viernes, 28 de mayo de 2010

Huida

El choque de la copa de Juliana contra el suelo hizo que los invitados que estaban alrededor voltearan hacia ella. Octavio no se detuvo a ver qué pasaba, salió casi corriendo de la casa, tropezó con varias personas antes de llegar a la puerta, pero al fin logró alejarse algunos metros de ese lugar en donde estaba el amor de su vida. Corrió mucho sin saber que Samuel lo había seguido.

—¡Detente Octavio! —gritaba su amigo tratando de seguirle el paso. —¿Qué te pasa? ¿Conoces a Juliana?

Octavio no pudo seguir corriendo. Volteó. Vio que había recorrido una distancia considerable y se sentó en la banqueta. Era el mismo sitio en el que había estado cuando llamó por teléfono a Samuel.

—Soy un idiota Samuel. —dijo con la voz entrecortada por el cansancio.

—¿De qué hablas? —preguntó su amigo sentándose junto a él. —¿Por qué Juliana soltó la copa? ¿La conoces de antes?

—Desde los 11 años. —respondió Octavio recostándose en la banqueta. El cielo era inmensamente oscuro, claro y moteado de estrellas. Cerró los ojos. Quería mantener en su cabeza esa imagen de Juliana con el vestido rojo, se veía tan hermosa, pronto logró regular su respiración.

—…¡Octavio! ¡Dime! —decía Samuel.

—Perdón, no te escuché todo, ¿lo repites?

Samuel miró a Octavio como si fuera un ser extraño.

—Te estoy diciendo que desde los 11 años es mucho tiempo, ya tienes 20, ¿Qué le hiciste a Juliana? ¿Por qué saliste corriendo?

Octavio hizo una mueca que quiso parecer una sonrisa, pero al fin sólo se notó que enchuecaba la boca.

—Me odian en esa casa, tu Xavier, Ronaldo, y antes agradece que no vi a León, él sí iba a descargar su furia contra mí, me hubiera sacado a golpes de la fiesta.

—Sigo sin entender nada, ¿de qué estás hablando? ¿Por qué te odian?

—Juliana es el amor de mi vida ¿sí?, hace dos años interferí en su relación con Xavier, las cosas se pusieron muy feas, ella aceptó su beca a Francia, y yo me dediqué a estudiar para ganarle a Xavier. —dijo Octavio bajando el tono de su voz, como si todas esas acciones hubiesen sido muy tristes.

—¿Qué? Pero si Juliana ama a Xavier, se nota a leguas… —comenzó Samuel dudando un poco de lo que decía.

—Sí… eso dicen… pero es que nadie ha visto sus ojos cuando me mira a mí… Todos piensan que Xavier es el chico perfecto para ella, ya sabes, es guapo, exitoso, pronto se graduará de su ingeniería, tiene un futuro prometedor y todo lo que tú quieras; en cambio yo, yo no era nada, pero las cosas han cambiado, por fin estoy en la escuela de medicina…—arguyó Octavio con una sonrisa en el rostro.

—Estás loco… Juliana es feliz con Xavier… deberías dejarla en paz… —dijo Samuel tratando de tener tacto.

—¿También te pondrás de lado de ellos? Pensé que eras mi amigo, y lo siento, no puedo alejarme de ella, los dos hicimos un trato, yo lo he cumplido, ella tiene que cumplir con su parte. —expresó molesto Octavio poniéndose de pie.

—Octavio, espera, piensa bien las cosas, si de verdad la quieres deberías dejarla ser feliz con quien ella decida… —dijo Samuel poniéndose igual de pie.

—¿Es que nadie lo entiende? Ella es más feliz conmigo, me quiere a mí, también me ama. —respondió Octavio comenzando a caminar hacia su casa.

Samuel se quedó parado. Regresó a la fiesta. La noche era silenciosa. Una vez que llegó a la fiesta se dio cuenta que el ambiente no había cambiado en absoluto. Se sorprendió de que todos siguieran bailando. Xavier iba de un lado a otro atendiendo a los invitados. Ronaldo y León, los primos de Juliana, se dedicaban a bailar arduamente. La familia de Juliana en general estaba feliz con la fiesta. Pero Juliana no estaba. Samuel la buscó con la mirada y no la vio.

Xavier se acercó a Samuel para pedirle una canción, el chico la puso de inmediato, la mayoría de los invitados comenzó a bailar de nuevo, Xavier sonrió y entonces Samuel pensó que debía decirle que Juliana no estaba:

—¿A dónde fue Juliana? —preguntó como quien no quiere la cosa.

—¿No está? —preguntó a su vez Xavier con tono extrañado comenzándola a buscar con la mirada.

—No la veo… —dijo Samuel dándose cuenta que tal vez no había sido tan buena idea informar de eso a Xavier.

—Voy a buscarla. —respondió Xavier y desapareció entre los invitados.

Juliana estaba sola en una habitación. Luego de que había soltado la copa y de que se dio cuenta que Octavio había huido de la fiesta, ella se había ido a encerrar. Necesitaba sopesar la situación, ¿Por qué Octavio había ido a la fiesta? ¿Acaso se había vuelto loco? o era que… tal vez… ¿había cumplido con su parte del trato? Juliana sintió que todo le daba vueltas y se sentó en un sillón que había en la habitación. Cerró los ojos y trató de no pensar en nada.

Los recuerdos abordaron su cabeza de inmediato, como si eso de no pensar en nada fuera una acción completamente imposible para todo ser humano.

Veo ese paisaje nocturno que adornaba nuestra conversación, ya estaba harta de llorar, así que, decidida y con el papel de la beca entre las manos fui a buscarte. Saliste dispuesto a darme un abrazo, pero lo rechacé…

—Me voy. —dije con voz firme mirándote a los ojos.

—¿A dónde? —preguntaste tú, Octavio, deseando que no dijera “de tu vida”

—Del país. —atiné a decir dándote oportunidad de sonreír, entonces preguntaste:

—¿Regresarás?

—Tal vez. —respondí dispuesta a causarte dolor, no podía decir NO.

—Pues a tu regreso yo seré todo eso que tú esperas. —dijiste con una seriedad increíble que pensé que era una más de las promesas que decías y que intentarías cumplir pero que, al final, no serían más que palabras.

Entonces tocaron la puerta. Juliana abrió los ojos.

—Juliana, ¿estás ahí? —preguntó la voz de Xavier. —¿Te sientes bien?

Juliana se levantó súbitamente. Se detuvo unos segundos antes de abrir la puerta. ¿Qué haría? ¿Le diría todo a Xavier o aguantaría hasta el final? La puerta y la voz de Xavier volvieron a oírse.

—Sí, estoy aquí. —dijo Juliana con voz tranquila mientras abría la puerta.

—¿Qué pasó? Me encontré a Diana en el camino y me dijo que te habías encerrado, que tiraste una copa, ¿te sientes bien? —la abordó Xavier con tono preocupado.

