martes, 27 de julio de 2010

Concierto

El automóvil de Xavier atravesaba sin prisa las calles de Uzmati, manejaba tranquilo y con cierto aire melancólico, los tonos grises del panorama lograban que su mirada se volviera serena y taciturna, reparó en que su novia tenía los ojos perdidos, se había puesto así luego de que él le preguntara si le tenía miedo a los truenos.

—¿Qué tipo de recuerdos? —preguntó Xavier para romper el inusitado silencio que había surgido en la conversación.

—¿Eh? —Juliana reparó en su existencia mirando curiosa a su novio.

—Sí… dijiste que los truenos te traen muchos recuerdos… ¿qué tipo de recuerdos?

—Ah… pues sólo recuerdos…

—¿Buenos o malos?

—Pues… un tiempo fueron buenos, otro tiempo fueron malos… ahora creo que sólo son recuerdos, ni buenos ni malos, sólo cosas que había olvidado…

—Suenas a una persona de ochenta años. —declaró Xavier con tono de broma.

—Tal vez he envejecido sin darme cuenta… —respondió Juliana sin sonreír fijando su mirada en las casas que pasaban lentamente por la ventana del automóvil. —Ya no quiero ir a casa de Otto, mejor llévame a la Casa de Cultura… ¿crees que me dejen usar el piano?

—¿Te sientes bien? —preguntó Xavier notando tristeza en la voz de Juliana.

—Sí… es sólo que me acabo de acordar que si voy a casa de Otto tal vez me encuentre a Pagen y a ella no le dará gusto mi presencia…

—¿Crees que te guarde resentimiento? En realidad nunca anduviste con Otto, es sólo tu amigo… —opinó Xavier dando vuelta con el volante en manos.

—Lo sé, pero las mujeres somos raras…—expresó Juliana.

Xavier movió la cabeza en gesto afirmativo y se dirigió por el lado contrario de la calle, hacia la Casa de Cultura de Uzmati, un edificio grande y frío, más si estaba a punto de llover.

—Pues yo al ver este panorama también me acuerdo de cosas… —confesó el chico con una leve sonrisa dibujada en los labios.

—¿Qué cosas? —preguntó Juliana sin mucho interés, Xavier se percató del tono desinteresado de la chica y contestó cansado:

—Sólo cosas…

Juliana no insistió en saber cuáles eran esas cosas que atravesaban por la mente de Xavier y eso lo hizo sentirse mal. Miró el parabrisas, las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer, parecían pequeñas islitas dibujadas en el vidrio del automóvil, temblaban ante el aire frío que intentaba arrasarlas, aún no eran muchas y moteaban el parabrisas, Xavier tomó con fuerza el volante, comenzaba a recordar sin querer aquel día en que también las gotas se esparcían en el vidrio de un espejo…

Él tenía diecisiete años y estaba en un concierto masivo cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, las había observado en el espejo de una de sus amigas.

—Ya guarda tu espejo, Mariana, así te ves bien. —dijo Ronaldo a la chica que trataba de ponerse un poco de rímel. —Se va a soltar la lluvia, de nada te servirá que te pintes.

—Eres cruel. —dijo Mariana al primo de Juliana y guardó celosamente su espejo. —Bien… ¿a quién estamos esperando?

—A la novia de Xavier. —se burló Ronaldo. —¿Puedes creer que tenga? Yo no me lo creo… tu novia ya tiene dos minutos de retraso… —agregó dirigiéndose a Xavier con tono divertido.

—No es mi novia… todavía… —dijo Xavier omitiendo la burla de Ronaldo, buscaba con su mirada algún rastro de aquella chica, pero había tanta gente que no podía distinguir nada.

—Ojalá no tarde más. —opinó Mariana. —Está comenzando a llover y no quiero empaparme toda…

—¿Te presto mi suéter? —dijo entonces Ronaldo con tono benévolo quitándose la prenda y dándosela a Mariana, ella sonrió agradecida y se puso el suéter.

—¡Ahí está! —exclamó Xavier caminando hacia una chica que venía de pantalones de mezclilla, sudadera rosa y tennis amarillos.

—¿Tú la conoces? —preguntó Mariana tratando de reconocer el rostro de la chica que se acercaba, lucía muy simpática y de mirada vivaz, además tenía el cabello largo y suelto, Mariana codeó a Ronaldo. —Te hablo…

—¿Qué si la conozco? No lo puedo creer. —soltó Ronaldo llevándose una mano a la boca. —¡Juliana! ¡Qué diablos! ¿Te gusta este patán?

—Ahm… ¿Hola? —saludó la chica con una enorme sonrisa haciendo oídos sordos a la expresión de su primo.

—Hola. —saludó alegremente Mariana.

—¿Quieres tranquilizarte Ronaldo? —dijo Juliana a su primo dándole una palmada en la espalda.

Ronaldo miró con incredulidad a Xavier y éste se sintió satisfecho de la impresión que había causado con Juliana.

—Es que no puedo creerlo, ¿tú Juliana? ¿Pero es que no sabes que este tipo no te conviene? —bromeó Ronaldo señalando a Xavier. —No te creas, es sólo que no lo puedo creer.

Xavier y Juliana sonrieron, Mariana interrumpió la escena diciendo:

—¿Caminamos ya? La lluvia se está soltando…

Los cuatro comenzaron a hacerse paso entre la multitud, las gotas caían sobre sus cabezas, lentamente, sentían no mojarse, Xavier cuidaba de que Juliana pudiera pasar bien entre las personas, de reojo notaba cómo Ronaldo también cuidaba de Mariana…

…sonrió dándose cuenta de lo cursis que se veían haciendo eso…

—¿De qué te ríes? —preguntó entonces Juliana interrumpiendo el sonido lento y tranquilo de las gotas sobre el auto.

—De nada. —se apresuró a responder Xavier. —Ya casi llegamos.

Juliana lo miró con preocupación, luego vio cómo las gotas caían más tupidamente sobre la calle.

—Dime. —insistió a su novio.

—¿Qué te digo?

—¿De qué te reías?

