viernes, 17 de diciembre de 2010

4. La burbuja

La escena pareció ser más larga de lo que en realidad fue. Juliana salió tranquilamente de la escuela, se le había antojado una congelada y cruzó la calle para comprar una. Ya que la tuvo entre sus manos decidió sentarse en las escaleras de un negocio que estaba frente a la escuela. No sabía exactamente en qué estaba pensando, sólo disfrutaba del hielo en su boca. Era de limón. Hacía calor y la congelada le estaba cayendo bien al cuerpo.

Vio al resto de los alumnos que caminaban por la banqueta y que incluso invadían la calle provocando el enojo de los automóviles que transitaban. Tontos, se dijo, ni siquiera son capaces de caminar sólo por la banqueta. Observó los rostros de sus compañeros. Parecían todos tan pequeños. ¿Cuántos años tenían? Entre doce y quince años. ¿Acaso eso no era ser pequeño? ¿Cuántos años tenía Juliana? Trece. ¿Cuántos años le faltaban para casarse? Más de diez. ¿Por qué estaba calculando el tiempo que faltaba para la boda? ¿Boda? ¿Cuál boda?

Juliana sacudió su cabeza. ¿Pensar en boda a los trece años? Eso es precisamente lo que hacen en México. Al menos en los pueblos como Uzmati. Crear un príncipe, una historia de hadas y luego inculcar eso de ser madre y tener una bonita familia viviendo en paz por siempre. Pero ni siquiera la familia de Juliana vivía en eterna paz. Eso de la eterna paz no existe. Es un ideal. Una fantasía. ¿Paz eterna? ¿De qué serviría? ¿Paz es lo mismo que felicidad?

La congelada se estaba consumiendo rápidamente. Juliana sentía su boca fría. Era una sensación placentera considerando el calor que hacía. Así que tenía trece años y estaba pensando en una boda ¿eh? Patético. Y eso del príncipe. Realmente se había imaginado a Octavio como uno. De nuevo su nombre invadiendo sus pensamientos. ¿Acaso era tan difícil dejar de pensar en él? Venía sin ser pedido, era como una muletilla.

En fin, Octavio sí parecía un príncipe. Alto, guapo, muy guapo, el más guapo… Fue entonces cuando sucedió. Juliana los vio claramente. Ahí estaba su príncipe. Octavio pasó frente a ella tomado de la mano de Diana. La mirada de su prima indicaba una especie de “Lo siento”, pero los ojos de Octavio lucían contentos. Ahí iba el príncipe con alguien que no era ella.

¿Un príncipe? No, definitivamente no. Pero si no lo era entonces ¿por qué sentía que todo se estaba desmoronando? Fue entonces cuando Juliana se percató del pinchazo que recibió su propia burbuja. Su burbuja de cuentos de hadas. Rosa. Hadas y princesas. De niña. Fue en ese justo momento cuando Juliana sintió que la burbuja se pinchaba, tal como un globo. Y entonces lo vio todo de otra manera, sin tonalidades amables, todo de pronto pareció violento.

El mundo era violento. Ese mundo que no era su mundo, pero que tenía que enfrentar. Por alguna razón tenía que dejar de lado todo lo demás. Todo pareció más claro. Octavio y Diana siguieron caminando mientras ella los observaba. Y entonces supo que nada era lo que parecía. Realmente había cosas que no eran lo que se pensaba. Esa traición, no era traición. Era miedo. Inmadurez. Y dolía. Bastante.

La congelada se terminó diluyendo en su boca. Hasta sabía distinto. Juliana se tragó esa sensación de llanto que le nació del interior y se dirigió a su casa. En el camino Joan la alcanzó.

—Juliana, hay algo que debo decirte. —dijo con voz seria.

—Lo sé, los acabo de ver.

Joan se inmutó, pero siguió caminando al lado de ella.

