martes, 28 de junio de 2011

8. Reemplazo

Fue culpa de Alicia, lo puedo jurar. No, nadie te creerá eso Octavio. El chico daba vueltas en su habitación. Pero créeme, yo estaba así solito, pensando en ella y de pronto llegó Alicia y me besó. Sí, así fue como sucedió, exceptuando que estás omitiendo el hecho de que le pediste que fuera tu novia y ella te dijo que sí. ¿Qué otra opción me quedaba? Juliana ni siquiera me pela. No existo para ella.

Octavio se sentía mejor si platicaba consigo mismo. Quería creer fervientemente en que existía otro él, tonto e inmaduro, que realizaba todas aquellos actos irresponsables. Si Juliana estaba a kilómetros de mí, ahora estará a años luz. Me siento realmente patético. La palabra le cayó como baba verde, la sentía pegajosa por todo el cuerpo.

De nada servirá que le diga a Juliana que ya terminé con Alicia. Ni siquiera has terminado con ella. Lo haré mañana, lo prometo. Pero besa muy bien. Pero puede más mi amor por Juliana. Si pudiera más no le hubieras puesto el cuerno con Diana. Eso pasó porque me dejé llevar. Lo de Alicia también. Pero Alicia no es prima de Juliana, además de que tampoco andaba con ella. Tienes razón, Alicia es la amiga de Juliana y ella sabe perfectamente que Juliana sufre por ti. Entonces la traidora es ella. Y tú también, por traicionar tus verdaderos sentimientos.

Mis verdaderos sentimientos, no puede ser, ya hablo como niña. Octavio se tiró en la cama. Ya no quería pensar en nada. Tuviera o no otro yo, de todos modos sabía que era culpable. Sabía que cada vez se alejaba más de su verdadero amor. Rayos, otro concepto de niña. Encendió su stereo. Subió el máximo volumen y se dedicó a sentir cómo los vidrios se estremecían con el sonido. Eso hasta que dos minutos después su madre tocó la puerta obligándolo a bajar bastantes decibeles.

A pesar de todo sí estaba enamorado de Juliana. No podía dejar de pensar en ella. Oía su voz. Pensaba en todos aquellos momentos que vivieron juntos. La recordaba reír, jugar, brincar. Ella era tan alegre. Y él se dedicó a machacar su sonrisa. Era deprimente. ¿Por qué le costaba tanto luchar por ella? Era un cobarde. Tantas oportunidades que había dejado escapar. Pero es que Juliana tampoco cedía un ápice. Ni siquiera lo miraba. Ni siquiera le hacía creer un poquito que él existía todavía para ella.

¿Podemos desaparecer en un segundo? No. Sé que ella no me puede olvidar tan fácil. Pero ¿tú qué sabes del olvido, Octavio? No sabes nada. El olvido es la cosa más difícil que se te ha presentado hasta el momento. Más difícil que herir. Más difícil que perdonar. Mucho más difícil que amar. No conoces las fórmulas del olvido. No existen. O tal vez sí, pero eso aún no lo sabes.

Esa noche Octavio durmió realmente mal. Soñó que Juliana se paraba frente a él y le ofrecía una mano. Él quiso estrecharla, pero en el momento en que su mano se acercaba, Juliana se alejó a distancias considerables. Octavio corrió, pero por cada paso que daba ella se alejaba mucho más. Hasta que dejó de verla por lo lejos que estaba. Se había vuelto completamente inalcanzable. Despertó muy sudado y con el corazón acelerado. Juliana ya no estaba para él. Y él estaba harto de sí por lamentarse tanto. No más. Mañana mismo arreglo esto.

Al día siguiente lo primero que hizo a la hora de la salida fue hablar con Alicia. La encontró platicando con sus amigas. Octavio se acercó decidido y la niña al verlo bajó la mirada.

—Necesito hablar contigo. —dijo Octavio lo más seriamente que pudo.

—¿Sí? Me alegra porque yo también necesito decirte algo.

Los dos se alejaron de las amigas de Alicia, luego de dar algunos pasos una de ellas gritó:

—¡Dile lo que Juliana nos dijo!

Octavio se emocionó. ¿Acaso ella les había confesado que ya no podía estar más sin él? Alicia asintió a su amiga y una vez que estuvieron a solas la chica soltó:

—Quiero terminar.

—¿Eh? —eso fue mejor de lo que esperaba Octavio. Tratando de disimular su sonrisa admitió:

—Yo… te quería decir exactamente lo mismo.