—De nada, en serio…

Juliana no preguntó más. Se conformó con mirar cómo el agua en el suelo iba formando una corriente, la escena la hizo pensar en varias cosas, entonces Xavier interrumpió:

—Bueno, ¿te acuerdas del día del concierto? De eso me estaba acordando…

—Claro que me acuerdo… y ahora que lo mencionas yo también pensaba en eso… —expresó Juliana. Luego ambos se quedaron callados. Parecía como si el recuerdo de ese día abordara sus mentes al mismo tiempo. Xavier conducía debajo de la lluvia, faltaba menos de cinco minutos para llegar a la Casa de Cultura, pero parecía que el pensamiento hacía que el tiempo pasara más lento…

…si quisieran poner atención a la lluvia notarían claramente cómo las gotas caían al suelo…

Pero las notas de las canciones vibraban en todo el ambiente, Xavier había notado cómo Ronaldo había tomado la mano de Mariana, se preguntaba si él debía hacer lo mismo con Juliana. Toda la gente brincaba al ritmo de la música, algunos gritaban la letra de la canción que sonaba, Juliana movía su cuerpo en total conexión con el ambiente, las gotas resbalaban por su rostro. Xavier entonces bajó la mano derecha y en un acto buscó los dedos de Juliana. Ella al sentir el contacto con la piel de Xavier sonrió y ya con las manos unidas siguieron disfrutando del concierto.

viernes, 23 de julio de 2010

Recuerdo

Eran las cuatro de la tarde, Octavio se asomó a la ventana y observó que el cielo, antes claro, estaba tupido por nubes negras y a punto de romper en lluvia. Hizo una mueca de desagrado, cerró la cortina y se dirigió al armario. Sacó un suéter verde y luego se fue a la cocina:

—Me voy a la escuela, no tardo.

—Se me olvida que los domingos vas a esas cosas de laboratorio… —exclamó su madre con cierta preocupación. —¿Ya llevas suéter? Parece que va a llover feo…

—No te preocupes ma’, no me tardo, tal vez Samuel me traerá en su auto así que… no me mojaré.

La madre esbozó una sonrisa y Octavio salió de su casa. Enfiló hacia la calle próxima, caminaba despacio e incluso con cierta alegría, no podía creer que él mismo estuviera llevando a cabo un plan tan absurdo. Movió la cabeza tratando de cambiar la palabra absurdo por otra que sonara menos tonta, pero no la halló. Pronto tomó el transporte y se dirigió a la escuela.

Mientras el autobús recorría la carretera llena de baches con una velocidad sorprendente, Octavio, tratando de no agitarse tanto ante el movimiento del vehículo, miraba por la ventana. Aún no llovía. Las casas pasaban frente a él rápidamente, iluminadas por los tonos oscuros del panorama, era un ambiente gris y hasta triste, pero Octavio sintió un jaloneo al pasado, como si antes ya hubiera pensado que aquello era gris y triste… pero que en realidad era cálido y agradable.

Por un momento cerró los ojos tratando de revivir por completo el recuerdo que le hacía sentirse extrañamente emocionado, notaba cómo en su mente las ráfagas de pensamientos le golpeaban las paredes cerebrales y sintió mareo. Abrió los ojos, el autobús se movía imparable ante el horroroso camino.

—Maldita carretera. —murmuró con molestia.

Nuevamente cerró los ojos, no sin antes tratar de acomodarse bien en el asiento, la carretera casi destruida estaba a punto de terminar y le esperaba una media hora de recorrido sobre una autopista bien construida y sin rastro de baches, podría entonces dedicarse por completo a recordar.

Ahí estaba él, de doce años, tocando la puerta de la casa de Ana. Minutos después la niña de mirada melancólica abrió y se quedó sorprendida al ver frente a ella a Octavio.

—¿Ocurre algo? —preguntó la chica con su voz inconfundible, una mezcla de canturreo serio, pero con tonos vivos.

—Caty me dijo que la clase de piano de Juliana empezaba a las dos de la tarde y es mentira… fui a la Casa de Cultura y no había nadie… —se quejó Octavio recargándose en la pared.

Ana sonrió, luego mirando a Octavio hizo una pregunta harto obvia:

—¿Quieres ver a Juliana?

—¡Por supuesto! —exclamó Octavio. —Pero ahora resulta que no sé a qué hora es su clase, sé que tiene clase hoy, pero no tengo ni idea de su horario…

—Y ¿por qué no le preguntaste a ella? —preguntó Ana con cierta incredulidad.

—Porque quería darle una sorpresa… anda Ana, tú debes saber… ¿a qué hora es su clase?

—¿Yo? Pero yo… —Ana se quería desligar del asunto, sabía bien la hora del curso de Juliana porque alguna vez había conversado con ella, pero no quería ayudar a Octavio o si no Caty le retiraría la palabra… perder la amistad de Caty era perder casi todo… —Yo no sé a qué hora es.

Octavio se sentó triste en el suelo… vio hacia arriba, el cielo, azul antes, comenzaba a llenarse de nubes.

—¿Qué haré? Deseaba tanto poder ir a ver a Juliana y ver cómo toca el piano…

Ana se quedó parada, luego emitiendo un suspiro dijo:

—Bien, te diré, pero por favor no le digas a Caty que yo te ayudé… la clase de Juliana empieza a las cinco…

—¡Gracias Ana! —exclamó Octavio con alegría dando un abrazo sorpresivo a la chica, ella también sonrió: —¿Qué hora es? Son casi las cuatro… voy de una vez, igual y la veo antes de que entre.

El Octavio de doce años caminó con una enorme sonrisa en su rostro decidido a encontrarse con su novia Juliana, lo acompañaba el cielo gris, tal vez llovería pero eso no le importaba…

El vehículo frenó de repente…

—¡Estúpido! ¡No te metas! —injurió el chofer tocando frenéticamente el claxon a un automóvil que iba delante de él. —¡Fíjate idiota!

Las palabras sobresaltaron a los pasajeros, en especial al Octavio de veinte años que sintió estremecerse por completo, una vez que el susto pasó se sintió molesto con el hombre gordo y grosero que conducía el autobús. Miró una vez más por la ventana…

…aún no llovía, parecía que las nubes esperaban algo, no dejaban caer toda el agua, había un panorama gris y triste…

Juliana cerró la cortina de su habitación y acercándose a Xavier le dijo:

—Bien, ya acabé de escombrar esto, ¿me vas a llevar a algún lado?