—Me siento bien, sólo de pronto me dolió la cabeza. —mintió ella.

—¿Quieres que vaya por una aspirina? —preguntó Xavier.

—No, ya estoy bien, vamos con los invitados. —dijo Juliana tratando de disipar todo recuerdo de su mente.

Xavier la acercó a su pecho, la besó en la frente y luego, tomados de la mano se dirigieron de nuevo a la reunión. Al tiempo que ellos bailaban, Octavio iba llegando a su casa. No tenía ánimos de nada. Sólo sabía que una especie de felicidad iba extendiéndose por su pecho. Juliana había regresado. Estaba de nuevo en México. ¡En México! Una sonrisa apareció en su rostro.

Se sentía doblemente estúpido. Primero por el hecho de haber ido a la fiesta sabiendo que todos lo odiaban. Y luego por no haberse atrevido a afrontar la situación con hombría, eso era haber hablado con Juliana. Pero al día siguiente la iría a buscar. Ya estaba todo el plan en su cabeza. Y feliz, abrió la puerta de su casa, entonces vio que Eliza seguía ahí. Ella lo estaba esperando.

martes, 25 de mayo de 2010

Célula

Para hablar acerca de cómo conocí a Octavio tendría que remontarme a la época de secundaria. A ese tiempo en que mis doce años me daban el pretexto perfecto para dejarme el cabello suelto sin el menor intento de peinarlo, a esos días en que mi mayor propósito era llegar tarde a la escuela, sólo para contar el número de pasos que tenía que dar corriendo para alcanzar el zaguán abierto antes de que el conserje lo cerrara. Tendría que hablar de lo infantil que era y lo grande que quería parecer. Tendría que decir tantas cosas que a través del tiempo he querido olvidar por completo.

Porque el pasado duele. A pesar de que haya sido un tiempo en que muchas de nuestras acciones realmente no eran nuestra culpa, duele revivir cada una de las palabras dichas, duele ver en la cabeza las miradas, las manos, los abrazos. A mí me duele demasiado. Sin embargo, haré ese esfuerzo de narrar cómo fue que conocí a Octavio, porque el hacerlo me libraría de un recuerdo que quedó atravesado no sólo en mi cabeza, sino también en mi corazón.

Octavio. Aún hoy que pronuncio su nombre no puedo evitar esa sensación que nace en el pecho y que se expande a cada una de mis manos, a cada uno de mis pies, y desemboca en el temblor de los dedos que intentan escribir esta experiencia. Octavio. A él lo conocí una mañana de agosto, una mañana fría, una mañana del primer día de clases en la secundaria.

Yo no me hubiera dado cuenta de su existencia si no fuera por su amigo Joan. Y para explicar bien cómo fue que Octavio se volvió primordial en mi vida tendría que decir quién era Joan. Y él era un niño muy simpático, tenía la tez blanca y los cabellos rubios, sus ojos eran color miel, por eso no es de extrañar que fuera él quien me gustara a la hora de evaluar a mis nuevos compañeros.

—Me gusta ese chico. —confesé a mi primo Ronaldo señalando hacia Joan.

Él me miró con el cejo fruncido, siempre había sido un primo celoso y por eso lo quería mucho.

—¿Ya tan rápido te fijas en los niños? —me preguntó enarcando las cejas.

—Claro, ¿tú no te fijas en las niñas?, sólo dije que me gustaba.

—Ni siquiera lo conoces, ¿cómo puedes decir que te gusta? —rebatió Ronaldo.

—Pues físicamente no se ve mal.

—Su suéter es feo. —sentenció Ronaldo.

Volteé enseguida. Joan no llevaba suéter. Mi primo había pensado que me refería al chico de al lado, al que se llamaba Octavio. Éste niño era visiblemente más alto, de rostro moreno claro, cabellos lacios negros y ojos oscuros. Y su suéter era café.

—Ése no me gusta. —dije rápidamente. —Es el de al lado.

—Ah, pues pensé que era el del suéter, se ve más de tu estilo. —dijo Ronaldo sin darle mucha importancia.

—¿Cómo que de mi estilo? ¿Cómo sabes cuál es mi estilo?

—No sé Juliana, estás loca, los dos son feos, ya deja de fijarte en niños. —terminó Ronaldo y yo crucé los brazos mirando fijamente cómo Joan sacaba los cuadernos de su mochila y cómo Octavio, el del suéter café, comenzaba a sonrojarse.

Pronto me hice amiga de Joan y de Octavio. No me costó mucho trabajo. Les hablaba al principio y al final de las clases, en el recreo los saludaba y solía pasarles la tarea. Joan se empezó a encariñar mucho conmigo, al grado que comenzó a llamarme su mejor amiga. Yo estaba feliz por eso. Octavio, en cambio, cada vez me hablaba menos, si me acercaba a él no me miraba a los ojos, su piel se sonrojaba, pero siempre lo atribuí a que era un chico sumamente tímido.

Un día, en la clase de biología, Joan se sentó detrás de mí. Comenzó a mandarme papelitos porque le interesaba saber mi opinión acerca de una niña que le gustaba. Yo creí que esa niña era yo.

¿Crees que deba decirle que si quiere ser mi novia?, decía su letra fea en la hoja de papel.

La verdad no lo sé, quizás sea muy rápido, respondí haciéndome ilusiones.

Tengo que platicarte bien para que me des un buen consejo, escribió Joan.

Claro, tú dime cuándo y dónde, contesté.

En ese momento la voz de la profesora se escuchó fuerte y clara:

—Van a hacer por equipos de dos o tres una maqueta de la célula, la quiero para mañana, pueden usar los materiales que quieran y la van a presentar en una pequeña exposición.

Joan escribió rápidamente:

¿Quieres ser de mi equipo?

Mi respuesta fue afirmativa, por supuesto. Joan dijo que iba a ir por mí a mi casa, y que luego me contaría acerca de esa niña que tanto le gustaba. Haríamos la maqueta en su domicilio a las cuatro de la tarde. Salí apresurada de la escuela. Ya no reparé en la existencia de los demás, de hecho no solía hacerle caso a nadie, para mí lo más importante era Joan.

Estaba muy nerviosa. Era la primera vez que Joan me invitaba a su casa y la ocasión en que probablemente diría que yo le gustaba. Me arreglé. Escombré mi habitación para que mi mamá me dejara salir. Y cuando el timbre sonó a las tres cincuenta de la tarde el corazón comenzó a palpitarme fuertemente. Salí. Abrí la puerta esperando ver a Joan. Y sí, estaba él… acompañado de Octavio… de pronto la sombra de la desilusión cayó a mis pies.

—¿Octavio?

—Claro, también es del equipo, bueno, vámonos. —dijo Joan sin la menor preocupación.

Octavio se quedó callado, se había sonrojado, caminó al lado de Joan todo el tiempo, sin decir una sola palabra. Yo mientras trataba de omitir su presencia, a veces detestaba realmente que fuera tan tímido, incapaz siquiera de decirme algo como buenas tardes.