—Sí… —Alicia lucía afectada, pero aún así siguió con la charla. —Verás, Juliana es mi amiga y me siento muy mal por haberle hecho esto…

—¿Por hacerle qué? —saltó Octavio, no quería que Alicia se adjudicara toda la culpa. —Tú y yo anduvimos pero yo ya no era novio de ella.

—Lo sé pero… ella te quiere mucho…

—¿Sí? —Octavio sintió cómo dentro de él se acumulaban las ganas de ir por Juliana en ese preciso instante. Quería verla, abrazarla y decirle todo lo que sentía.

—Sí pero… ¿cómo te lo diré?

—No necesitas decir nada. —dijo Octavio y luego de acariciar la cabeza de Alicia con la mano se alejó corriendo buscando a Juliana. Ya no escuchó lo que la chica le gritó, sentía que la respiración le faltaba.

Medio vio que Alicia lo seguía, pero pensó que fue alucinación. Pronto llegó a la puerta de salida y entornó los ojos para hallar a Juliana. La encontró. Ahí estaba la pequeña niña acompañada de un sujeto que Octavio no conocía. Quiso acercarse pero Alicia logró tomarlo del brazo.

—¡No vayas! —dijo toda agitada.

—¿Por qué? —se sorprendió Octavio.

—Es… su novio…

Es su novio. Es su novio. Es su novio. Es su novio. Es su novio. La frase cobró eco en la cabeza.

—¿Qué? Claro que no, debe ser una broma.

—No es ninguna broma, Juliana nos dijo hoy en la mañana que ya tenía novio, yo creo que le molestó que las otras niñas le siguieran diciendo cosas de ti. —explicó Alicia.

—Esto no es verdad. —Octavio no sabía cómo reaccionar. Juliana, la palomita blanca, ¿atreviéndose a jugar con otro chico? Porque algo era seguro, ella no lo había olvidado. Necesitaba respirar. —¿Y quién es ese? Ni siquiera lo conocemos.

—Se llama Daniel, va en la tarde.

Octavio miró fijamente a Juliana. Ella sonreía al chico y el tal Daniel le devolvía la sonrisa. Luego vio cómo él sacó de su mochila un disco, una rosa y al parecer una carta y se los dio a la niña. Ella los aceptó y luego se dieron un abrazo. Más claro no podía estar. Juliana de verdad había decidido reemplazarlo. Qué feo se sentía probar cucharada de su propio chocolate.

jueves, 16 de junio de 2011

7. Olvidémonos de todo, menos de Octavio

Luego de perdonar a Diana, su vida, ciertamente, fue mejor. Sentía que se había quitado una gran piedra del pecho y una parte del dolor disminuyó. Lo único que lamentó fue que, aunque perdonara también a Octavio, no podría regresar con él. Eso estaba fuera de las leyes, de sus propias leyes, las que había inventado para el amor perfecto: No volver a andar con alguien que ha sido infiel. ¿Para qué? Ya lo decían las abuelas: Quien ha sido infiel una vez ¿por qué no habría de serlo dos veces?

Además la infidelidad quebraba por completo la confianza. Su confianza estaba rota. Y las dudas la perseguían: ¿Qué lo motivó a serme infiel? ¿Acaso yo no lo llenaba como persona? Esas preguntas so tontas la hacían sentirse peor. Pero, bueno, al menos había recuperado a su prima y amiga que, aunque al principio no podían tratarse como antes, con el paso del tiempo las cosas terminarían por aclararse.

Juliana se convenció de que todos esos pensamientos eran ciertos, que tenía que dejar pasar lo que sentía por Octavio. Debía, tristemente, olvidarlo. Esa fue la primera vez que Juliana pronunció con consciencia la palabra olvidar. La sintió como una masa negra que le abrazaba el cuerpo, se iba extendiendo, pero de pronto los recuerdos sobre Octavio se hicieron más fuertes. Las ocasiones en que pasearon en bicicleta, las veces que la acompañó a las clases de piano, su primer y único beso…

Olvidémonos de todo, menos de Octavio. Sentía cómo el nombre del chico le apretaba el corazón. Las siete letras tenían vida y se burlaban de ella. Me quieres pero no me quieres, paradójico. ¿Por qué se sentía obligada a comprender palabras como “olvidar”, “infidelidad”, “confianza”? Ella no quería entenderlas, quería ahí mismo darse la vuelta y decirle a Octavio que había sido un imbécil pero que aún lo seguía queriendo. Para variar, un imbécil con suerte.