—¿A dónde quieres ir?

—Hmm, tal vez sea bueno ir a casa de Otto…

—¿Otto? ¿Y a qué? —preguntó Xavier sorprendido, Otto era el mejor amigo de Juliana y de hecho se llevaba bien con él, pero siempre que Juliana iba a verlo era para contarle cosas relacionadas con… Octavio…

—Pues nada más, tengo ganas de tocar el piano… y él tiene uno… —declaró Juliana sentándose en una de las sillas rojas que tenía en su habitación.

—¿Por qué de pronto te dieron ganas de tocar el piano?

—Me gusta tocar el piano cuando llueve…

—Pero si no está lloviendo…

—Pero cuando lleguemos a casa de Otto las gotas caerán estrepitosamente que acompañarán con su melodía mis notas en el piano…

Xavier sonrió. Vio cómo el rostro de Juliana parecía una melodía, su boca las notas suaves, y sus ojos las notas vivas, las que le daban color a la pieza.

—¿Qué? —preguntó ella percatándose de la mirada de Xavier.

—Nada, si quieres vamos a casa de Otto… —resolvió Xavier levantándose de su asiento, tomó la chaqueta y abrió la puerta del cuarto de Juliana. Ella lo miró complacida, se acercó y le dio un cálido beso en los labios. Salieron a la calle. El día estaba frío…

…gris, casi sin sentido, el aire soplaba en la nuca y se sentía estremecer todo el cuerpo, pero la lluvia aguantaba, parecía esperar que todas las personas estuvieran en las calles para que pudiera mojarlas por completo…

Octavio caminaba ya hacia la escuela, había alejado con trabajos aquel recuerdo en que, con doce años, caminaba también bajo un panorama frío y gris. Esta vez iba hacia la universidad, aquella ocasión se dirigía hacia la Casa de Cultura, en donde Juliana tomaba clases de piano. Buscó con la mirada algún rastro de Samuel, pero no vio nada, así que se metió a la cafetería escolar, atento con la mirada en la puerta de entrada por si su amigo llegaba. Justo cuando cruzó la puerta de la cafetería…

…un relámpago iluminó el cielo y menos de diez segundos después el trueno estremeció el ambiente…

Juliana se tapó los oídos, sólo sus ojos pudieron observar cómo las nubes parecían ser enormes monstruos a punto de romper en llanto cuando la luz del relámpago las atravesó.

—Lloverá feo. —dijo Xavier conduciendo con precaución. —No sabía que te daban miedo los truenos… —agregó mirando cómo su novia apretaba los dedos contra sus oídos.

—No me dan miedo… —expresó Juliana poniendo las manos en su regazo luego de que el estruendo hubiera pasado. —Es sólo que… me trae muchos recuerdos…

martes, 20 de julio de 2010

Joan se levantó de inmediato yendo hacia Octavio, lo tomó del hombro y lo sacó del salón.

—¿Qué te pasa? —se quejó Octavio tratando de sostener en sus manos el almuerzo.

—Juliana sí quiere andar contigo… —soltó Joan preso de una extraña emoción.

—Ajá, qué novedad. —dijo Octavio desanimado mientras daba una enorme mordida al sándwich que llevaba.

—No, es en serio, creo que ya debemos terminar con la ley del hielo.

—¡Pe-g-ro apenash la ini-g-ciamos! —exclamó Octavio con la boca llena de comida.

—Lo sé… pero mírala… —dijo Joan señalando a Juliana, ella estaba tratando de ignorarlos por completo y mientras hacía bolitas de papel. —Se ve tan afectada…

Octavio siguió mirándola. Juliana iba peinada de una nueva forma, él esbozó una sonrisa, se supone que tendría que llevar el cabello suelto, pero ella se esforzó en peinarse…

—Entonces… ¿tengo que decirle? —susurró comenzando a sentir de nuevo el jaloneo del nerviosismo.

—Sí, pero no ahorita, el receso está a punto de terminar. —sugirió Joan y al acto la chicharra que anunciaba el fin de la pausa sonó. En menos de dos minutos todos se amontonaron para entrar al salón, les tocaba Geografía.

Mientras la profesora hablaba algo sobre las montañas de occidente, Juliana volteó a ver a Fabiano, por un segundo su mirada se cruzó con la Octavio, ambos se pusieron nerviosos.

—¿Juliana? —preguntó Fabiano notando la perturbación de su amiga.

—¿Sí? Ah… este… ¿adivina qué me acaba de pasar?

Y entonces Juliana comenzó a relatarle a su amigo cómo Joan se había acercado a ella y cómo le había asegurado algo casi imposible.

—¿Y le creíste? ¿Piensas que Octavio se te declarará hoy? ¿Qué hay con eso de hacerse la difícil? —cuestionó Fabiano con raro tono.

—Pues ¿no tú me dijiste que debía ceder un poquito?

—Yo nunca dije eso.

—Pues eso te entendí y… además no creo que Octavio me diga nada… es tan tímido…

Dicho eso Juliana volvió a voltearse. Octavio había aguzado lo más posible su oído para escuchar la conversación de Juliana con Fabiano, pero pudo entender muy poco. Miró a Joan y éste a la vez le pasó un papelito.

Dile a Juliana que la verás en la cancha de fútbol a la hora de Educación Física.

Octavio frunció el entrecejo. Luego arrancó una hoja de papel y escribió torpemente:

Hola Juliana, me preguntaba si puedo hablar contigo en la cancha de fútbol, hoy durante la clase de Educación Física.

Dobló cuidadosamente el papel y pidió a la chica que estaba frente a él que lo pasara a Juliana. La niña tomó el papelito y se lo dio a su vez a Fabiano quien, al darse cuenta de quién provenía, dudó algunos segundos en entregarlo a Juliana, pero al final su sentido de amistad cedió.

—Toma. —susurró pasando el papel con una goma.

—¿Qué es esto? —preguntó la chica, pero al desdoblarlo supo la respuesta. Enseguida contestó:

Sí, ahí nos vemos.

