viernes, 14 de mayo de 2010

Encierro

El día escolar terminó pronto. Octavio detestaba volver en autobús, así que fue a buscar a Samuel para regresarse con él. Lo encontró en el estacionamiento a punto de arrancar el auto.

—¡Espera! Échame un aventón a mi casa, no seas mala onda. —pidió Octavio abriendo la puerta del asiento del copiloto.

—Pues ya te subiste. —dijo Samuel encogiéndose de hombros. —Sólo te advierto que no te puedo dejar hasta tu casa, a lo más te dejo en la esquina, ¿vale?

—Sí, no hay bronca, pero ¿por qué? —preguntó Octavio acomodándose en el asiento.

—Voy a ir a ayudar al amigo de la fiesta sorpresa, ya sabes, quiere que todo le salga a la perfección.

Samuel comenzó a manejar, la plática seguía.

—¿Todo sólo para su novia? —dijo Octavio con incredulidad sacando nuevamente el libro de su mochila.

—¿Qué? ¿Tú no harías eso por Eliza?

—Claro que no… ya sabes… mi relación con ella va de mal en peor…

—Eso lo sabe todo el mundo, pero estás bien idiota, ¿Por qué no la terminas y ya?

Octavio no respondió. Trató de concentrarse en la lectura, pero la tarde caía y la luz comenzaba a escasear.

—Anda Octavio, no seas niña, vamos a la fiesta. —dijo Samuel. —Voy a conocer a casi todos los que van a ir, te puedo presentar a la chica que tú quieras.

—Jajaja, ¿la que yo quiera?

—La que tú quieras. —sentenció Samuel.

Octavio sonrió y agregó:

—¿Cuándo es la fiesta?

—El viernes.

—¡¿El viernes?! No inventes, sólo faltan dos días. —exclamó Octavio moviendo la cabeza.

—¡Ya lo sé! Pero es que este amigo apenas lo planeó desde ayer, anda como loco, por eso ahorita voy a ir a ayudarle.

—¿Tanto quiere a su novia?

—¿Qué si la quiere? ¡La ama! Está loco por ella.

—Pobre iluso, ¿cómo dices que se llama? —expresó Octavio con voz amarga.

—No te había dicho, pero se llama Xavier.

—¿Xavier? No inventes, qué feo nombre.

—Jajaja y el tuyo es hermoso ¿no?, ¿qué traes contra los Xavieres? —preguntó Samuel mirándolo graciosamente.

—Nada, digamos que conocí uno y no me cayó muy bien.

—Pues qué rencoroso eres eh, este tipo es buena onda, anda vamos a la fiesta y ya te dije, te presento a la chica que tú quieras, conoces a este Xavier y compruebas que no todos los Xavieres son iguales.

—No lo sé. —se limitó a responder.

Pronto llegaron a la esquina donde Octavio bajaba, el automóvil de Samuel se perdió en la distancia, Octavio regresó caminando a su casa. No tenía ánimos de pensar. Se sentía tonto. ¿Por qué se sintió molesto cuando Samuel le dijo que el tal Xavier amaba con locura a su novia? Odiaba el nombre de Xavier desde hacía dos años. Le recordaba a ese otro Xavier que también amaba con locura a su novia. Sólo que la novia de ese otro Xavier era Juliana. Y resultaba que Octavio amaba a Juliana quizás con la misma locura que Xavier. Con más locura, rectificó Octavio en sus pensamientos y siguió caminando.

Ya había decidido no ir a la fiesta, Samuel le estuvo insistiendo el miércoles y el jueves, pero Octavio no cedió. No tenía ánimos para celebrar, y menos en un evento organizado por un Xavier. Tampoco había respondido las llamadas de Eliza. Esos dos días, antes y después de la escuela, se la pasó encerrado en su cuarto. Leía y leía mientras escuchaba el disco de rock japonés, no entendía ni una sola palabra de lo que decían las canciones, pero imaginaba que la chica que se lo había dado también escuchaba el disco. Sí, esa chica era Juliana.

El viernes, después de la escuela, el celular de Octavio sonó, era Samuel. Le volvía a insistir con respecto a la fiesta, le dijo que empezaba a las ocho de la noche y le dejó la dirección del lugar. Octavio fingió que apuntaba, pero cuando Samuel colgó, él se volvió a desparramar en su cama. Entonces tocaron a la puerta.

—Ábreme. —se oyó una voz de chica del otro lado. Era Eliza.

Octavio se levantó sobresaltado, quitó el disco de rock, puso el libro debajo de su almohada, volvió a guardar la caja debajo de la cama, se despeinó el cabello y abrió la puerta.

—¿Qué haces aquí? —dijo abriéndole la puerta a una chica de tez blanca, casi pálida.

—¿Cómo que qué hago aquí? No has respondido mis llamadas, tu madre me dice que te la has pasado encerrado, estoy preocupada Octavio. —dijo la chica tratando de abrazarlo. Octavio se rehusó. —¿Qué tienes?

—Nada, sólo no me siento bien, ¿te puedes ir por favor? —dijo Octavio acostándose en su cama.

—¿Estás enfermo? —preguntó la chica poniéndose a su lado.

—No, sólo no me siento bien, ¿puedes irte por favor? —dijo él tapándose la cara con una almohada.

—¿Qué es esto? —preguntó Eliza. Octavio recordó lo que había dejado debajo.

—Un libro, ¿qué no sabes reconocer un libro? —expresó agriamente.

—No me refiero a eso. —dijo molesta Eliza.

Octavio se quitó la almohada de la cabeza y entonces vio que en las manos de Eliza estaban el libro y una hoja que en realidad era una carta de Juliana, una de esas que Octavio había recibido en la secundaria y la cual usaba como separador.

—¿Has vuelto a ver a esa chica? —preguntó Eliza de pronto con tono preocupado.

—No, ya déjalo ¿sí? Necesito estar solo.

—¿Para pensar en ella? —soltó ella levantándose de la cama.

—No empieces por favor, no la he visto, ya te lo dije.

—Pero piensas en ella, todavía existe en tu cabeza, dime ¿yo cómo quedo? ¿Crees que soy tu consuelo para cuando ella no está?

—Ya Eli, por favor. —pidió Octavio comenzando a exasperarse, se incorporó en la cama y miró fijamente a Eliza. —No la he visto.

—¿Sabes qué Octavio? Te conozco muy bien, ¿crees que no me dolió terminar contigo hace dos años cuando la viste otra vez? Y regresé contigo sólo porque me dijiste que ya no la volverías a ver. —la voz de la chica comenzaba a quebrarse.

—Eliza, ya, deja de decir esas cosas, ya te dije que no la he vuelto a ver.

—Pero la verás pronto ¿no?, ¿qué no era así su trato? “Si cumples tus sueños, búscame y yo regresaré a ti” ¿no te dijo eso? ¿No estás ya cumpliendo tu sueño de ser médico? —Eliza tenía lágrimas en los ojos.

Octavio salió de su habitación cuando la chica dijo eso. La dejó llorando. Iba molesto. ¿Cómo pudo recordarle el trato? Era eso en lo que Octavio no dejaba de pensar. ¿Ahora a dónde voy? Se preguntó cuando vio que caminaba sin rumbo. Vio el reloj. Iban a ser las ocho de la noche.

1 comentarios:

I. Pichel dijo...

Me gusta Octavio, tiene una historia parecida a la de alguien que conozco, que yo escribí hace mucho tiempo. Un canto de ballena.