La casa de Joan no estaba muy lejos de la mía. De hecho me quedé sorprendida cuando la vi, pasaba por ahí todos los días y jamás me había dado cuenta que en ella vivía un chico como él. Entramos a su sala y comenzamos a sacar material: plastilina, cartulinas, colores, resistol, crayolas, diamantina, entre otras cosas. Joan comenzó a desahogar sus penas mientras hacíamos el dibujo de la célula.

—Sí Juliana, la verdad es que me gusta Lisa.

—¿Qué? —dije llena de incredulidad.

—Me gusta Lisa, la chica de nuestro salón, pero no sé si decirle que andemos, ¿tú cómo ves?

Agradecí en ese momento que la plastilina estuviera en mis manos. Con ella desahogué todo mi coraje. Trabajé rápido dando respuestas cortantes a Joan. Quería irme lo más pronto posible de su casa. Olvidar por qué rayos me había fijado en él. Era un niño. Sólo un niño. Y sí, ya sé que yo también lo era, pero no me sentía tan pequeña. De pronto Joan interrumpió mis pensamientos:

—Voy por más plastilina, ¡eres veloz Juliana, ya te la acabaste toda!

Yo sonreí por compromiso, en cuanto él desapareció borré la sonrisa de mi rostro. Hasta apenas me daba cuenta que todo estaba muy silencioso. Entre la voz de Joan y mis pensamientos se me había olvidado que Octavio también estaba ahí, pasaba tan terriblemente desapercibido que me sentí culpable y levanté la mirada. Él me vio. Le sonreí. Bajó la mirada de inmediato.

Yo traté de hacerle caso omiso. Quise seguir con el trabajo, llenaba el dibujo de la célula con plastilina, pero había tanto silencio que pronto mi respiración y la de Octavio comenzaron a oírse más fuerte de lo normal. De nuevo levanté la mirada. Octavio coloreaba la cartulina. Se veía tan dedicado en lo que hacía. Percibí que sus orejas estaban rojas, también me di cuenta que no se había quitado el uniforme y que traía la ropa planchada. Me di cuenta que de perfil se veía muy bien.

Sonreí al observarlo. Ahí está Octavio, pensé, ¿cómo no me di cuenta de que es tan guapo? Reí al pensar eso y él levantó la mirada. Nuestros ojos se encontraron. Él soltó el color que sostenía, yo dejé la plastilina en paz. Nadie dijo nada pero nuestros corazones se sobrepusieron al silencio. Vi en sus ojos mi reflejo y me gustó. Él iba a decir algo pero calló. Nuestras miradas lo decían todo… vi que su mano se movía hacia la mía… pero…

—¡Aquí está el resto de la plastilina! ¡Ya casi acabamos! —interrumpió Joan colocando el material en la mesa.

Octavio y yo bajamos rápidamente la mirada. No pude deshacerme de esa sensación que había provocado en mí. Ese día soñé con él. Y a partir de ese momento Joan dejó de importarme.

viernes, 21 de mayo de 2010

Fiesta

El ambiente de la fiesta era realmente genial. Allí estaba toda la familia y los amigos de Juliana. Todos la felicitaban por su regreso a México, le pedían detalles sobre su viaje, la sacaban a bailar, se tomaban fotografías. Todos se sentían a gusto. En un momento en que se vio sola fue a buscar a Xavier, lo encontró dando instrucciones a un chico del sonido.

—¡AMOR! —gritó cuando lo vio para que su voz se escuchara sobre la música que llenaba el ambiente.

Xavier se acercó a ella, la besó y con voz alta le preguntó:

—¿TE ESTÁS DIVIRTIENDO?

—CLARO QUE SÍ, ¿TÚ SOLO PREPARASTE TODO? YA ME DIJERON QUE FUISTE EL DE LA IDEA, WAA, TE AMO. —respondió Juliana abrazando a Xavier.

Entonces el chico del sonido se acercó.

—MIRA, AMOR, TE PRESENTO A SAMUEL, ES UN AMIGO QUE CONOCÍ GRACIAS A MI PRIMA QUE ESTUDIA MEDICINA ¿TE ACUERDAS? ME AYUDÓ CON EL SONIDO. —dijo Xavier señalando a Samuel.

—MUCHO GUSTO. —sonrió Juliana. —GRACIAS POR HABER AYUDADO A MI NOVIO.

—DE NADA, UN PLACER. —respondió Samuel. Era la primera vez que veía a Juliana y le pareció muy simpática, vio el amor que se profesaba con Xavier y de pronto pensó que si algún día tenía novia la iba a querer tanto como su amigo quería a Juliana.

—¿QUÉ PASÓ? —preguntó Xavier.

—AH, NECESITO QUE VEAS ESTO… —comenzó Samuel caminando de nuevo al sonido.

Xavier le dio un beso a Juliana y siguió a Samuel. La chica iba detrás de ellos pero uno de sus primos la alcanzó para sacarla a bailar la melodía que iniciaba, Las Flores de Café Tacvba. Juliana se dejó envolver por la canción. Y al bailarla, mirando de lejos a Xavier, sintió que era realmente feliz. Hasta que la frase “…no dejes que la noche caiga, no dejes que el sol salga, sólo déjame estar junto a ti…” le hizo sentir una extraña emoción en el pecho.

No muy lejos de la fiesta Octavio trataba de comunicarse con Samuel, ya que había salido de su casa le pareció pertinente ir a la dichosa fiesta, sólo que como no había apuntado la dirección no sabía donde era. Ya llevaba varias veces marcado el número de Samuel hasta que se hartó. Se sentó en la banqueta a mirar el camino. Se sentía triste, pero no quería sentirse así, por eso de pronto había decidido ir a divertirse. Si regresaba a su casa aún se encontraría con Eliza y no quería enfrentarse de nuevo con ella. Su celular sonó.

—¿QUÉ PASÓ, OCTA? ¿VAS A VENIR O NO? —casi gritó Samuel y Octavio tuvo que separar el celular de su oído.

—PUES SÍ, POR ESO YA TE LLAMÉ MUCHAS VECES. —dijo Octavio lo más alto que pudo.

—PERDÓN OCTA, ES QUE CON LA MÚSICA NI SIENTO EL CEL… —se disculpó Samuel.

—SÍ, NO TE PREOCUPES, ¿DÓNDE DECÍAS QUE ES LA FIESTA?

—¿QUÉ NO LO APUNTASTE? NO ME ACUERDO DEL NOMBRE DE LA CALLE.

—SÍ, PERO ME SALÍ DE MI CASA SIN EL PAPEL, ¿DEVERAS NO SABES DÓNDE ES? —preguntó Octavio a punto de perder las esperanzas.

HMM, ¿CONOCES A UN TAL AARON HORNER? —cuestionó Samuel.

—NO, PERO SU NOMBRE ES GRACIOSO. —se burló Octavio.