Fabiano intuyó la respuesta por la enorme sonrisa que Juliana tenía dibujada en los labios y sintió dentro de sí una tristeza inexplicable. Octavio leyó el papelito. Joan le hizo una seña de que debía relajarse y eso es a lo que se dedicó Octavio. A respirar y relajarse. Geografía terminó y todos salieron a las canchas de básquetbol, era el inicio de Educación Física. Mientras todos se sentaban a esperar al profesor, Joan y Octavio se desviaron hacia las canchas de fútbol. Juliana los alcanzó minutos después.

Vio de lejos que Octavio estaba recargado en uno de los postes de la portería, Juliana sintió mariposas en el estómago, luego notó que Joan caminaba hacia ella.

—Bueno, yo me voy, ahí los dejo. —susurró el chico al pasar a su lado.

Juliana sonrió y continuó caminando hacia Octavio. Una vez que llegó se recargó en el otro poste de la portería, tenía frente a sí el enorme campo de fútbol, oía desde lejos cómo sus compañeros comenzaban a hacer ejercicio, seguramente el profesor ya habría llegado.

—Hola. —Octavio rompió al fin el silencio.

—Hola. —respondió Juliana divertida, volteó hacia donde se encontraba el chico y se dio cuenta que él ya había caminado tres pasos al lado de ella.

—¿Cómo estás? —preguntó Octavio con un valor increíble, por primera vez no se ponía nervioso, ni su rostro se veía ruborizado, hasta sonaba seguro.

—Bien, ¿y tú?

—Igual…

En ese momento los dos se quedaron callados. Juliana comenzó a sentirse extrañamente nerviosa, comenzó a pensar que hubiera sido mucho más sencillo si Joan se hubiera quedado, y en ella surgieron todos los síntomas de Octavio, las manos sudadas, el rostro rojo, el corazón a mil por hora…

—Yo… —soltó Octavio. —Yo… bueno, es que…

Juliana con trabajos entendía lo que decía Octavio, lo miró fijamente, era más alto que ella, y así, sin la sudadera del uniforme se veía realmente bien. Quiso irse corriendo, ¿qué rayos estaba haciendo? Caminó dos pasos.

—Espera… —pidió Octavio. —No te vayas, por favor.

—No… no me iba… —se apresuró a responder ella con la voz atascada.

—Bueno ya… —se escuchó claramente cómo Octavio reunió de un solo jalón el aire suficiente y soltó con energía. —¿Quieres ser mi novia?

Juliana sonrió. Luego volvió a recargarse en el poste de la portería. Octavio se paró frente a ella.

—¿Cómo ves? —preguntó el chico observando los ojos de Juliana.

—¡Oigan! ¡Ya están pasando lista! —gritó Joan desde el patio de básquetbol.

Inmediatamente los dos reaccionaron. Juliana iba a comenzar a correr pero Octavio le cerró el paso.

—Dime tu respuesta.

Ella volvió a sonreír. Lo miró menos de un segundo, enseguida lo tomó de la mano y lo jaló para que ambos echaran a correr. Octavio se quedó paralizado, los dedos de Juliana estaban entrelazados con los de él.

—¿Esto es un sí?

—Yo no he dicho nada. —dijo Juliana corriendo y con voz agitada.

—Dímelo. —pidió de nuevo Octavio.

Ambos corrieron hasta llegar a la cancha de básquetbol, llegaron justo a tiempo para que Juliana pudiera decir presente. Luego comenzaron a jugar, pero Octavio, decidido a obtener una respuesta abrazó a Juliana y en medio de la sorpresa de todos, le dijo:

—Dime. —Juliana poco a poco fue correspondiendo el abrazo y dijo con voz suave y clara:

—Claro que sí.

viernes, 16 de julio de 2010

Gusto

Seis cincuenta de la mañana. Juliana camina silenciosamente hacia la escuela. No hay ruido, va tarde, lo sabe. Si quería ruido hubiera salido diez minutos antes para oír las charlas de los vecinos que van a la misma escuela y, por qué no, hasta podría haber echado sazón al asunto. Pero para que Juliana salga diez minutos antes necesita despertarse veinte minutos antes y, por ende, dormirse el día anterior media hora antes y eso implica que se pierda su programa nocturno, que, aunque no está tan padre, ella ya se acostumbró a no perdérselo.

Así que se conforma con el sonido de sus zapatos sobre el asfalto; oye, no lejos de ella, cómo un viejito barre la calle y también escucha cómo la cortina de un negocio se levanta. El día ha iniciado. Mira de reojo el reloj que su padre le regaló en su pasado cumpleaños, es rojo y electrónico, no tiene que romperse la cabeza tratando de adivinar si el noveno puntito marca los 40 o 45 minutos, todo lo dice la pantallita. Seis cincuenta y ocho de la mañana. Juliana corre. Llega justo a tiempo.

En cuanto su persona cruza la entrada el conserje azota el portón. Juliana no ha dado ni el segundo paso cuando oye la puerta cerrarse tras de sí, ya no hay nadie en el patio y algunos profesores caminan con la taza de café hacia los salones. Juliana, en su afán de llegar antes que la maestra de matemáticas, choca con ella al dar la vuelta en el pasillo. La taza de café derrama algunas gotas y la profesora hace un gesto de dolor.

—¡Juliana! —exclama.

—Lo siento, es que… —Juliana intenta disculparse, esboza una sonrisa y toma las cosas que la maestra lleva en la otra mano. —Déjeme ayudarla.

La profesora hace un gesto de ya qué y ambas caminan al salón. Al entrar Juliana descubre que es la última en llegar, sólo su butaca se encuentra vacía. Deja las cosas en el escritorio y se va a sentar. Pone la mochila en el suelo y saca la libreta de matemáticas, lo bueno que hizo la tarea, así no tiene que preocuparse de nada en los próximos veinte minutos cuando la profesora comience a castigar a los que no la hicieron.

Como tiene tanto tiempo libre decide observar disimuladamente al sujeto que se sienta tres butacas detrás de ella, voltea para platicar con su amigo Fabiano y, fingiendo estar atenta en la charla, sus ojos se desvían hacia Octavio.

—¿Hiciste la tarea? —pregunta ella a Fabiano.

