La escena pareció ser más larga de lo que en realidad fue. Juliana salió tranquilamente de la escuela, se le había antojado una congelada y cruzó la calle para comprar una. Ya que la tuvo entre sus manos decidió sentarse en las escaleras de un negocio que estaba frente a la escuela. No sabía exactamente en qué estaba pensando, sólo disfrutaba del hielo en su boca. Era de limón. Hacía calor y la congelada le estaba cayendo bien al cuerpo.
Vio al resto de los alumnos que caminaban por la banqueta y que incluso invadían la calle provocando el enojo de los automóviles que transitaban. Tontos, se dijo, ni siquiera son capaces de caminar sólo por la banqueta. Observó los rostros de sus compañeros. Parecían todos tan pequeños. ¿Cuántos años tenían? Entre doce y quince años. ¿Acaso eso no era ser pequeño? ¿Cuántos años tenía Juliana? Trece. ¿Cuántos años le faltaban para casarse? Más de diez. ¿Por qué estaba calculando el tiempo que faltaba para la boda? ¿Boda? ¿Cuál boda?
Juliana sacudió su cabeza. ¿Pensar en boda a los trece años? Eso es precisamente lo que hacen en México. Al menos en los pueblos como Uzmati. Crear un príncipe, una historia de hadas y luego inculcar eso de ser madre y tener una bonita familia viviendo en paz por siempre. Pero ni siquiera la familia de Juliana vivía en eterna paz. Eso de la eterna paz no existe. Es un ideal. Una fantasía. ¿Paz eterna? ¿De qué serviría? ¿Paz es lo mismo que felicidad?
La congelada se estaba consumiendo rápidamente. Juliana sentía su boca fría. Era una sensación placentera considerando el calor que hacía. Así que tenía trece años y estaba pensando en una boda ¿eh? Patético. Y eso del príncipe. Realmente se había imaginado a Octavio como uno. De nuevo su nombre invadiendo sus pensamientos. ¿Acaso era tan difícil dejar de pensar en él? Venía sin ser pedido, era como una muletilla.
En fin, Octavio sí parecía un príncipe. Alto, guapo, muy guapo, el más guapo… Fue entonces cuando sucedió. Juliana los vio claramente. Ahí estaba su príncipe. Octavio pasó frente a ella tomado de la mano de Diana. La mirada de su prima indicaba una especie de “Lo siento”, pero los ojos de Octavio lucían contentos. Ahí iba el príncipe con alguien que no era ella.
¿Un príncipe? No, definitivamente no. Pero si no lo era entonces ¿por qué sentía que todo se estaba desmoronando? Fue entonces cuando Juliana se percató del pinchazo que recibió su propia burbuja. Su burbuja de cuentos de hadas. Rosa. Hadas y princesas. De niña. Fue en ese justo momento cuando Juliana sintió que la burbuja se pinchaba, tal como un globo. Y entonces lo vio todo de otra manera, sin tonalidades amables, todo de pronto pareció violento.
El mundo era violento. Ese mundo que no era su mundo, pero que tenía que enfrentar. Por alguna razón tenía que dejar de lado todo lo demás. Todo pareció más claro. Octavio y Diana siguieron caminando mientras ella los observaba. Y entonces supo que nada era lo que parecía. Realmente había cosas que no eran lo que se pensaba. Esa traición, no era traición. Era miedo. Inmadurez. Y dolía. Bastante.
La congelada se terminó diluyendo en su boca. Hasta sabía distinto. Juliana se tragó esa sensación de llanto que le nació del interior y se dirigió a su casa. En el camino Joan la alcanzó.
—Juliana, hay algo que debo decirte. —dijo con voz seria.
—Lo sé, los acabo de ver.
Joan se inmutó, pero siguió caminando al lado de ella.
—Lo siento, debí decirte, ayer fui a verlo y la verdad no sé qué es lo que le pasa, pero… bueno… ¿cómo te sientes?
—Ni bien ni mal.
—¿Eso es bueno?
—Ni bueno ni malo.
—¿Entonces?
—Lo siento Joan, quiero caminar sola.
Joan esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Juliana sentía que la cabeza le explotaba. Nadie cree que trece años sean suficientes para amar. Ella leyó alguna vez que todo eso del amor en realidad requiere de madurez, puedes tener treinta años, pero si no eres maduro, no sientes el amor. ¿Se estaba diciendo madura? No, no lo era. Por tanto eso que sentía por Octavio no podía ser amor. Pero dolía bastante. Bastante.
Juliana se detuvo un momento. Sentía cómo la gente caminaba omitiendo su presencia. Le dolía que Octavio la hubiera traicionado de esa manera. Ya no pudo aguantar y dejó que fluyeran las lágrimas. Era tan relajante poder llorar. Mientras las lágrimas resbalaban se imaginó a sí misma vista desde lo alto, ella sola, parada a la mitad del camino hacia su casa, con la cabeza gacha por las lágrimas, se imaginó también a la gente que caminaba y la ignoraba.
Soy un punto. El punto. Ése que imagino cuando quiero pensar en nada. Es como si todo el mundo fuera el plano y todos los seres humanos fuéramos puntos. Soy el punto. Nada. Podemos ser nada. Es posible. Pero también podemos ser todo, yo lo sé, porque ¿por qué es tan difícil pensar en nada? Generalmente pensamos en algo. Siempre. Generalmente somos alguien. Pero a veces es bueno sentirse nada.
Juliana siguió llorando. La burbuja se estaba deshaciendo por completo. Era algo nuevo. Descubrió que Octavio no pensaba lo que ella. Que tardaría años antes de descubrir que podía ser todo-nada. ¿Acaso alguien más podía tener esos pensamientos a esta edad? Hasta se sentía rara. Nueva. Pero rara. Le dolía lo de Octavio, era cierto. Pero le dolía más que su burbuja hubiera desaparecido. Tendría que enfrentarse a todo con su propio yo.
Retomó la marcha. Se secó las lágrimas con la manga del suéter. Se sentía mejor. Debía enfrentar la llamada realidad. Octavio y Diana eran novios. Octavio era su ex-novio. Diana era su prima. Traición-Inmadurez-Miedo. Tres cosas mezcladas en un solo acto. Olvidar. Eso tenía que hacer. Olvidar todo y nacer de nuevo. Agarrar fuerzas, quién sabe de dónde, pero agarrarlas con convicción.
Pronto llegó a su casa. Vio que alguien estaba sentado en el jardín. Era Fabiano.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó. —Vi a Octavio con… Diana.
—Yo también.
—¿Te sientes bien?
—No te puedo mentir, —respondió Juliana sentándose al lado de su amigo. —Me duele, pero sé que debo superarlo, después de todo Octavio no vale la pena, ¿verdad?
—Ni pena ni nada. Él no vale nada.
—No digas eso. —pidió la chica—Justo venía pensando en esas cosas, creo que la palabra nada es muy ambigua. Para muchos somos nada, para otros más somos todo. Es complicado, ¿sabes?
—Bueno, estoy seguro que para muchas personas tú eres más todo que nada. Y Octavio es muy tonto, porque siendo todo para ti quiso convertirse en nada.
—Sabio, ahora cuéntame, ¿cómo es que llegaste primero que yo?
—Sólo quería saber si te encontrabas bien.
—Lo estoy.
Juliana agradeció tener a personas como él a su lado. Y también pensó en Joan. Sin ellos dos todo hubiera resultado más difícil. ¿Por qué no tenía amigas? Bueno, no importaba ahora, tenía a Fabiano y a Joan. Con ellos era suficiente.
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