Seis cincuenta de la mañana. Juliana camina silenciosamente hacia la escuela. No hay ruido, va tarde, lo sabe. Si quería ruido hubiera salido diez minutos antes para oír las charlas de los vecinos que van a la misma escuela y, por qué no, hasta podría haber echado sazón al asunto. Pero para que Juliana salga diez minutos antes necesita despertarse veinte minutos antes y, por ende, dormirse el día anterior media hora antes y eso implica que se pierda su programa nocturno, que, aunque no está tan padre, ella ya se acostumbró a no perdérselo.
Así que se conforma con el sonido de sus zapatos sobre el asfalto; oye, no lejos de ella, cómo un viejito barre la calle y también escucha cómo la cortina de un negocio se levanta. El día ha iniciado. Mira de reojo el reloj que su padre le regaló en su pasado cumpleaños, es rojo y electrónico, no tiene que romperse la cabeza tratando de adivinar si el noveno puntito marca los 40 o 45 minutos, todo lo dice la pantallita. Seis cincuenta y ocho de la mañana. Juliana corre. Llega justo a tiempo.
En cuanto su persona cruza la entrada el conserje azota el portón. Juliana no ha dado ni el segundo paso cuando oye la puerta cerrarse tras de sí, ya no hay nadie en el patio y algunos profesores caminan con la taza de café hacia los salones. Juliana, en su afán de llegar antes que la maestra de matemáticas, choca con ella al dar la vuelta en el pasillo. La taza de café derrama algunas gotas y la profesora hace un gesto de dolor.
—¡Juliana! —exclama.
—Lo siento, es que… —Juliana intenta disculparse, esboza una sonrisa y toma las cosas que la maestra lleva en la otra mano. —Déjeme ayudarla.
La profesora hace un gesto de ya qué y ambas caminan al salón. Al entrar Juliana descubre que es la última en llegar, sólo su butaca se encuentra vacía. Deja las cosas en el escritorio y se va a sentar. Pone la mochila en el suelo y saca la libreta de matemáticas, lo bueno que hizo la tarea, así no tiene que preocuparse de nada en los próximos veinte minutos cuando la profesora comience a castigar a los que no la hicieron.
Como tiene tanto tiempo libre decide observar disimuladamente al sujeto que se sienta tres butacas detrás de ella, voltea para platicar con su amigo Fabiano y, fingiendo estar atenta en la charla, sus ojos se desvían hacia Octavio.
—¿Hiciste la tarea? —pregunta ella a Fabiano.
—Claro, ¿tú no? —responde Fabiano notando cómo la mirada de Juliana no es dirigida hacia él. —Ah… ya entendí, usas de nuevo tu estrategia, ¿verdad? Aparentar hablar conmigo para ver a Octavio…
—Sí, no te enojes. —dice Juliana con una sonrisa, pero inmediatamente ésta se apaga. —Es que ya no me habla… así que sólo puedo mirarlo…
—¿No crees que te ves muy obvia volteando así?
—¿Tú crees eso? Tal vez deba voltearme… —en eso Juliana gira la cabeza y recarga su cabeza en la paleta de la butaca. Menos de un minuto después siente en la espalda cómo Fabiano comienza a molestarla con un lápiz.
—Juliana… —susurra su amigo. —Era broma… no te ves tan obvia…
Inmediatamente la chica levanta la cabeza y vuelve a ver a su amigo.
—No me espantes, lo último que quiero es que Octavio piense que ando tras de él…
—¿Pues no es eso lo que pasa en realidad?
—Sí… pero… no me gusta andar de rogona…
Fabiano se soltó a reír. Luego calló su risa con la mano pues la profesora había volteado hacia ellos con el ceño fruncido.
—Ay Juliana, no inventes… pero si te hiciste mucho del rogar… Octavio quería andar contigo y, a ver, déjame adivinar, ¿lo rechazaste dos veces? ¿Tres veces?
—Sí… fueron tres veces… pero él debería ser más persistente, además, ¿qué tipo de declaraciones son ésas? ¿Si te dije que en la última el que habló fue Joan?
—Lo dijiste, créeme, pero entonces deja ya de mirarlo tanto… lo asustarás más… —Fabiano rió bajo y Juliana de nuevo volteó hacia su butaca, no sin antes mirar de reojo a Octavio.