—Claro, ¿tú no? —responde Fabiano notando cómo la mirada de Juliana no es dirigida hacia él. —Ah… ya entendí, usas de nuevo tu estrategia, ¿verdad? Aparentar hablar conmigo para ver a Octavio…

—Sí, no te enojes. —dice Juliana con una sonrisa, pero inmediatamente ésta se apaga. —Es que ya no me habla… así que sólo puedo mirarlo…

—¿No crees que te ves muy obvia volteando así?

—¿Tú crees eso? Tal vez deba voltearme… —en eso Juliana gira la cabeza y recarga su cabeza en la paleta de la butaca. Menos de un minuto después siente en la espalda cómo Fabiano comienza a molestarla con un lápiz.

—Juliana… —susurra su amigo. —Era broma… no te ves tan obvia…

Inmediatamente la chica levanta la cabeza y vuelve a ver a su amigo.

—No me espantes, lo último que quiero es que Octavio piense que ando tras de él…

—¿Pues no es eso lo que pasa en realidad?

—Sí… pero… no me gusta andar de rogona…

Fabiano se soltó a reír. Luego calló su risa con la mano pues la profesora había volteado hacia ellos con el ceño fruncido.

—Ay Juliana, no inventes… pero si te hiciste mucho del rogar… Octavio quería andar contigo y, a ver, déjame adivinar, ¿lo rechazaste dos veces? ¿Tres veces?

—Sí… fueron tres veces… pero él debería ser más persistente, además, ¿qué tipo de declaraciones son ésas? ¿Si te dije que en la última el que habló fue Joan?

—Lo dijiste, créeme, pero entonces deja ya de mirarlo tanto… lo asustarás más… —Fabiano rió bajo y Juliana de nuevo volteó hacia su butaca, no sin antes mirar de reojo a Octavio.

Se dio cuenta que ese día iba particularmente guapo, llevaba el mismo uniforme de siempre e iba peinado de la misma forma que siempre, pero había algo que provocaba en Juliana cierto gusto y, por qué no decirlo, obsesión. Juliana ya se había enamorado de Octavio, pero él, al ser rechazado tres veces por la misma persona… no quería intentar por cuarta vez una declaración.

Octavio había notado con nervios cómo Juliana lo observaba. Él se había hecho el desentendido mientras hojeaba su cuaderno de matemáticas. Las manos habían comenzado a sudarle y estaba controlando mágicamente el no ruborizarse, cuando Juliana se giró de nuevo al pizarrón él sintió un alivio inexplicable. La clase dio inicio y la profesora castigó a diez alumnos, entre ellos a Joan, no tendrían derecho a receso. Una vez repartidos los castigos los oídos de todos fueron abatidos con temas algebraicos.

Luego tuvieron Historia y después Biología. La hora del recreo llegó pronto y todos salieron, excepto los castigados. Juliana era la encargada de revisar que no saliera nadie, ya que era la jefa de grupo, por ende era como una castigada más. Mandó a comprar una torta y un jugo con una de sus amigas y se sentó de nuevo en su butaca tratando de ignorar a los demás.

—Tu novia es súper payasa… —se quejó Joan a Octavio.

Éste encogió los hombros y le dijo a su amigo:

—¿Entonces? ¿Qué te traigo?

—No tengo hambre… —confesó Joan.

—Bueno, voy por mi almuerzo y regreso…

Octavio salió del salón seguido por la mirada disimulada de Juliana, cuando ya no había rastro de él Juliana volvió a sus labores, pero se dio cuenta que Joan la había estado observando. Fingió no haberlo notado y continuó revisando algunas cosas (que ni ella sabía qué eran, pero todo con tal de evitar una conversación con Joan). Sin embargo, Joan exclamó:

—Ya me di cuenta… sí te gusta Octavio…

Juliana levantó la cabeza, entornó los ojos y volvió a su cuaderno.

—No, en serio Juliana, sí te gusta… —se burló Joan.

—Pues si lo sabes proclámalo al mundo. —retó Juliana.

—Bueno, es que, el mundo ya lo sabe, lo que no sabemos es por qué lo rechazaste tanto… —al decir eso Joan fue a sentarse al lado de Juliana. —Anda dime, puedes confiar en mí…

—¿Confiar en ti? —dijo Juliana con tono escéptico. —¿Cómo voy a confiar en ti? También me dejaste de hablar…

—Ay, es que fue culpa de Octavio, ¿cómo le voy a hablar a la niña que hace sufrir a mi amigo?

Juliana volvió a entornar los ojos e ignoró por completo a Joan.

—¿Te gusta Octavio? —preguntó entonces Joan con voz baja. Juliana no respondió. Él insistió: —Vamos Juliana, dime, ¿te gusta Octavio?

—¿Por qué me hartas con preguntas obvias? —se exasperó Juliana. Su amigo esbozó una sonrisa pícara y luego preguntó aún más bajo:

—¿Sí te gustaría andar con él?

Juliana comenzó a notar claramente cómo se ruborizaba. Miró a su alrededor, el resto de sus compañeros estaba sumido en sus propios asuntos, nadie les hacía caso.

—Sí… —susurró Juliana.

—¡Ya ves! —exclamó Joan. —¿Entonces?

—No me gusta que lo sepa todo el salón… —se defendió ella.

—Nadie más lo sabrá… —aseguró Joan. En ese preciso instante Octavio entró al salón. Se detuvo al ver a Joan con Juliana. La mirada de su amigo se lo dijo todo y sintió lentamente cómo el nerviosismo comenzaba a atacarlo.

viernes, 9 de julio de 2010

A ustedes / Sobre la creación de Octavio

¡Hola a todos los lectores de TIEMPO PREDESTINADO!

Cuando inicié esta novela no pensé jamás que tuviera gente que estuviera interesada en leerla, es una historia de amor que a veces puede carecer de imaginación, pero que me llena mucho. Los que me conocen sabrán bien a qué me refiero, y los que no, sabrán con el paso de los capítulos un poco más de estos tres personajes que se complican demasiado la existencia, ¿verdad?

El motivo de que me dirija a ustedes es para informarles que hoy, viernes, no habrá capítulo nuevo :( Tendrán que esperar al martes. Lo siento mucho de verdad, lo último que quería era atrasarme con la subida de capítulos, pero me di cuenta que lo que más me importa es la coherencia y la calidad de la novela que la escritura rápida para cumplir con un calendario.