SÍ, TIENES QUE CONOCERLO, IBA CONTIGO EN LA SECUNDARIA. —lo ubicó Samuel.

—¿CÓMO SABES?

PUES CASI TODOS LOS DE AQUÍ FUERON A TU SECUNDARIA.

Octavio se quedó pensando. De pronto el corazón comenzó a latirle fuerte.

—¿ES EN SU CASA?

SÍ, ¿YA LO UBICASTE? —preguntó Samuel.

—SÍ, LLEGO COMO EN DIEZ MINUTOS. —dijo Octavio colgando el celular. No podía creer lo que estaba pasando. Aaron Horner, amigo del primo de Juliana… probablemente… La sola idea que cruzó por su cabeza lo hizo ponerse de pie totalmente nervioso, reparó en su persona, iba aún con los jeans, la playera negra y sus converse rojos, pensó que no lucía mal. Casi corrió para llegar a la casa de Aaron, la cual, afortunadamente, estaba sólo a unos minutos de donde él se encontraba.

Pronto la vio. Notó también que era una fiesta grande, había muchos autos y mucha gente bailaba dentro y fuera de la casa, en el jardín. Quiso regresar, pero la idea que había tenido lo hizo detenerse, respiró hondamente y cruzó la puerta de entrada. Nadie notó su presencia y agradeció el hecho, porque si alguien lo reconocía seguramente lo sacarían a patadas. Buscó a Samuel con la mirada. Entonces vio que su amigo le hacía señales desde el lado del sonido. Se dirigió hacia ahí.

Samuel al notar a su amigo decidió poner música tranquila para que pudieran charlar sin gritarse.

—Pensé que no llegabas. —inició Samuel saludándolo.

—Pues ya llegué, sólo por lo que me prometiste. —bromeó Octavio.

Samuel recordando su promesa le dijo:

—Claro, ya sabes que yo sí cumplo, anda fíjate en la que tú quieras y yo te la presento.

—Vale. —respondió Octavio paseando su mirada entre los invitados. Entonces se volteó súbitamente.

—¿Qué te pasa? —se rió Samuel.

—Allí está Ronaldo Olivo, ese tipo me trae ganas.

—Jajaja, ¿en serio?, pero sí es bien buena onda el sujeto.

Octavio entonces comenzó a sentirse estúpido, sólo a él se le ocurría entrar a una fiesta donde la mayoría de los invitados no lo querían. Era obvio que ahí estaba toda la familia de Juliana, porque resultaba que era la fiesta de Juliana. Ronaldo era el primo de Juliana y lo odiaba desde la primera vez que anduvo con su prima, eso tenía ya casi nueve años. Un odio de años no se quitaba fácil. De verdad se sintió estúpido y decidió irse.

—Voy a buscar chicas por acá, si encuentro una que me guste vengo a decirte. —mintió a Samuel. Su amigo asintió con la cabeza y regresó al sonido.

Octavio comenzó a caminar con la cabeza gacha para que nadie lo percibiera, de todos modos había tanta gente que su presencia no se notaba. Nunca creyó que la puerta de la casa estuviera tan lejos, le faltaban sólo algunos pasos para alcanzarla cuando escuchó la voz que venía oyendo en su cabeza desde hacía tantos años… Juliana…

Volteó por instinto, allí estaba ella, lucía tan preciosa como siempre, el vestido rojo le hacía resaltar el color de su piel, y su cabello, tan radiante. Octavio se quedó inmóvil, viéndola. Ella no había reparado en su existencia, platicaba animadamente con una copa de vino en la mano. El corazón de Octavio comenzó a latir tan fuerte que de pronto sintió que tenía más volumen que la misma música. Entonces alguien puso una mano en su hombro. Octavio saltó del susto.

—¿Ya la encontraste? —preguntó Samuel riéndose del salto de Octavio.

—Sí… —respondió el chico tratando de recuperarse. —Me gusta ella. —Y señaló a Juliana.

Samuel vio a la chica y luego con risas le dijo:

—No es posible, ¿cómo te puedes fijar en la única que tiene novio? No te la puedo presentar, es novia de mi amigo Xavier.

Octavio no dijo más. Quería que ese momento durara por siempre, que nadie notara su presencia y él pudiera seguir mirando a Juliana. No escuchaba los argumentos de Samuel. Recordó que tenía que irse… y entonces Juliana, desde su lugar, volteó instintivamente hacia Octavio… Sus ojos se encontraron y, por inercia, la chica dejó caer la copa de vino que sostenía.

martes, 18 de mayo de 2010

Vestido

El avión llegó de París a las seis de la tarde. La chica esperó pacientemente en el aeropuerto a que alguien fuera a recogerla. No tenía ninguna prisa. Estaba feliz de estar en México. Miraba a la gente que se aglomeraba en la sala de espera, muchas despedidas y reencuentros. ¿Qué sentiría ella cuando viera llegar a Xavier? Tenía un año sin abrazarlo, sin besarlo. ¿Ese año en París realmente había sido útil para poner en orden sus sentimientos?

De pronto unas manos le cubrieron los ojos.

—Adivina ¿quién soy? —dijo una voz inconfundible.

—Un príncipe. —sonrió Juliana siguiendo el juego.

—No… creo que no, tienes otra oportunidad.

—Un sapo que si beso será un príncipe. —dijo Juliana tocando las manos que le cubrían los ojos, también esas manos eran inconfundibles.

—Ya te estás acercando… pero no soy un sapo, tienes una última oportunidad. —dijo la voz dejando oír una sonrisa.

—¡Ah ya sé! Eres un Xavier que si beso se convertirá en mi príncipe. —soltó Juliana y entonces las manos la dejaron de cubrir.

—Adivinaste. —contestó Xavier poniéndose frente de ella.

Juliana lo abrazó efusivamente. Ahí estaba Xavier, tan simpático como siempre, el cabello lo tenía crecido y lacio, olía a su mismo perfume y lucía contento. Y ahí estaba también Juliana, con el tono de piel un poco más claro, la mirada coqueta, el cuerpo delgado y firme. Xavier la abrazó con fuerza.

—¿Quieres ser mi novia? —le preguntó Xavier al oído sin dejar de abrazarla.

—¿Tan pronto me preguntas? Déjame llegar al menos a mi casa… —bromeó Juliana mirándolo a los ojos.

—¡No! —exclamó Xavier atrayéndola hacia sí. —Dime aquí y ahora… este año sin ti ha sido horrible… quiero volver a andar contigo…

Juliana sonrió. Volvió a colocar sus ojos frente a los de él. Y luego, lentamente, acercó sus labios. Lo besó. Xavier podía sentir en su boca el cálido aliento de ella. Estaba realmente emocionado de estar besándola, de nuevo, después de doce largos meses de agonía.

—¿Sí o no? —preguntó él un tanto anonadado por el beso. —Ya soy tu príncipe.

—Claro que sí, mi vida. —respondió Juliana volviéndolo a abrazar. —Te extrañé mucho.

