sientes…
—Haré lo primero, igual y un día resulta ¿no?
Xavier asintió. Si él tuviera que elegir entre esperar e ir a buscar seguramente haría lo segundo, pero sólo por alguien que él estuviera seguro de querer. Y ahí volvía su idea existencial: nadie quiere a nadie, por tanto nadie va en busca de nadie, aparece la espera como símbolo de amor, pero es falso. La espera sólo carcome.
—Bueno, me voy, suerte con ella.
—Va, gracias.
Xavier entró a su casa. Dejó a su vecino sentado en la banqueta. Llegó y aventó la mochila en un sillón. Luego hizo sus deberes domésticos. Monotonía. Pensaba en Vania, la veía lejana. ¿Qué hicieron durante sus dos semanas de noviazgo? Ni siquiera lo recordaba bien y eso que apenas había pasado. Habían paseado en el recreo, él le había comprado una paleta, ella se había reído de un chiste y luego… nada más. No había historia.
El hecho de que yo sepa que no soy nadie me vuelve una persona menos interesante, pensó mientras lavaba los trastes. Un punto a mi favor: no soy en absoluto interesante. Xavier se divertía explorando su soledad, su individualidad. Nada había más importante que eso. Pensó en Joan, su vecino. Enamorado y mal correspondido. Como él. Bueno, no. Porque él no estaba enamorado de Vania, sólo había andado con ella por… ¿por qué?
En la tarde salió un rato a andar en bicicleta. Se había apresurado a hacer la tarea y tenía bastante tiempo libre. Ya había jugado con el playstation hasta aburrirse, aún quedaba luz en el cielo para salir en bicicleta. No era su pasatiempo favorito, pero entonces descubrió que realmente no tenía pasatiempo favorito. ¿Qué es lo que más te gusta hacer?, se preguntó. Y el silencio prolongado de su propia mente lo sorprendió.
Cruzó el río y vagó algunos minutos por los campos de milpa. Se sentía libremente solo. Pensó en lo que haría: volver a casa, obedecer a sus padres, hacer los deberes escolares, dormir, levantarse temprano, ir a la escuela, regresar, lo mismo de siempre. Costumbre. Se sentía bien en ese ciclo inmutable. Pocos se sienten bien en los ciclos inmutables. Dio vuelta en la bicicleta y regresó por el mismo camino.
Casi llegaba a su casa cuando se encontró de nuevo con Joan.
—¿Qué haces? ¿Fuiste a verla? —le preguntó.
—No, fui a ver al idiota de mi amigo.
—¿Al que ya no era tu amigo? —Xavier descendió de la bicicleta, ya estaba a menos de diez pasos de su casa.
—Ya no lo es, es más idiota de lo que creí.
—¿Por qué?
—¿Puedes creer que comenzó a andar con la prima de mi amiga?
—Déjame adivinar, ¿con ella le puso el cuerno?
—Sí.
—Bueno, tiene trece años ¿no?
—Sí, ¿y eso qué? Tú y yo también y no haríamos esas cosas, bueno, yo no.
—No sé Joan, ya se arreglará todo, nos vemos.
Xavier abrió la puerta de su casa, ¿tener trece años? ¿Tan poco? ¿Tan mucho? Él no entendía nada. Ni de edades ni de cosas que no hay que hacer. Ni a Joan. Ni a la niña que le gustaba a Joan. Ni a Vania. Ni eso de sentirse nadie. Ni eso de sentirse alguien. No entendía nada. Ni a él mismo. Sólo entiendo algo, se dijo, que quiero dormir. Y así, cansado y confuso, se tendió en la cama y cayó en sueño profundo.
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