Además aprovecho la entrada para decirles que en verdad la historia se va a poner muy buena, me agradan mucho los comentarios que me dejan, es algo que me motiva, incluyendo el comentario sobre “reflejo de la pequeña burguesía”. No lo negaré, releí algunos capítulos y descubrí que mi historia no se enfoca para nada en problemas sociales, me di cuenta que es “una vida-cuento de hadas-actual-pequeñaburguesa” jaja, pero de verdad esa no ha sido mi intención, así ha salido.

Para los que no lo saben esta historia ya tiene un final, el chiste es llegar a él de la mejor manera posible xD, espero que sigan al pendiente… ¿es destino o casualidad que ustedes dieran con esta historia?.

Y bueno, he decidido bautizar estas incursiones mías como “Notas de la escritora”, además de regalarles pequeños datos curiosos de la realidad enfocados a la novela, espero que les agraden y dejen sus comentarios n.n

¿Sabían que…?

El primer personaje que nació fue Octavio. Una tarde lluviosa (como éstas que azotan julio) de algún mes en el año 2006. Imagínense, llevo cuatro años conociendo a este personaje :) Ese día yo me encontraba pensando sin cesar en una persona (sí, Octavio primeramente fue el reflejo pleno de esa persona, con el paso del tiempo se fue separando de la realidad, hasta convertirse en lo que es hoy). Fue tan fuerte mi pensamiento que creí saber qué era lo que él estaba haciendo, incluso pensando, así que tomé mi pluma y mi cuaderno, y narré en seis páginas el momento idealizado en mi cabeza. Fue un cuento contado en primera persona sobre cómo Octavio pateaba todo en su habitación ya que se lamentaba de no haber sido lo suficientemente valiente para decirle a ella sus sentimientos.

¿Por qué se llama Octavio? La verdad es que ni yo lo sé, pero cuando lo pronuncié me di cuenta que quedaba perfecto para un niño que daba todo al enamorarse y lo perdía por falta de madurez.

Abril G. Karera

martes, 6 de julio de 2010

Ojos

Creo que siempre he sido un torpe. Nunca he logrado con certeza saber qué es lo quiero hacer de mí. Hubo un tiempo en que me sentí tan solo que llegaba a casa únicamente para meterme debajo de las cobijas y luego cerraba los ojos intentando verme en otro lugar, con otras personas, en otro tiempo. No culpo de estas actitudes a nadie, ciertamente el único culpable soy yo. Me han costado mis errores y caro, pero sé que han servido para formarme como soy ahora.

Antes ni siquiera pasaba por mi cabeza que yo podría llegar a ser un gran estúpido, no me preocupaba mi existencia y, por ende, tampoco notaba la valía de que las demás personas respiraran. Todo mi mundo era yo. Aunque suene a declaración de niña con vestido rosa. Y en ese mi mundo había logrado entrar otra persona, una chica que no se imaginaba lo que estaba provocando en mi interior. Juliana.

Sí, como ya les he dicho, Juliana me gustó desde el primer momento en que la vi. Primero me atrajo físicamente, no era la niña más bonita de la escuela, pero sí era una de las más inteligentes y no sólo eso, también era una de las chicas que guardaba cierto misterio en su manera de actuar. Era callada, hablaba sólo lo necesario y jamás decía tonterías… o eso me parecía a mí. Con todas sus actitudes me fue envolviendo… ir a la escuela era lo mejor que podía pasarme tan sólo para verla sentada tres butacas delante de mí.

Me gustaba verla. La observaba tímidamente desde mi asiento. Aún no me atrevía a hablarle porque nunca he sido realmente una persona valiente, me aterraba tenerla frente a mí ya que mi lengua se volvía tan pesada que era imposible que yo pudiera articular una palabra. Fue así, creo yo, como mejor la conocí. Sólo viéndola. Noté que tenía más de veinte gestos en su rostro para manifestar dudas. Descubrí que todos los miércoles se peinaba de coleta y los viernes llevaba el cabello suelto. Y también, pude apreciar lo dedicada que era para el estudio.

Tantas miradas mías alguien tuvo que percibirlas, y ese fue Joan. Me lo dijo una tarde mientras yo veía cómo Juliana compraba un frutsi en la cooperativa.

—Si te gusta Juliana deberías decirle que sea tu novia. —soltó de pronto con una sonrisa burlona.

—No creo que quiera. —respondí sin dejar de mirarla.

—Pues deberías intentarlo, siento que es patético que la veas de esa manera. —resopló él.

Y así fue como a Joan se le ocurrió la gran idea de juntarnos en su casa. Ese día en que fuimos a hacer un trabajo de Biología, estoy seguro que Juliana pudo notar que yo existía. Sé que hubo algo, yo estuve a punto de confesarle todo lo que sentía porque el tiempo que estuvimos en silencio fue relativamente largo, pero mi lengua se había vuelto pesada, las manos me sudaban copiosamente y sentía que cualquier articulación que saliera de mi boca sonaría a ladrido o algo por el estilo. Me callé.

—¿Cuándo le vas a decir a Juliana? Creo que ya le gustas, porque ahora suele mirarte silenciosamente. —me dijo un día Joan mientras pateábamos un balón en el receso.

—La verdad no lo sé, tienes que ayudarme, dile que yo quiero con ella y así cuando le diga si quiere andar conmigo ella ya me dará una respuesta definitiva.

—Bueno, proclamaré al mundo que quieres con ella. —dijo Joan y yo no le di importancia.

Al día siguiente, para sorpresa mía, todos en el salón conocían mi secreto.

—¡Te gusta la nerd! ¡No puede ser! —exclamó Caty, una niña que por razones que yo desconocía no apreciaba a Juliana en lo más mínimo. —¿Por qué? ¿Acaso no te gustaba la niña del 1° E?

—Nunca me ha gustado esa niña… —dije un tanto incómodo.

—Pues es mucho más bonita que Juliana. —respondió Caty con tono altanero.

Afortunadamente Juliana aún no llegaba a la escuela, así que me acomodé en mi asiento esperando ver la reacción de ella cuando todos la miraran raro. Joan se me acercó:

—¿Verdad que ha funcionado? —dijo divertido.