Después de algunos besos y abrazos más, ambos caminaron hacia el automóvil. Antes de subir al carro Xavier le dio un enorme arreglo floral a Juliana y ella volvió a besarlo.

—Vayamos al departamento. —sugirió Juliana presa de su emoción por sentir en sus labios los labios de Xavier, y por sentir las manos de él recorriéndole la espalda.

Xavier sonrió, la abrazó fuertemente y luego, contrario a sus deseos, rechazó la sugerencia.

—Tus padres te esperan, amor, regresemos a Uzmati.

Juliana accedió y abordaron el automóvil. En el camino fueron hablando de varias cosas. Primero Xavier le pidió detalles sobre su estancia en París, era cierto que se habían mantenido comunicados pero no es lo mismo leer las historias que escucharlas de los mismos labios de quien las vivió. Así Juliana hizo referencia de su francés, de los pormenores que su beca había tenido, los amigos que había hecho, los beaus hommes que había conocido, los lugares que había visitado…

—…y entonces Xav, cuando me vi parada en la torre Eiffel fui tan feliz que me puse a llorar, porque me di cuenta que estaba sola, era feliz y estaba sola… me sentí egoísta, te extrañé más que nunca en toda mi vida… y extrañé a mis padres, y no me lo vas a creer pero… —Juliana calló de golpe, estaba a punto de decir “pensé en Octavio”.

—Pero ¿qué?

—Pero… quise regresar a México. —se apresuró a responder.

—Bueno, ya estás en México lindo y querido… —comenzó a entonar Xavier acariciando con una de sus manos el rostro de Juliana, ella continuó con la canción…

—…si muero lejos de ti, que digan que estoy perdido y que me traigan a ti… —Juliana sonrió. —¿Y tú? ¿Qué me cuentas? ¿Cómo sigues en la carrera?

—Voy muy bien, ya sabes, sólo este año y ya nos graduamos los dos, ¿cómo lo vamos a celebrar? —preguntó Xavier.

—Hmm, no sé, hay que pensar en algo bueno.

Una hora después estaban en Uzmati. Llegaron a casa de Juliana, pero no había nadie, sólo habían dejado una nota en la mesa:

¡JULIANA! ¡BIENVENIDA A CASA! ¡VE A TU HABITACIÓN Y PONTE EL VESTIDO QUE TE COMPRAMOS!

—¿Qué significa esto? ¿No que me estaban esperando? —preguntó la chica corriendo hasta su cuarto.

—No lo sé amor —contestó Xavier siguiéndola.

En la cama de Juliana había un hermoso vestido rojo, su color favorito. Juliana lo tomó y miró inquisitiva a Xavier.

—Tú sabes algo, ¡dime!

—Jajaja, no sé nada Juliana, anda, ponte el vestido, te espero abajo. —dijo Xavier cerrando la puerta de la habitación tras de sí.

Juliana se bañó. Luego tomó el tiempo necesario para arreglarse, quién sabe quién le había comprado el vestido, pero le quedaba a la perfección. Era rojo, con detalles azul marino. Lucía preciosa. Notó también que le habían comprado zapatillas. Unas que también eran muy bonitas. Se acomodó el cabello recogiéndolo con unos prendedores y dejó que le cayera sobre los hombros. Lucía perfecta.

Bajó a la sala. Juliana vio que Xavier también se había arreglado.

—Ya dime a dónde vamos. —dijo Juliana parándose frente a él.

Xavier la miró… sus pupilas se dilataron… la tomó por la cintura y le dio un largo beso.

—Eres hermosa. —le dijo luego de besarla.

Juliana sonrió. También Xavier lucía muy guapo.

—Vámonos Madame. —dijo Xavier tomándola de la mano.

D’accord Monsieur, aunque no me diga a dónde.

Ambos salieron de la casa y volvieron a subirse al automóvil. Juliana no preguntó más a dónde se dirigían, dejó que su novio la guiara a través de las calles de Uzmati. La noche había caído y el cielo estaba moteado de estrellas. Recordó el último año de su vida, viviendo lejos de su hogar, mirando ese mismo cielo que había lucido tan distinto. Volteó a ver a Xavier, notó que sus facciones habían cambiado un poco, se veía más maduro y responsable que antes. Recordó los motivos por los que había aceptado la beca a Francia… le dolió el corazón…

Xavier detuvo el auto. Le abrió la puerta a Juliana. La volvió a besar. Caminaron hacia una casa que lucía solitaria. Era la casa del amigo Aaron. Juliana comenzó a pensar que tal vez Xavier había decidido pedir prestada la casa a su amigo para estar solo con ella. La idea la hizo sonrojarse. Xavier sacó la llave de la puerta principal, Juliana le dio un beso en la mejilla mientras él abría la puerta.

Él sonrió. Empujó la puerta. Juliana entró primero y…

¡SORPRESA!

…gritaron todos.

viernes, 14 de mayo de 2010

Encierro

El día escolar terminó pronto. Octavio detestaba volver en autobús, así que fue a buscar a Samuel para regresarse con él. Lo encontró en el estacionamiento a punto de arrancar el auto.

—¡Espera! Échame un aventón a mi casa, no seas mala onda. —pidió Octavio abriendo la puerta del asiento del copiloto.

—Pues ya te subiste. —dijo Samuel encogiéndose de hombros. —Sólo te advierto que no te puedo dejar hasta tu casa, a lo más te dejo en la esquina, ¿vale?

—Sí, no hay bronca, pero ¿por qué? —preguntó Octavio acomodándose en el asiento.

—Voy a ir a ayudar al amigo de la fiesta sorpresa, ya sabes, quiere que todo le salga a la perfección.

Samuel comenzó a manejar, la plática seguía.

—¿Todo sólo para su novia? —dijo Octavio con incredulidad sacando nuevamente el libro de su mochila.

—¿Qué? ¿Tú no harías eso por Eliza?

—Claro que no… ya sabes… mi relación con ella va de mal en peor…

—Eso lo sabe todo el mundo, pero estás bien idiota, ¿Por qué no la terminas y ya?

Octavio no respondió. Trató de concentrarse en la lectura, pero la tarde caía y la luz comenzaba a escasear.

—Anda Octavio, no seas niña, vamos a la fiesta. —dijo Samuel. —Voy a conocer a casi todos los que van a ir, te puedo presentar a la chica que tú quieras.

—Jajaja, ¿la que yo quiera?

—La que tú quieras. —sentenció Samuel.

Octavio sonrió y agregó:

—¿Cuándo es la fiesta?

—El viernes.

—¡¿El viernes?! No inventes, sólo faltan dos días. —exclamó Octavio moviendo la cabeza.

—¡Ya lo sé! Pero es que este amigo apenas lo planeó desde ayer, anda como loco, por eso ahorita voy a ir a ayudarle.

—¿Tanto quiere a su novia?

—¿Qué si la quiere? ¡La ama! Está loco por ella.

