Lo mío fue amor a primera vista. Sí, no se burlen, en estas épocas aún existe ese tipo de amores. Pienso que todo ya está escrito, confío firmemente en que las casualidades son falsas. Si conocí a Juliana fue porque yo ya estaba destinado a verla ese día, en ese lugar y a esa hora. No creo que todo haya sido por mera coincidencia, ¿cómo es posible que de un encuentro casual los sentidos se alteren y se tome un nuevo curso en la vida? No creo en esas cosas, para mí, ya todo estaba escrito.
El día para inscribirse a la secundaria cayó en once de agosto. Fecha buena para mí. Todos los días once me sucedía algo especial; por ejemplo, el once de julio me había encontrado cien pesos en la calle y el once de junio había roto mi propio récord con la bicicleta. ¿Por qué me sucedían esas cosas? Para ser franco, no lo sé. Generalmente no era, ni soy aún, un chico con suerte.
Me levanté temprano dispuesto a ir solo a inscribirme, quería comenzar a hacer las cosas por mi cuenta, mi madre siempre me consentía demasiado y no quería que en la secundaria fuera lo mismo. Había visto a mi amigo Joan un día anterior, él me había dicho que su madre no lo iría a inscribir, que si íbamos a entrar a la secundaria teníamos que demostrar que al menos éramos capaces de hacer las cosas por nosotros mismos.
Así que no me preocupé en informar a mi madre de que la fecha para la inscripción era ese día. Sólo que yo no sabía que mi madre es de ese tipo de personas que se preocupan hasta el límite por sus hijos. Cuando yo me desperté, supuestamente temprano, mi mamá ya se había bañado y estaba haciendo el desayuno:
—Anda arréglate rápido, si no nos va a tocar tarde, ves que luego la fila se hace inmensa. —me dijo moviendo la espátula en el sartén.
—Pero mamá, yo quería ir a inscribirme solo. —repliqué.
—¿Solo? Cuando empieces a lavar toda tu ropa te dejaré hacer solo las cosas. —contestó mi madre.
Enojado me fui a arreglar. Ése era un día once, ¿por qué había empezado tan mal? Comencé a pensar que tal vez mi racha de buena suerte había terminado y, resignado, me fui con mi madre a la secundaria. Realmente no sabía a qué la acompañaba, me daría mucha pena que Joan me viera con ella, se burlaría de mí, él siempre andaba solo, era un chico muy rebelde.
Llegamos a la escuela y yo me encargué de ocultarme de toda persona, fui a sentarme en una de las bancas que daban la espalda al patio y estaba frente a un laboratorio. Entonces observé que en las ventanas de ese laboratorio estaban pegadas unas hojas. Me acerqué. Eran las listas de los grupos de primer grado. Me dediqué a buscar mi nombre. No fue muy difícil, estaba en la primera hoja, me había tocado en el 1° A. También Joan estaba conmigo.
Una vez visto que fui aceptado en la preinscripción volví a sentarme en la banquita esperando pacientemente a que mi madre terminara de hacer los trámites, la miré, era como la número cincuenta de la fila de personas que venían a inscribir a sus hijos. Joan estaba formado diez señoras más lejos de mi madre, me volteé hacia el laboratorio para que no me mirara. Ahí estuve alrededor de veinte minutos, el tiempo en que mi madre se tardó en avanzar cinco personas. Entonces oí voces detrás de mí.
—¡Mira ahí están las listas! —dijo una chica con voz estruendosa.
Yo intenté pararme para estar alejado de la gente, pero cuando volteé me di cuenta que si me levantaba Joan repararía en mi existencia y eso era lo que no quería.
—¡Juliana corre! —dijo la misma chica esperando a la otra niña que venía con ella.
Miré a la niña que hablaba, tenía el cabello largo y estaba un poco llenita. Me hice el desentendido de la situación y comencé a mirar el suelo, de todos modos pasaba desapercibido para ella. Juliana no tardó en alcanzarla.
—¡Espera Diana! —dijo con voz cansada. —¡Tengo que formarme! Mira ya hasta dónde va la fila, voy a estar aquí todo el día.
En ese momento me dieron ganas de ver a la chica que acababa de llegar, era una de las pocas niñas que se inscribía sin su madre, levanté la mirada y entonces la vi. Era, así de sencillo, increíblemente bonita. Llevaba el cabello sujeto en una coleta, usaba una playera rosa que le sentaba bien y pantalón gris de mezclilla.
—Tienes que ver primero si te quedaste. —argumentó la otra niña llamada Diana señalando las listas pegadas en el laboratorio.