El imbécil se acercó:

—¿Por qué lloras?

Hasta ese momento Juliana reparó en su llanto. Lo tenía frente a él, las palabras estaban a punto de salir de su boca, pero se calló. Le lanzó una mirada de “Vete”, pero el chico no se movió. Al contrario, se puso de rodillas para que su rostro quedara frente al de Juliana.

—No llores. —pidió.

Juliana se secó las lágrimas con la manga del suéter. Lo miró un instante y luego, tomando aire, preguntó:

—¿Por qué?

Octavio sabía muy bien que esa pregunta se refería a Diana. Realmente ni él mismo conocía la respuesta. Hizo una mueca parecida a una sonrisa y luego se atrevió a poner su mano en la mano de Juliana. La chica la retiró inmediatamente.

—Si no tienes nada que decir, no me hables. —sentenció la niña parándose de su asiento.

—Tengo algo que decir. —soltó Octavio poniéndose de pie. Juliana volteó.

—Te amo.

Ella movió la cabeza y sintió que las lágrimas volvían a surgir, así que salió del salón y fue corriendo al baño. ¿Un “Te amo” lo solucionaba todo? ¿Acaso creía que era una idiota? Tenía tantas ganas de golpearlo y se conformó con apretar hasta el cansancio un pedazo de papel. Sí, debía olvidarlo, porque para empezar él ni siquiera estaba imaginando lo que ella estaba sufriendo.

Se aseguró de que sus ojos no se vieran hinchados y salió del baño. En el camino hacia el salón se encontró con Diana. Ambas sonrieron y se sentaron un momento en una de las jardineras.

—Cada vez que te veo siento ganas de pedirte perdón, de verdad me siento muy mal. —dijo Diana con la vista gacha.

—Una vez es suficiente, si lo haces de corazón. —respondió Juliana con aire nostálgico.

—Claro que lo digo de corazón, te quiero tanto prima. —la chica se acercó a Juliana y la abrazó.

—Yo también.

—¿Por qué lloraste?

—¿Se nota mucho?

—Sólo si te ven de cerca.

—Ah, por nada importante.

—Si no era importante no hubieras llorado.

—¿Qué puedo hacer ya? Octavio nació imbécil, es algo que yo no puedo controlar.

Diana rió al escuchar a Juliana.

—Sí, es muy imbécil, pero ya encontraremos la forma de hacerlo pagar. —Diana usó un tono lúgubre para su frase lo que hizo decir a Juliana:

—¿Hacerlo pagar? No soy una persona vengativa.

—Ni yo, pero él merece sufrir.

—Se lo cobrará el karma.

—Hagamos que el karma exista. —insistió Diana.

—No haré nada, él solo se dará cuenta de sus errores, espero que cuando lo haga no sea demasiado tarde. —Juliana se puso de pie y se dirigió a su salón: —Nos vemos luego.

Se agregaba otra palabra a la lista de conceptos por entender: Ven-gan-za. Era una palabra fuerte, veía sangre al pronunciarla, pero probablemente eso era por haber visto demasiadas películas de acción. De todos modos Juliana tenía que hacerse la idea de olvidar. Otra palabra de tres sílabas. Pero al pensar en esa veía de por medio agua y nubes blancas, no sabía por qué, tal vez por alguna escena de alguna película donde mientras pronunciaban la palabra olvidar el paisaje tenía agua y nubes blancas.

Al entrar nuevamente en el salón decidió ignorar por completo la presencia de Octavio. Ya no le haría caso. Lo golpearía con el látigo de su indiferencia. De alguna manera él tenía que asentar los pies en la tierra y buscar las opciones que lo hicieran recuperar a Juliana. La chica revisó mentalmente su lista de leyes y encontró que: Sólo se puede perdonar a un infiel si éste se arrepiente completamente de sus actos y demuestra su amor por al menos tres hechos que convenzan. ¿Qué actos utilizarás Octavio?, sonrió Juliana.

Y la sonrisa se le desvaneció por completo a la tercera semana. Fue un desvanecimiento cruel, se convirtió en llanto incontrolable. Tuvo que encerrarse en el baño para que nadie la viera. Para-que-él-no-la-viera. Él, imbécil. Juliana estaba deshecha. Había visto a Octavio besándose con Alicia. Esta vez no era Diana, su prima. Era Alicia, “su amiga”. Juliana sabía que, aunque no quisiera, tenía que meterse a la fuerza eso del olvido.