—Lo siento, debí decirte, ayer fui a verlo y la verdad no sé qué es lo que le pasa, pero… bueno… ¿cómo te sientes?

—Ni bien ni mal.

—¿Eso es bueno?

—Ni bueno ni malo.

—¿Entonces?

—Lo siento Joan, quiero caminar sola.

Joan esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza. Juliana sentía que la cabeza le explotaba. Nadie cree que trece años sean suficientes para amar. Ella leyó alguna vez que todo eso del amor en realidad requiere de madurez, puedes tener treinta años, pero si no eres maduro, no sientes el amor. ¿Se estaba diciendo madura? No, no lo era. Por tanto eso que sentía por Octavio no podía ser amor. Pero dolía bastante. Bastante.

Juliana se detuvo un momento. Sentía cómo la gente caminaba omitiendo su presencia. Le dolía que Octavio la hubiera traicionado de esa manera. Ya no pudo aguantar y dejó que fluyeran las lágrimas. Era tan relajante poder llorar. Mientras las lágrimas resbalaban se imaginó a sí misma vista desde lo alto, ella sola, parada a la mitad del camino hacia su casa, con la cabeza gacha por las lágrimas, se imaginó también a la gente que caminaba y la ignoraba.

Soy un punto. El punto. Ése que imagino cuando quiero pensar en nada. Es como si todo el mundo fuera el plano y todos los seres humanos fuéramos puntos. Soy el punto. Nada. Podemos ser nada. Es posible. Pero también podemos ser todo, yo lo sé, porque ¿por qué es tan difícil pensar en nada? Generalmente pensamos en algo. Siempre. Generalmente somos alguien. Pero a veces es bueno sentirse nada.

Juliana siguió llorando. La burbuja se estaba deshaciendo por completo. Era algo nuevo. Descubrió que Octavio no pensaba lo que ella. Que tardaría años antes de descubrir que podía ser todo-nada. ¿Acaso alguien más podía tener esos pensamientos a esta edad? Hasta se sentía rara. Nueva. Pero rara. Le dolía lo de Octavio, era cierto. Pero le dolía más que su burbuja hubiera desaparecido. Tendría que enfrentarse a todo con su propio yo.

Retomó la marcha. Se secó las lágrimas con la manga del suéter. Se sentía mejor. Debía enfrentar la llamada realidad. Octavio y Diana eran novios. Octavio era su ex-novio. Diana era su prima. Traición-Inmadurez-Miedo. Tres cosas mezcladas en un solo acto. Olvidar. Eso tenía que hacer. Olvidar todo y nacer de nuevo. Agarrar fuerzas, quién sabe de dónde, pero agarrarlas con convicción.

Pronto llegó a su casa. Vio que alguien estaba sentado en el jardín. Era Fabiano.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó. —Vi a Octavio con… Diana.

—Yo también.

—¿Te sientes bien?

—No te puedo mentir, —respondió Juliana sentándose al lado de su amigo. —Me duele, pero sé que debo superarlo, después de todo Octavio no vale la pena, ¿verdad?

—Ni pena ni nada. Él no vale nada.

—No digas eso. —pidió la chica—Justo venía pensando en esas cosas, creo que la palabra nada es muy ambigua. Para muchos somos nada, para otros más somos todo. Es complicado, ¿sabes?

—Bueno, estoy seguro que para muchas personas tú eres más todo que nada. Y Octavio es muy tonto, porque siendo todo para ti quiso convertirse en nada.

—Sabio, ahora cuéntame, ¿cómo es que llegaste primero que yo?

—Sólo quería saber si te encontrabas bien.

—Lo estoy.

Juliana agradeció tener a personas como él a su lado. Y también pensó en Joan. Sin ellos dos todo hubiera resultado más difícil. ¿Por qué no tenía amigas? Bueno, no importaba ahora, tenía a Fabiano y a Joan. Con ellos era suficiente.

