martes, 8 de junio de 2010

Bicicleta

Lo primero que hizo Xavier al despertarse fue ir a casa de Aaron. Necesitaba aclarar esa duda que tantos problemas le había causado para dormir. Llegó a casa de su amigo y se dirigió a su habitación, abrió la puerta. En el cuarto estaban Ronaldo, Aaron y León, los tres sumamente dormidos, roncando y revueltos en la cama. Xavier sonrió. Los tres eran sus amigos.

—¡Despiértense! —gritó Xavier.

No hubo ni un solo movimiento.

—¡DESPIÉRTENSE! —gritó con fuerza, entonces un almohadazo le llegó a la cara.

—¡Cállate! —le había gritado Ronaldo.

Xavier se acercó a él y comenzó a sacudirlo.

—¡¿Qué te pasa idiota?! ¡Déjame dormir! —gritaba Ronaldo tratando de jalarse las cobijas. —¡Espérate que me duele la cabeza!

—Ya levántense crudos, primero andan ahí de ebrios y luego no quieren ayudar a arreglar el desorden. —argumentó Xavier.

—Ni es tu casa. —musitó León quien comenzaba a despertarse. —Es de Aaron, y a ver, míralo, ¿notas que esté preocupado por el desorden? Pareces madre fúrica… —dijo con voz adormilada señalando a Aaron, el chico seguía durmiendo en sus laureles.

—León, necesito hablar contigo. —soltó entonces Xavier con voz seria.

—¡Ya ves! —gritó Ronaldo. —¿Por qué me despiertas a mí? ¡Lárgate con él y déjenme dormir! —dicho eso el chico se enrolló en las cobijas y tapó su cara con una de las almohadas.

—Luego Xavo. —pidió León acostándose de nuevo.

—No, necesito hacerlo ahora. —insistió Xavier parándose frente a León.

—¡Déjame dormir! —gritó Ronaldo, pero su voz se escuchó ahogada por la almohada.

—¿Sobre qué? —preguntó León. —Dime rápido que la luz del día me molesta.

—Ayer me dijiste algo y quiero que me digas si es verdad. —comenzó Xavier.

—¿Ayer? Hmm, ¿ayer? —preguntó León dándose cuenta de que su estado de ebriedad había sido grave. —No me acuerdo de ayer… lo último que supe fue que… que… la música era muy buena.

—León, necesito que te acuerdes, me dijiste algo importante pero no puedo creerlo si no me lo confirmas ahora.

—¡CÁ-LLEN-SE! —gritó nuevamente Ronaldo lanzándoles todas las almohadas a su alcance.

—¡Espérate! ¿Qué no puedes ser como Aaron? Tus gritos molestan más que nuestras voces. —se defendió León.

Ronaldo los miró enojado y se enrolló nuevamente en las cobijas.

—Ya no me hablen. —alcanzó a decir con voz molesta.

Xavier y León se miraron y sonrieron. León se sentó en la cama sin soltar su almohada.

—¿Qué fue lo que te dije? —preguntó.

—Me dijiste que habías visto a Octavio en la fiesta. —respondió Xavier.

—¿A quién? ¿A Octavio? ¡Ese idiota! ¿De veras vino?

—¡Pues no lo sé! ¡Tú me dijiste ayer! —se exaltó Xavier.

—¿Yo? ¡No inventes! No me acuerdo de nada… —se rió León llevándose las manos a su cabeza.

—Tienes que acordarte, porque si es verdad, eso significa que… —Xavier calló.

—¿Qué significa? —preguntó serio León. —¿Qué Juliana te dejará? ¿Tan poco la conoces?

—No es eso… pero temo que el tipo haya entrado a la universidad. —soltó Xavier sentándose en la orilla de la cama.

—¡MI PIE! —se oyó el grito de Ronaldo ahogado por las cobijas. Xavier se volvió a parar.

—Pues mira, haya o no haya entrado a la universidad, Juliana no te dejará, ¿piensas que mi prima es una idiota? —preguntó León con voz grave.

—No, para nada. —se apresuró a responder Xavier mirando los músculos de León. —Sólo quiero saber si es verdad lo que me dijiste.

—Pues la verdad no me acuerdo, ya te dije que ahorita lo último que sé que hice ayer fue haber bailado demasiado, ahora entiendo por qué me duelen mis pies… —dijo León volviéndose a meter en las cobijas. —Si me acuerdo de algo te lo haré saber…

Xavier se quedó sorprendido. León estaba sumamente convencido de que Juliana estaría para siempre con él. Quisiera creer lo mismo, pensó el chico para sí. Salió de la habitación dejando en paz a los tres bellos durmientes. Antes de dirigirse a la casa de Juliana recogió algo de basura, escombró el jardín, bebió un poco de café y luego, por fin, se fue en su automóvil.

Sólo que cuando llegó a casa de su novia, ella ya no estaba. Había salido. Xavier declinó la invitación a desayunar de la mamá de Juliana, y con cierta pesadez en su pecho se fue a su casa nuevamente.

Juliana andaba en bicicleta. Quería recordar aquellos tiempos en que para disipar sus preocupaciones sacaba la bicicleta de casa y se perdía entre los campos que aún existían en Uzmati. Le gustaba ver cómo amanecía. Primero el cielo comenzaba a clarearse y luego, poco a poco, el sol comenzaba a salir del horizonte, era como un atardecer pero de mañana. En el momento en que el sol apareció ella estaba sentada al lado de la presa. Mírate Juliana, se decía en voz baja, de nuevo estás aquí lamentándote no ser más dura con tu persona.

—No pensé que aún hablaras sola. —dijo una voz sumamente conocida detrás de ella. —Creí que sólo lo hacías cuando estabas frente a un grave enigma.

Juliana se levantó rápidamente y, con todos los latidos de su corazón oyéndose en su cabeza, volteó. Efectivamente, era Octavio.

—¿Cómo me encontraste? —dijo ella con voz molesta.

—La verdad no pensé que estuvieras aquí, mi plan era irte a buscar más tarde, no pensé que fueras a madrugar. —dijo Octavio con una sonrisa en el rostro.

—¿Entonces?

—¿Entonces? Pues entonces nada, te encuentro por casualidad. —se justificó Octavio. —Y me alegro por ello…

—¿Por casualidad? Tú no crees en las casualidades —soltó Juliana tomando de nuevo su bicicleta.

—Lo sé, pero… espera, ¿a dónde vas? —dijo Octavio siguiéndola, también él llevaba su bicicleta.

—A mi casa, me molesta mucho que copies mis rutinas matutinas. —dijo ella entre molesta y divertida.

—¿Copiarte? Perdón, pero creo que la copiona es otra. —dijo Octavio agarrando la bicicleta de Juliana.

—Suéltala. —pidió Juliana.

—Te extrañé muchísimo. —soltó entonces el chico sintiéndose el más feliz sobre la tierra.

—No digas cosas que luego harán que te arrepientas. —dijo a su vez Juliana.

—Al contrario, siento que si no las digo ahora me voy a sentir mal toda la vida. —explicó Octavio sin soltar la bicicleta. —No te vayas aún.

Juliana lo miró a los ojos. No sabía exactamente qué sentir en ese momento. Era una mezcla de alegría con tristeza. Y entonces, para convencerla, Octavio soltó de pronto:

—Entré a la universidad.

—¿Qué? —respondió en automático Juliana. Y sintió que su vida era un verdadero caos.

1 comentarios:

J. Andrés H. dijo...

wah... me reservó hasta la última línea