—Pobre iluso, ¿cómo dices que se llama? —expresó Octavio con voz amarga.

—No te había dicho, pero se llama Xavier.

—¿Xavier? No inventes, qué feo nombre.

—Jajaja y el tuyo es hermoso ¿no?, ¿qué traes contra los Xavieres? —preguntó Samuel mirándolo graciosamente.

—Nada, digamos que conocí uno y no me cayó muy bien.

—Pues qué rencoroso eres eh, este tipo es buena onda, anda vamos a la fiesta y ya te dije, te presento a la chica que tú quieras, conoces a este Xavier y compruebas que no todos los Xavieres son iguales.

—No lo sé. —se limitó a responder.

Pronto llegaron a la esquina donde Octavio bajaba, el automóvil de Samuel se perdió en la distancia, Octavio regresó caminando a su casa. No tenía ánimos de pensar. Se sentía tonto. ¿Por qué se sintió molesto cuando Samuel le dijo que el tal Xavier amaba con locura a su novia? Odiaba el nombre de Xavier desde hacía dos años. Le recordaba a ese otro Xavier que también amaba con locura a su novia. Sólo que la novia de ese otro Xavier era Juliana. Y resultaba que Octavio amaba a Juliana quizás con la misma locura que Xavier. Con más locura, rectificó Octavio en sus pensamientos y siguió caminando.

Ya había decidido no ir a la fiesta, Samuel le estuvo insistiendo el miércoles y el jueves, pero Octavio no cedió. No tenía ánimos para celebrar, y menos en un evento organizado por un Xavier. Tampoco había respondido las llamadas de Eliza. Esos dos días, antes y después de la escuela, se la pasó encerrado en su cuarto. Leía y leía mientras escuchaba el disco de rock japonés, no entendía ni una sola palabra de lo que decían las canciones, pero imaginaba que la chica que se lo había dado también escuchaba el disco. Sí, esa chica era Juliana.

El viernes, después de la escuela, el celular de Octavio sonó, era Samuel. Le volvía a insistir con respecto a la fiesta, le dijo que empezaba a las ocho de la noche y le dejó la dirección del lugar. Octavio fingió que apuntaba, pero cuando Samuel colgó, él se volvió a desparramar en su cama. Entonces tocaron a la puerta.

—Ábreme. —se oyó una voz de chica del otro lado. Era Eliza.

Octavio se levantó sobresaltado, quitó el disco de rock, puso el libro debajo de su almohada, volvió a guardar la caja debajo de la cama, se despeinó el cabello y abrió la puerta.

—¿Qué haces aquí? —dijo abriéndole la puerta a una chica de tez blanca, casi pálida.

—¿Cómo que qué hago aquí? No has respondido mis llamadas, tu madre me dice que te la has pasado encerrado, estoy preocupada Octavio. —dijo la chica tratando de abrazarlo. Octavio se rehusó. —¿Qué tienes?

—Nada, sólo no me siento bien, ¿te puedes ir por favor? —dijo Octavio acostándose en su cama.

—¿Estás enfermo? —preguntó la chica poniéndose a su lado.

—No, sólo no me siento bien, ¿puedes irte por favor? —dijo él tapándose la cara con una almohada.

—¿Qué es esto? —preguntó Eliza. Octavio recordó lo que había dejado debajo.

—Un libro, ¿qué no sabes reconocer un libro? —expresó agriamente.

—No me refiero a eso. —dijo molesta Eliza.

Octavio se quitó la almohada de la cabeza y entonces vio que en las manos de Eliza estaban el libro y una hoja que en realidad era una carta de Juliana, una de esas que Octavio había recibido en la secundaria y la cual usaba como separador.

—¿Has vuelto a ver a esa chica? —preguntó Eliza de pronto con tono preocupado.

—No, ya déjalo ¿sí? Necesito estar solo.

—¿Para pensar en ella? —soltó ella levantándose de la cama.

—No empieces por favor, no la he visto, ya te lo dije.

—Pero piensas en ella, todavía existe en tu cabeza, dime ¿yo cómo quedo? ¿Crees que soy tu consuelo para cuando ella no está?

—Ya Eli, por favor. —pidió Octavio comenzando a exasperarse, se incorporó en la cama y miró fijamente a Eliza. —No la he visto.

—¿Sabes qué Octavio? Te conozco muy bien, ¿crees que no me dolió terminar contigo hace dos años cuando la viste otra vez? Y regresé contigo sólo porque me dijiste que ya no la volverías a ver. —la voz de la chica comenzaba a quebrarse.

—Eliza, ya, deja de decir esas cosas, ya te dije que no la he vuelto a ver.

—Pero la verás pronto ¿no?, ¿qué no era así su trato? “Si cumples tus sueños, búscame y yo regresaré a ti” ¿no te dijo eso? ¿No estás ya cumpliendo tu sueño de ser médico? —Eliza tenía lágrimas en los ojos.

Octavio salió de su habitación cuando la chica dijo eso. La dejó llorando. Iba molesto. ¿Cómo pudo recordarle el trato? Era eso en lo que Octavio no dejaba de pensar. ¿Ahora a dónde voy? Se preguntó cuando vio que caminaba sin rumbo. Vio el reloj. Iban a ser las ocho de la noche.

martes, 11 de mayo de 2010

Leer

Uno vive su vida tratando de olvidar cosas del pasado. Cuando uno se piensa a sí mismo viviendo esas situaciones suele decirse cosas como ¿Por qué fui tan tonto?, ¿Por qué no hice esto?, ¿Por qué no hice lo otro?... Las máquinas del tiempo no existen, aunque siempre se vuelva el deseo más ferviente en nuestros cumpleaños… poder regresar el tiempo, poder volver a vivir todo… y no cometer los mismos errores o aciertos…

Esa mañana Octavio se despertó con la misma pesadez de siempre, su vida se había vuelto una línea recta, sin bajadas ni subidas. Seguía en la misma escuela, con las mismas personas, haciendo las mismas cosas, no tenía ya nada de lo qué sentirse orgulloso, así como tampoco tenía nada que lo hiciera sentir tan mal… Bueno, sí, tal vez tenía todavía algo por qué sentirse desdichado.

Caminó descalzo por su habitación buscando sus converse, se topó con el espejo y vio su rostro ojeroso y lleno de lagañas; sin encontrar los tenis fue a bañarse. Cuando regresó se percató del desorden de su habitación, no sabía por qué, pero le dieron ganas de escombrarlo. Aún faltaba una hora para ir a la escuela. Mientras recogía la ropa sucia y los cuadernos tirados en el suelo, pensaba: ¿Qué dirá mi madre si me ve escombrando la habitación? Seguro me gritará ¡Vaya, por fin has madurado! Esa idea lo hizo sonreír.

Una vez que terminó de arreglar la habitación su celular sonó, era Eliza.

Amor, ¿vas a venir por mí? —preguntó la chica desde el otro lado del aparato.