Elis Paprika - Hasta que te conocí

viernes, 10 de diciembre de 2010

3. Ser nadie

No somos nada. Xavier pensaba en lo efímero de su existencia mientras caminaba de regreso a la escuela. Somos una nada que anhelamos convertir en un todo. Yo, como ente solitario, estoy y no estoy. ¿Por qué alguien se preocuparía por esto? ¿Por mi soledad? Ahora entiendo, ella no me eligió porque yo fuera alguien, ella me escogió porque sabía que el otro diría “¿Por éste me cambiaste? Un tipo tan equis”. Sí, fue por eso. Xavier se sintió feliz con su pequeña conclusión. A pesar de lo gris, lo hizo sentir mejor.

Poca gente se siente bien pensando esto, se dijo a sí mismo. La mayoría anhela sentirse especial y única y no solitaria. Fingen. A veces dicen la verdad. Pero casi siempre fingen. Sentirse bien, ser felices, cuando por dentro realmente no conocen la nimiedad de su existencia. Xavier pensaba todo eso mientras caminaba por las calles de Uzmati de regreso a su casa, hacía menos de una hora que Vania había terminado con él.

Estuvo bien, pensó, ni llevábamos tanto. Como dos semanas. Lo único que le reprocho es que me hubiera dicho que me quería. La gente no quiere de verdad. Yo ¿a quién quiero? No estoy seguro de querer a alguien. Y menos de amar. La última frase se anidó en su cerebro y no pensó en nada más, ya casi llegaba. Entonces vio que uno de sus vecinos caminaba a la esquina y luego se regresaba. Lo hizo varias veces, Xavier lo miró con curiosidad.

—¿Qué haces? —le dijo acercándose a él.

—Ah, hola… —saludó el chico. —Pues… no sé qué hago…

—¿Cómo que no sabes?

—Estoy entre ir o no ir a ver a una niña…

—¿Y eso?

—Pues no sé… ¿tú qué harías?

—Pues si me gusta, iría… y si no, pues no.

—Me gusta.

—Pues ve…

—No, mejor no, ¿quieres un refresco? Yo te lo disparo.

—Bueno…

Ambos chicos caminaron a la tienda más cercana. Xavier notó el nerviosismo de su vecino, ¿ponerse así por una niña? Sintió un poco de risa y de envidia. A él Vania lo acababa de cortar y al parecer su vecino estaba a punto de tener novia.

—¿Por qué no vas a verla? —preguntó Xavier cuando se sentaron en la banqueta a beber el refresco.

—Anda triste, su novio le puso el cuerno.

—Pobre… pero pues mejor para ti, ¿no?

—No… su novio era mi mejor amigo… ella tampoco quiere verme.

Xavier se quedó callado. Sonaba a historia triste, conmovedora, de telenovela.

—La quiero y me gusta mucho, pero… no sé, creo que ella sólo me ve como un amigo. —confesó el chico.

—Clásico… No sé qué decirte… Espérala a ver si un día se fija en ti o… ve por ella y dile lo que sientes…

—Haré lo primero, igual y un día resulta ¿no?

Xavier asintió. Si él tuviera que elegir entre esperar e ir a buscar seguramente haría lo segundo, pero sólo por alguien que él estuviera seguro de querer. Y ahí volvía su idea existencial: nadie quiere a nadie, por tanto nadie va en busca de nadie, aparece la espera como símbolo de amor, pero es falso. La espera sólo carcome.

—Bueno, me voy, suerte con ella.

—Va, gracias.

Xavier entró a su casa. Dejó a su vecino sentado en la banqueta. Llegó y aventó la mochila en un sillón. Luego hizo sus deberes domésticos. Monotonía. Pensaba en Vania, la veía lejana. ¿Qué hicieron durante sus dos semanas de noviazgo? Ni siquiera lo recordaba bien y eso que apenas había pasado. Habían paseado en el recreo, él le había comprado una paleta, ella se había reído de un chiste y luego… nada más. No había historia.