—Cierto… a ver, busquemos mi nombre. —dijo Juliana dándome la espalda. Ni siquiera me había mirado. Yo seguí viendo cómo buscaba su nombre en las listas, espero que se haya quedado, pensaba en mi interior, prometo que si se queda le hablaré.
—¡Aquí estás! —exclamó Diana emocionada. —¡Te tocó en el 1° A!
—¡A ver! —se emocionó a su vez Juliana. —¡Es verdad! Y mira… Ronaldo se quedó conmigo, le dará un infarto cuando se entere.
Sonreí al oír las expresiones de Juliana, le había tocado en mi grupo, no era tan estruendosa como Diana, tenía cierto recato en sus palabras, y así, con esa impresión, lucía realmente inteligente.
—Busca, a ver quién más conocemos. —dijo Juliana paseando sus ojos por las listas.
—Pues… ¡mira! A León le tocó en 1° C. —dijo Diana. —De ahí ya no veo nombres de conocidos.
Yo seguía viéndolas, me parecía sorprendente que a ninguna de las dos les importara mi presencia, estaba a punto de decidirme a saludarlas cuando sentí que alguien se sentó a mi lado. Al principio pensé que era Joan y ya estaba dispuesto a ponerle una cara de buenos amigos, pero cuando volteé descubrí que no era él. Era un chico completamente desconocido.
—¿Qué hacen? —me susurró viendo a las dos niñas.
—Pues… ven las listas. —dije también en voz baja, como si los dos temiéramos ser oídos por ellas.
El chico se dedicó a observar conmigo.
—Mira Diana, en mi grupo va un chico que se llama Fabiano, ¿quién rayos se llama Fabiano? —dijo Juliana riéndose. —Es un nombre feo.
Diana asintió con la cabeza revisando minuciosamente las demás listas.
—Resulta que yo me llamo Fabiano. —me dijo el chico con voz tan baja que tuve que acercarme a él y además, luego de escucharlo, tuve que aguantarme las ganas de reírme.
—Pero ése no es un nombre tan feo. —argumentó Diana. —Apuesto que debe haber uno peor.
Entonces Diana quitó a Juliana de la lista de 1° A y pasó su dedo por los nombres.
—¡Mira! Aquí hay uno, dice Licea Vera Octavio. —y empezó a reír con ganas. —¡Octavio! ¡Es un nombre horrible!
Sentí que la molestia llegaba de mi cabeza a mis puños y sin querer los apreté con fuerza. Traté de tranquilizarme y en voz baja le dije a Fabiano:
—Resulta que yo soy Octavio.
Fabiano me miró risueñamente. A ambos nos dieron ganas de reír, pero nos las aguantamos y seguimos sentados.
—¡Octavio no es un nombre feo! —dijo Juliana para mi sorpresa. —A mí me parece un nombre lindo.
La sonrisa que Juliana esbozó cuando dijo eso logró que mi corazón comenzara a latir con fuerza. Hoy es once, hoy es mi día de suerte, comencé a decirme mentalmente.
—Pues estás loca si ese nombre te parece bonito. —rebatió Diana.
—Bueno, ya conoceremos al tipo, pero mientras yo digo que su nombre no está mal. —dijo Juliana. —¡Diana! ¡Vamos a formarnos! Ya llegó más gente…
Y entonces las dos niñas echaron a correr. Yo seguí a Juliana con la mirada. Definitivamente tenía que hablarle. Comencé a crear historias en mi cabeza de cómo sería que me le acercaría, hasta que Fabiano interrumpió mis pensamientos:
—Es bonita esa niña, ¿verdad? —dijo señalando con la mirada a Juliana. Yo asentí con la cabeza y pude notar que no era yo el único que se enamoraba a primera vista.
2 comentarios:
Me encanta la novela.
Estuve leyendo cada capítulo y me ha cautivado.
Espero con ansias el siguiente capítulo.
Te sigo.
o-(^w^)-o
Adioses!
No mames Abril... tu novela me va dejando triste, nostálgico... no porke lo sea (necesariamente) menos en este capítulo, pero no mames... el amor me hace sentir así... Veo a mi derecha: ahí está: esa parte de Amelie, esa rola de Yan... me hacen shorar. Vale pito y yo ya tan trankilo de ya sabes qué y por quién y ahora he dudado de mi seguridad porque la veré entrando (ya el lunes), alguno de estos días en la fac y la tendré ke evitar... y se abrió mi kajita de recuerdos.
Publicar un comentario