—¿A esto le llamas funcionar? Yo te pedí que se lo dijeras sólo a ella, no a todos.

—Piensa positivo, el que lo sepan todos hará que lo de ustedes sea más fuerte y duradero, créeme…. —entonces miró por la ventana y agregó. —Ya la vi, me voy.

Joan se fue a su asiento y Juliana entró al salón acompañada de sus dos amigas, Elian y Ana. Ni siquiera me miró y se sentó, pero las dos niñas que venían con ella no dejaban de lanzarme miradas llenas de diversión. Eso, supongo, fue el inicio de los tres meses más largos de mi vida. Explico a continuación:

La primera vez que le dije a Juliana que anduviera conmigo fue una ocasión en que no nos dejaban de hacer burla porque estábamos en el mismo equipo, yo sólo veía que Juliana estaba sumamente molesta con todos, incluyéndome, yo me sentía realmente mal porque nunca he sido un tipo que se imponga de verdad, entonces a pesar de que les pedí que se callaran, ellos hicieron caso omiso. A veces me pregunto por qué los niños de la secundaria tenemos que ser tan inmaduros.

Cuando inició el receso yo quise ir con Juliana para disculparme y declararle, de una vez, mis sentimientos.

—Oye. —dije con voz tan baja que ella de milagro me escuchó. Se volteó pata mirarme y esperó a que yo le hablara.

La observé un momento. Lucía tan bonita con esa cara de duda, entre molesta y divertida, la lengua comenzó a pesar kilos, mis manos parecían regaderas y comencé a sentir cómo el color de mi piel subía de tono, vi sus ojos… y no lo pude soportar, inmediatamente sentí que todo mi cuerpo se encendía y bajé de inmediato la mirada, era un alivio saber que el suelo no me provocaba esas reacciones.

—¿Me vas a decir algo? —preguntó ella un tanto desesperada por mi actitud tan tímida.

Me limité a asentir con la cabeza.

—Yo… yo…

—¡Octavio quiere andar contigo! ¡Ya dile que sí! —se oyeron las risas de mis compañeros. Juliana al oír eso lanzó un bufido y se alejó sin siquiera decirme algo, me sentí realmente tonto.

La segunda vez que intenté decirle fue a la hora de la salida, Joan se burlaba de mí porque no podía creer realmente que fuera yo un fiasco para hablar frente a ella.

—Si no eres capaz de hablarle, ¿cómo piensas que va a ser su noviazgo? ¿Sólo de señas y miradas?

Yo sabía que tenía que quitarme el miedo, ese día, cuando todos salían por la puerta principal, la jalé de la mochila y la pegué contra la pared.

—¿Sucede algo? —preguntó ella un tanto sorprendida por esa actitud.

—Sí… es que yo… —dije evitando mirarla, sólo observaba sus zapatos negros y boleados.

—¿Sí? —me apresuró ella.

—Yo… —y cometí el error de levantar la mirada, sus ojos grandes y profundos me observaban con curiosidad, eso logró que quisiera ser tragado por la tierra. Me puse tan rojo como un tomate que ella puso los ojos en blanco y se alejó.

La tercera y última vez Joan me ayudó, la seguimos hasta su casa, hicimos que se detuviera y mientras yo me paraba frente a ella, Joan habló:

—Juliana, ya sabes que Octavio quiere contigo, él quiere saber si quieres ser su novia, ¿qué dices?

Ella nos observó curiosamente y luego le preguntó a Joan mirando hacia mí:

—¿Por qué no me dice él?

—Es que ya sabes, él es muy tímido, yo soy el intérprete…

—Pues la respuesta es no, ¿voy a andar contigo o voy a andar con él?

Y se fue.

—Ash, pero qué chica tan difícil. —resopló Joan. —No te preocupes, mañana será otro día.

—Olvídalo, ya no intentaré nada. —respondí muy molesto, estaba harto de no poder controlar los efectos físicos que ella me causaba. Eran sus ojos. No los podía soportar. Pero Joan no me creyó y se limitó a darme una palmada en la espalda. —Es en serio. —agregué.

—Lo que tú digas. —dijo. Y nos fuimos cabizbajos a nuestras casas.

viernes, 2 de julio de 2010

Pared

Domingo. El sol que entró por la ventana despertó sutilmente a Juliana. Abrió los ojos. Por un momento pensó que todavía estaba en París, el techo blanco e iluminado le recordó por completo el panorama francés que había visto todas las mañanas. Sonrió. Una vez que se sintió segura de que estaba ya en México se levantó con cierta pereza. Le gustaba estar en su país. Tuvo ganas de llorar… no porque fuera realmente una patriota, sino porque descubrió que no había nada tan gratificante como sentirse en casa.

Lo primero que hizo al ponerse de pie fue mirarse en el espejo, quería ver si en su rostro aún se notaban esas expresiones que, según la gente, la hacían parecer una niña. Ahí estaba ella, igual que siempre, de mirada risueña y labios que buscaban otros labios. Extrañó a Xavier. Pienso, se dijo, en todo mi pasado y en esto que me convierto al pasar los minutos… Le sonrió a su imagen y luego se fue a bañar.

Lo primero que hizo una vez que se sintió fresca y con ganas fue escombrar su habitación. Estaba exactamente igual como la había dejado antes de irse a vivir a Coyoacán, nadie movía nada desde hacía tres años. Miró a su alrededor e inevitablemente su mirada se detuvo en una de las paredes. Era una pared amplia, no tenía ventana y estaba tapizada en su totalidad por poesías, pósters y fotografías. Había más de cien tazos pegados alrededor que formaban un marco y dentro de él estaban ciertas cosas que la hacían remontarse a esos días en que se dedicaba sólo a darle simetría y coherencia a la pared.