El hecho de que yo sepa que no soy nadie me vuelve una persona menos interesante, pensó mientras lavaba los trastes. Un punto a mi favor: no soy en absoluto interesante. Xavier se divertía explorando su soledad, su individualidad. Nada había más importante que eso. Pensó en Joan, su vecino. Enamorado y mal correspondido. Como él. Bueno, no. Porque él no estaba enamorado de Vania, sólo había andado con ella por… ¿por qué?

En la tarde salió un rato a andar en bicicleta. Se había apresurado a hacer la tarea y tenía bastante tiempo libre. Ya había jugado con el playstation hasta aburrirse, aún quedaba luz en el cielo para salir en bicicleta. No era su pasatiempo favorito, pero entonces descubrió que realmente no tenía pasatiempo favorito. ¿Qué es lo que más te gusta hacer?, se preguntó. Y el silencio prolongado de su propia mente lo sorprendió.

Cruzó el río y vagó algunos minutos por los campos de milpa. Se sentía libremente solo. Pensó en lo que haría: volver a casa, obedecer a sus padres, hacer los deberes escolares, dormir, levantarse temprano, ir a la escuela, regresar, lo mismo de siempre. Costumbre. Se sentía bien en ese ciclo inmutable. Pocos se sienten bien en los ciclos inmutables. Dio vuelta en la bicicleta y regresó por el mismo camino.

Casi llegaba a su casa cuando se encontró de nuevo con Joan.

—¿Qué haces? ¿Fuiste a verla? —le preguntó.

—No, fui a ver al idiota de mi amigo.

—¿Al que ya no era tu amigo? —Xavier descendió de la bicicleta, ya estaba a menos de diez pasos de su casa.

—Ya no lo es, es más idiota de lo que creí.

—¿Por qué?

—¿Puedes creer que comenzó a andar con la prima de mi amiga?

—Déjame adivinar, ¿con ella le puso el cuerno?

—Sí.

—Bueno, tiene trece años ¿no?

—Sí, ¿y eso qué? Tú y yo también y no haríamos esas cosas, bueno, yo no.

—No sé Joan, ya se arreglará todo, nos vemos.

Xavier abrió la puerta de su casa, ¿tener trece años? ¿Tan poco? ¿Tan mucho? Él no entendía nada. Ni de edades ni de cosas que no hay que hacer. Ni a Joan. Ni a la niña que le gustaba a Joan. Ni a Vania. Ni eso de sentirse nadie. Ni eso de sentirse alguien. No entendía nada. Ni a él mismo. Sólo entiendo algo, se dijo, que quiero dormir. Y así, cansado y confuso, se tendió en la cama y cayó en sueño profundo.

 

jueves, 2 de diciembre de 2010

2. Juliana nos está viendo

—Juliana nos está viendo.

Diana habló y echó a correr detrás de la niña que con lágrimas en los ojos huía del lugar. Octavio se quedó atónito. Parado. Desconcertado. Luego reaccionó, corrió detrás de ellas, pero su titubeo había durado lo suficiente para dejarlas marchar. Respiró. “Juliana nos está viendo”. Se llevó una mano a la cabeza y luego le entraron ganas de llorar. “Pero los hombres no lloran”. Caminó un rato sin rumbo, buscándolas. Buscándola más a ella, a Juliana. Destrozado.

Imaginó sus argumentos. Iría a buscarla a su casa. Tocaría la puerta hasta que su mano se cansara o hasta que el perro ladrara más de lo normal, o hasta que aburriera a la calle con el toc toc constante de su puño contra el portón. Lo que sucediera primero. Sus pasos lo llevaban. Sentía cómo todo su cuerpo gritaba “Perdón”. Sus brazos al flexionarse. Su respiro. Su yo. ¿Ella lo comprendería? No, ella no lo comprendería. Él iba ahora a explicarle lo inexplicable. “Te puse el cuerno, pero no quería ponerte el cuerno, sólo lo hice, como quien hace las cosas sin pensar, como quien tira basura en la calle hasta que alguien sensato lo regaña. Regáñame tú Juliana. Tú eres sensata.”