—Pensé que te ibas a ir sola. —respondió Octavio recostándose en su cama.

Es que no tengo ánimos de conducir, ¿tú ya estás listo? —insistió Eliza con voz melosa.

—No, me despertó tu llamada. —mintió Octavio.

Ashh bueno, haré mi pequeño esfuerzo. —y colgó.

Octavio soltó el celular, se quedó recostado mirando el techo. No entendía por qué no terminaba de una vez por todas con Eliza, simplemente ya no sentía nada por ella, pero era Eliza, la bonita, la que lo volvió a aceptar, simplemente ya no se sentía atraído hacia ella. Quizás eran las actitudes que Eliza se cargaba, siempre tan vanidosa y hueca. Al pensar en eso casi por inercia tomó un libro…

Él no era de los que leían, pero la palabra hueca en su cabeza lo hizo sentirse mal, no quería ya ser un hueco. Conforme empezó a leer, sus pensamientos lo obligaron a recordar cosas del pasado, iba en la décima página cuando no pudo más con la extraña sensación de su pecho y buscó debajo de la cama. Sacó una caja. Era la caja de sus converse. Dentro había cartas, fotos y un disco. Puso una de las cartas como separador en el libro y tomó el disco para ponerlo en su grabadora. Rock japonés inundó la habitación. Continuó leyendo.

Pronto su mamá tocó a la puerta, dijo que ya era hora del desayuno, Octavio gritó un ya voy y continuó leyendo. El libro se llamaba El misterio del solitario de Jostein Gaarder, se lo habían recomendado alguna vez, lo había comprado la semana pasada con su primer salario. Ya se había prometido eso, leer, leer de verdad, porque si leía podría comprender a aquella persona que tantos secretos había tenido en su personalidad. Entonces llegó a una frase, una que decía “…el destino no se puede interponer en algo que realmente quieres hacer…”

La frase lo dejó pensando, su madre tocó la puerta por segunda vez, él dejó súbitamente el libro. Apagó el radio y se quedó un minuto inmóvil. Iba a salir, pero decidió ver de nuevo esa caja debajo de su cama. La abrió, buscó entre las cartas, encontró un papel que decía Número de Juliana, lo tomó y salió de la habitación.

La mesa ya estaba servida, pero aún así, antes de sentarse fue hacia el teléfono, entonces el corazón comenzó a latirle fuerte… Vamos, no seas cobarde, ¿ya tienes 20 años y sigues con estas cosas de niños?, marca, habla y luego sé tú

—¡Octavio! ¿Qué no vas a desayunar? —dijo su madre con voz molesta. —¡Se está enfriando!

—Vooooooooy.

Diiiiing.

Diiiiing.

Diiiiiing.

—¿Bueno? —se escuchó la voz de una señora.

—Buenos días, ¿se encontrará Juliana? —preguntó casi sin voz.

—¿Juliana? ¿Quién le habla?

—Un viejo amigo.

—Híjole, no sé si sabrás, pero todavía no regresa de su viaje al extranjero.

—Oh ya… ¿sabe la fecha en que regresa?

—No, todavía no se ha comunicado con nosotros para decirnos, pero puedes decirme tu nombre y cuando llame le puedo decir que marcaste.

—No, no se preocupe, yo la busco después.

Octavio colgó. Una pesadez enorme se abatió sobre su pecho. Ya sabías, ya sabías que ella no estaba en México, ella misma te lo dijo, ¿por qué no le quisiste creer? ¿Acaso piensas que es como tú? Ella sí cumple lo que promete…

—¿Vas a comer o no? —preguntó la madre.

Octavio sacudió la cabeza tratando de olvidar lo que había hecho y se sentó a desayunar. Minutos después tocaron la puerta. Era Samuel, su amigo de la universidad.

—¿Quieres desayunar Sami? —preguntó la madre de Octavio con tono dulce.

—No, muchas gracias señora, sólo vine por Octa porque ya es un poco tarde.

Octavio terminó de desayunar lo más rápido que pudo. Regresó a su habitación, devolvió la hoja del número de Juliana a la caja, guardó la caja debajo de la cama y tomó el libro. Minutos después se encontraba en el auto de Samuel.

—¿Volviste a enojarte con Eliza? —preguntó Samuel saliendo a la carretera.

—No, ¿por qué?

—Me llamó hace rato, quería que pasara por ella.

—Ahh, no, no sé qué le pasa. —se apresuró a responder Octavio. Luego intentó comenzar a leer.

—¿Qué rayos haces? —preguntó Samuel con una sonrisa incrédula.

—¿No se nota? Estoy leyendo. —dijo Octavio sin despegar la mirada del libro.

—Sí… pero ¿tú lees? ¿Desde cuándo? —agregó Samuel sin dejar de sonar incrédulo.

—Desde que me dieron mi primer sueldo, ya voy a comprar libros Samuel, no sé si tú lo sepas pero leer te abre la cabeza a nuevas perspectivas. —dijo Octavio y continuó leyendo.

Samuel no dijo nada más, pero no dejó de verlo raro el resto del camino. Pronto llegaron a la universidad. Ambos estaban estudiando medicina. Apenas iban en segundo año, se habían retrasado por cuestiones de la vida. Antes de bajar Samuel le dio un flayer a Octavio.

—¿Qué es esto? —preguntó Octavio mirando la tarjeta, decía algo de bebidas gratis.

—Un amigo le va a hacer una fiesta sorpresa a su novia. —dijo Samuel acomodando sus cosas para bajar del auto.

—¿Y eso a mí qué? Yo no quiero ir de colado.

—No seas tarado —se burló Samuel bajando del auto. —Yo te estoy invitando, se va a poner muy bueno, créeme, además quien quita y conoces a alguien.

—Pero ¿para qué quiero conocer a alguien? Tengo a Eliza… —dijo Octavio a media voz.

—Ajá, esa ni tú te la crees, ¡ya hasta estás leyendo! Piénsalo, luego nos vemos.

Y Samuel se alejó. Octavio iba a mirar una vez más el flayer, pero el reloj se le cruzó a la vista. Era increíblemente tarde. Hizo bolita la tarjeta y metiéndola a su mochila corrió para llegar a su clase.

viernes, 7 de mayo de 2010

Dilema

—Regresó. —dijo Juliana con la voz llena de una extraña emoción, Otto la miró con el cejo fruncido, dejó que pasara, la chica se sentó en el sillón. Se quedó un minuto en silencio mientras Otto iba a preparar un poco de café.

—¿Estás segura? —le preguntó desde la cocina.

—Segurísima. —respondió Juliana mientras paseaba su mirada por las fotografías que había en los muebles. No sabía qué le pasaba, sentía en su cuerpo esa sensación del pasado, no era tristeza, ni alegría, ni enojo, era sensación del pasado, ¿cómo llamarla? Ah, claro, nostalgia.