Se dio cuenta que ese día iba particularmente guapo, llevaba el mismo uniforme de siempre e iba peinado de la misma forma que siempre, pero había algo que provocaba en Juliana cierto gusto y, por qué no decirlo, obsesión. Juliana ya se había enamorado de Octavio, pero él, al ser rechazado tres veces por la misma persona… no quería intentar por cuarta vez una declaración.
Octavio había notado con nervios cómo Juliana lo observaba. Él se había hecho el desentendido mientras hojeaba su cuaderno de matemáticas. Las manos habían comenzado a sudarle y estaba controlando mágicamente el no ruborizarse, cuando Juliana se giró de nuevo al pizarrón él sintió un alivio inexplicable. La clase dio inicio y la profesora castigó a diez alumnos, entre ellos a Joan, no tendrían derecho a receso. Una vez repartidos los castigos los oídos de todos fueron abatidos con temas algebraicos.
Luego tuvieron Historia y después Biología. La hora del recreo llegó pronto y todos salieron, excepto los castigados. Juliana era la encargada de revisar que no saliera nadie, ya que era la jefa de grupo, por ende era como una castigada más. Mandó a comprar una torta y un jugo con una de sus amigas y se sentó de nuevo en su butaca tratando de ignorar a los demás.
—Tu novia es súper payasa… —se quejó Joan a Octavio.
Éste encogió los hombros y le dijo a su amigo:
—¿Entonces? ¿Qué te traigo?
—No tengo hambre… —confesó Joan.
—Bueno, voy por mi almuerzo y regreso…
Octavio salió del salón seguido por la mirada disimulada de Juliana, cuando ya no había rastro de él Juliana volvió a sus labores, pero se dio cuenta que Joan la había estado observando. Fingió no haberlo notado y continuó revisando algunas cosas (que ni ella sabía qué eran, pero todo con tal de evitar una conversación con Joan). Sin embargo, Joan exclamó:
—Ya me di cuenta… sí te gusta Octavio…
Juliana levantó la cabeza, entornó los ojos y volvió a su cuaderno.
—No, en serio Juliana, sí te gusta… —se burló Joan.
—Pues si lo sabes proclámalo al mundo. —retó Juliana.
—Bueno, es que, el mundo ya lo sabe, lo que no sabemos es por qué lo rechazaste tanto… —al decir eso Joan fue a sentarse al lado de Juliana. —Anda dime, puedes confiar en mí…
—¿Confiar en ti? —dijo Juliana con tono escéptico. —¿Cómo voy a confiar en ti? También me dejaste de hablar…
—Ay, es que fue culpa de Octavio, ¿cómo le voy a hablar a la niña que hace sufrir a mi amigo?
Juliana volvió a entornar los ojos e ignoró por completo a Joan.
—¿Te gusta Octavio? —preguntó entonces Joan con voz baja. Juliana no respondió. Él insistió: —Vamos Juliana, dime, ¿te gusta Octavio?
—¿Por qué me hartas con preguntas obvias? —se exasperó Juliana. Su amigo esbozó una sonrisa pícara y luego preguntó aún más bajo:
—¿Sí te gustaría andar con él?
Juliana comenzó a notar claramente cómo se ruborizaba. Miró a su alrededor, el resto de sus compañeros estaba sumido en sus propios asuntos, nadie les hacía caso.
—Sí… —susurró Juliana.
—¡Ya ves! —exclamó Joan. —¿Entonces?
—No me gusta que lo sepa todo el salón… —se defendió ella.
—Nadie más lo sabrá… —aseguró Joan. En ese preciso instante Octavio entró al salón. Se detuvo al ver a Joan con Juliana. La mirada de su amigo se lo dijo todo y sintió lentamente cómo el nerviosismo comenzaba a atacarlo.
1 comentarios:
Te escribo en este último para que lo leas, aunque debería de hacerlo en el primero. ;)
Me parece genial tu blog, entré a través de Blisay y le eché un vistazo. Una bonita blog novela. Ahora mismo no puedo leerla porque estoy escribiendo y me iría (tu sabes, que desvarío) pero en cuanto esté libre (hoy más tarde, mañana o pasado como muuuy tarde) empiezo. Te digo mi opinión cuando termine...
Un beso y nos leemos, ali.
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