Vio sus pósters de anime y las propagandas anti-gobierno que le dio por repartir en su época preparatoriana, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Vio también los anuncios de presentaciones de poesía en las que ella participaba y le entraron las ganas de llorar. Entonces llegó a una poesía. Una poesía que escribió para Octavio cuando tenía trece años. Fue hecha en octosílabos, la leyó en voz baja y descubrió que era, en verdad, un logro literario. Luego vio otros escritos, todos para Octavio, ninguno para Xavier, y es que… cuando la pared terminó de ser tapizada Xavier aún no existía…

¿Cómo pude?, pensó, ¿Cómo me atreví a poner en esta pared una mezcla de toda mi vida? Veo que me gusta sufrir… Entonces, sin pensarlo mucho, comenzó a despegar todo. Los pósters de anime fueron a dar al suelo junto con los tazos, las poesías también llegaron al piso con todas las letras amontonadas. Las fotografías de la secundaria donde Octavio había sido borrado con el lapicero se anidaron en el rincón. La pared, luego de media hora, quedó vacía.

Fue por mi madre, murmuraba, ella me dijo que era de locos tener una habitación plagada de papeles, que mejor escogiera una sola pared de las cuatro y ahí pegara todo, que las demás las dejara libres para que, cuando me doliera la cabeza, pudiera despejarme mirando lo vacías que eran, sólo me pregunto… ¿las vacías eran ellas o era yo?

Juntó todo lo que estaba en el suelo. Pósters, fotografías, poesías y lo guardó todo en el gran baúl. El baúl. Sintió otra especie de escalofrío al abrirlo, porque lo primero que apareció fueron las fotografías que se había tomado con Xavier antes de que su decisión de irse a Francia tomara fuerza. Se miró un momento plasmada en las fotografías, lucía tan radiante, tan contenta, como si hubiera sido verdad que el pasado era eso, p a s a d o.

Tal vez realmente lo es, sólo que me afano en hacer de mi vida algo más que una costumbre… murmuró para sí. Y entonces se dedicó a escombrar el baúl. A poner en orden los más de veinte Diarios que había juntado a lo largo de su vida. Las fotografías, los regalos, los pósters y las cartas de gente que se había molestado en escribirle fueron pulcramente acomodados. Juliana sintió que, al hacer eso, acomodaba su propia vida. Y tenía que hacerlo. Porque ya estaba decidida a dar un nuevo paso y olvidar todo por completo.

Casi terminaba cuando tocaron a su habitación.

—¿Quién?

—Yo. —respondió la voz inconfundible de Xavier.

—Pasa. —pidió Juliana mientras cerraba el baúl con llave.

Xavier entró.

—¿Qué le pasó a tu pared? —fue lo primero que dijo.

—Le quité todo lo que tenía, quiero pegar algunas cosas que traje de París y otras que compré en el aeropuerto ¿me ayudas?

—¿En el aeropuerto?

—Sí… es que vendían cosas bonitas de México y las compré…

Xavier sonrió y se dispuso a ayudarle. Juliana entonces abrió la maleta grande y sacó un atado de rollos de papel que en realidad eran fotografías y pósters. Ambos se dedicaron a rellenar la pared con esos nuevos carteles que daban a entender que quien dormía en esa habitación no era ya una niña enamoradiza y poética, sino alguien que estaba completamente decidida a afrontar una nueva vida…

—¿No me pondrás en esta pared? Vi que antes tenías fotos de la secundaria, ¿por qué no pones ahora una foto de mí?… —dijo Xavier.

—Tal vez te ponga. —fue la respuesta distante de Juliana.

—¿Tal vez? —cuestionó Xavier acercándose a ella.

—Sí… tal vez… —retó Juliana.

Xavier le robó un beso. Juliana lo correspondió.

Pienso, se dijo Juliana en sus adentros, en todo mi pasado y en lo que me convierto al besar a Xavier

¿Será posible, Juliana?, pensaba a su vez Xavier, ¿será posible que aún quieras a Octavio? Porque si es así… ¿por qué me besas de esta manera?

Poco a poco las ideas fueron abandonando sus cabezas. Sólo sentían cómo los labios del otro acariciaban sus propios labios. Xavier atrajo a Juliana y ella se dejó atraer. Estaban demasiado juntos. Él colocó una mano en la nuca de ella y la otra en su cintura. Ella lo abrazó con fuerza, sin dejar de besarse. Lentamente pudieron sentir cómo el deseo iba apoderándose de ellos y no hicieron nada por frenarlo…

Las manos de Xavier descendieron a la espalda baja de ella. Y ella comenzó a revolver los cabellos de Xavier. Entonces él la levantó y la recostó con dulzura en la cama que aún tenía todas las cobijas revueltas porque Juliana no la había hecho al levantarse. Las manos de Xavier se deslizaron debajo de la blusa de Juliana, ella pudo sentir el contacto de los dedos de su novio con la piel suave y tersa de su vientre, todo el resto de su cuerpo sufrió una descarga eléctrica.

Los dos temblaban, más que de nervios, de emoción. Xavier ya no besaba los labios de Juliana, ahora besaba su cuello. Y ella se había concentrado en recorrer con sus manos la espalda ancha y fuerte de él.

—Te amo. —susurró Xavier mientras sentía dentro de él una explosión inexplicable.

—Yo también te amo. —respondió Juliana volviendo a buscar los labios de Xavier.

Parecía que nada podría detenerlos y ambos tenían la cabeza en otro lado que, cuando sonó el celular de Xavier, los dos se sobresaltaron casi de muerte.

—Contesta. —pidió Juliana reparando en lo que estaban haciendo.

—No quiero. —dijo él buscando una vez más los labios de ella.

—Hazlo. —insistió ella dando un beso rápido a Xavier. Él se levantó y tomó el aparato.

—¿Sí? ¿Qué pasa Samuel? —contestó Xavier con cierta molestia. —¿Para qué quieres el teléfono de Juliana?... Ah ya… pues ve a mi casa, en mi habitación tengo una agenda, ahí encontrarás lo que me pides… sí… ya no llames por favor.

—¿Qué pasó? —preguntó Juliana cuando Xavier colgó el celular.

—Era Samuel… quería que le diera tu teléfono para agregarlo a los teléfonos de la empresa en donde trabaja… dijo algo de que sería bueno contar con filólogos o algo así…

—¿Y se lo diste? —interrogó Juliana un tanto extrañada.

—Pues sí… es mi amigo… —respondió Xavier besando cálidamente a su novia. Ella accedió al beso. Luego se puso de pie y continuó pegando los carteles en la pared dejando a Xavier sumido en una inexplicable tristeza.