—¿Y cómo te sientes? —preguntó de nuevo Otto regresando con dos tazas llenas de agua caliente, las colocó en la mesita de centro y enseguida miró los ojos de Juliana. Las miradas se encontraron.

—No estoy segura… —confesó Juliana sonriendo a la vez que bajaba la mirada y tomaba una cucharita para agregar café a su taza.

—¿Le has dicho a Xavier? —preguntó Otto preparando su café.

—Nadie sabe nada, eres el primero. —dijo la chica dando un sorbo a su bebida. Luego depositó lentamente la taza en la mesita, cruzó los brazos en su regazo, trató de apagar toda emoción de su voz y con un timbre extraño agregó: —Estoy preocupada.

Otto también dejó su taza en la mesita y miró paternalmente a Juliana.

—No te sientas así, creo que es normal, ha sido mucho tiempo. —dijo para consolarla.

—Han sido seis años… y aún siento todo como si fuera la primera vez. —remarcó Juliana con cierto dolor en sus palabras.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Otto.

—Por el momento nada, dejar que las cosas pasen. —dijo Juliana no muy convencida de su respuesta

—Sólo, por favor —intervino Otto con tono de súplica. —Ten cuidado de no lastimar mucho a Xavier, en el momento que decidas algo creo que él debe ser el primero en saberlo… recuerda que… bueno, que… ya sabes.

—Sí, lo sé… ay Otto, de verdad no sé qué haría sin ti… Eledith se fue a Los Ángeles, sólo me quedas tú. —dijo con voz afable Juliana y se levantó de su asiento para abrazar a Otto.

Otto correspondió el abrazo. Sintió en su cuerpo el contacto con Juliana y se sorprendió mucho de sentirla ahora como una hermana, atrás habían quedado esos días en que sentía amarla, ahora su vida era Pagen, sólo Pagen.

—Ya sabes que siempre voy a estar para ti, confío en que tomarás la mejor decisión.

Luego de abrazarse terminaron de beber el café. Juliana tenía el rostro algo demacrado, las noches de desvelo no pasaban en balde sobre su cuerpo. Aún se veía más joven de lo que en realidad era, como una chica de 18, cuando ya tenía 21 años encima. Miró el reloj, ya pasaba de la media noche. Vio entonces a Otto, su amigo el guapo, al que todas las niñas amaban desde que iba en el kínder. Ella misma deliró por él alguna vez de su existencia humana, pero ahora, con las facciones de hombre maduro comenzándose a marcar en el rostro, sentía de verdad que era como un hermano.

—¿Quieres que te vaya a dejar? —preguntó Otto cuando notó que Juliana miraba el reloj.

—¿Pagen está aquí? —preguntó a su vez Juliana.

—Sí… pero ya está dormida, cuando regrese yo le digo que viniste.

—¿Crees que se moleste? —cuestionó Juliana mirando una fotografía donde estaban Otto, Pagen y su nena recién nacida. —Tu bebé es hermosa.

—Sí, lo sé… y no te preocupes por Pagen, creo que esa situación es parte del pasado, ahora tanto en el mundo de ella, como en el mío, sólo tenemos cabeza para Avi.

Juliana sonrió. De pronto escenas de su vida en general le pasaron en la cabeza. Siempre se había quejado de que su madre llorara por el pasado, ahora sentía ella estancarse las lágrimas en su garganta. El pasado. Esa cosa que forma parte del presente más que cualquier otra cosa.

Otto tomó las llaves de la camioneta y salieron ambos de la casa. Tantas veces había visitado Juliana ese hogar, la última vez que lo pisó tenía más de un año, cuando ella misma era otra y su vida otra, y todo era otra cosa. La vida daba giros inesperados. Abordaron la camioneta y Otto comenzó a conducir en esa calurosa noche de mayo.

—¿Cuándo te regresas a Coyoacán? —comenzó la plática Otto.

—El lunes en la mañana, espero que Xavier me vaya a dejar.

—¿Tiene mucho trabajo? —preguntó Otto mirándola por el retrovisor.

—No… o no sé, es que ¿sabes? Magaly lo sigue buscando. —dijo Juliana tratando de no sonar molesta.

—¿Esa chica qué no sabe nada de ética o qué? ¿Le cuesta mucho entender que Xavier no quiere nada con ella? —agregó Otto girando el manubrio.

Juliana miraba el paisaje nocturno de su pueblo, allí las calles tenuemente iluminadas, allá esas banquetas que tantas historias contaban.

—A veces trato de entenderla, Xavier no es cualquier persona, es lógico que más de una persona lo ame.

—Sí, pero lo que aquí importa no es que ella lo ame, sino que él te ama a ti, ¿para qué se sigue haciendo daño la chica? Además ¿no me habías dicho que el hermano de Xavier quiere con ella? ¿Por qué no le hace caso de una vez? Siento que sufren por tonterías.

—Puede ser… —Juliana seguía mirando el paisaje nocturno, pronto pasaron frente a la casa de Xavier, sólo miró de reojo la luz encendida de su habitación, se lo imaginó haciendo tarea, o tal vez viendo una película, apenas lo había visto en la tarde, le sorprendía demasiado cómo llegaba a extrañarlo. Como ya no dijo nada, Otto agregó:

—Pero ¿qué tiene que ver Magaly con que Xavier te vaya a dejar al departamento?

—Pues que, creo, Magaly quiere ir a hacer un trámite para denunciar al patán que era su novio, pero requiere de testigos y Xavier es uno de ellos, entonces creo que se van a ir desde temprano.

Ninguno de los dos dijo nada más. Pronto llegaron a la casa de Juliana. La bonita casa de dos pisos, blanca, con jardín enorme, Juliana suspiró, amaba su casa.

Descendieron de la camioneta y Juliana abrió la puerta.

—Gracias, Otto. —dijo con sinceridad.

—De nada Julicienta, ya no te preocupes, todo va a salir bien. —dijo dándole otro abrazo.

Luego volvió a abordar la camioneta y se perdió de la vista de Juliana cuando dio vuelta en la primera esquina. La chica entró a su casa. Caminó lentamente a su habitación. Todos dormían ya. Cuando se acostó se percató de que había dejado el celular debajo de la almohada. Tenía quince mensajes y veinte llamadas perdidas. Cinco mensajes eran de Xavier, el último tenía sólo unos minutos, decían cosas como te extraño, ¿quieres venir a mi casa?, el lunes sí te voy a ir a dejar, estoy comiendo helado ¿vienes?, te amo. Diez llamadas también eran de él.

Los otros diez mensajes eran de ese sujeto por el cual todo su mundo se había derrumbado de nuevo. Los leyó lentamente, uno por uno, y volvió a sentir en su estómago esa nostalgia que le subía y bajaba por el pecho. El último de ellos decía: Aún no puedo creer que te haya vuelto a encontrar, pienso en ti y estoy seguro de ser el más feliz sobre la tierra, Juliana ¿cuándo te voy a ver? Ya te extraño demasiado. Las llamadas restantes decían su nombre.