Se veía a sí mismo implorándole. Le entró el miedo. Estaba a punto de llegar a la casa y se encontró con Joan. Fue él. El maldito culpable de todo. Se abalanzó sobre su amigo y le propinó un golpe en el rostro. El chico cayó al suelo, pero en lugar de vengarse le ganó la risa.

—¿De qué te ríes? —preguntó un Octavio desconcertado.

—De ti, ¡mira cómo te pones! Ya sabías que esto iba a pasar… —respondió tranquilamente poniéndose de pie.

—No hubiera pasado si tú no le hubieras dicho, ¿cómo la mandas a verme? ¿Tienes idea de cuánto está sufriendo? Me siento tan mal… —Octavio golpeó el suelo con un pie, su tristeza se convertía en enojo, en comprensión de su persona. No fue culpa de Joan. Fue su culpa. Con todo el valor posesivo del su.

—Claro que tengo idea de cuánto está sufriendo, por eso lo hice, dejar que pasara más tiempo iba a ser peor, ¿te imaginas? Más vale ahora.

—Pero yo iba a dejar a Diana, Juliana no tendría que haberse enterado de esto, ¡demonios! ¡ya habíamos hablado Joan! Tú y yo teníamos un trato.

—Tú y yo habíamos quedado en que amabas a Juliana, y si la amabas tanto ¿por qué no dejaste a Diana cuando te dije? ¿Por qué, para empezar, te fijaste en ella? Eres un idiota.

Joan lanzó una mirada de profundo enojo a su amigo y caminó hacia la casa de Juliana.

—¿Qué haces? —Octavio corrió a su lado y la pregunta la hizo con tono un tanto agresivo.

—Voy a verla.

—¿Por qué? ¿Te gusta?

—¿Por qué? Porque es mi amiga.

—¿Te gusta? Siempre te ha gustado mi novia, ¿verdad?

—Ya no es tu novia.

Octavio no dijo nada más. La frase le había hecho eco en el cerebro. Caía la realidad aplastante. Verdad. Había perdido a Juliana para siempre. Vio la silueta de su amigo recortada en el asfalto. La casa estaba al fondo. Joan llegó. Octavio sólo miró cómo cruzó la puerta y desapareció. “¿Qué hago?” Dio algunas vueltas, ahí mismo, rotación personal. Individual. Se acercó a la puerta. No tocó. Los nudillos le parecían imanes que se adherían al metal, pero no tocó.

Se asomó por un huequito, la distancia entre la barda y la puerta. Veía el jardín. Y en el jardín una niña llorando. No era Juliana. Era Diana. Apenas se acordaba de ella. Pobre Diana, también sufría. Quiso hablarle. Quiso abrazarla. Y entonces los reproches de Joan le volvieron como navajas a su idea de querer. Quería a Juliana. Quería a Diana. Algo debía andar mal en el concepto. Una le dolía, la otra no. Querer es más que querer.

Se quedó un momento de pie. Pensando. ¿Por qué no dejó a Diana? Pregunta astuta. Respuesta vaga. La niña era simpática, eso que ni qué, tenía chispa, era instantánea, ocurrente, más graciosa que la propia Juliana. Bonita. Y además se dejaba besar, era eso. Diana se dejaba besar. Y Juliana… ella no. Ella era LA niña. SU niña.

¿Juliana se fijaría en Joan? Él era quien ahora la estaba consolando. Estarían hablando pestes de él, de Octavio. Pensó que tal vez, en medio del llanto, Joan le estaría diciendo: “Él es tonto, es idiota, no te valora, yo le dije, se lo dije muchas veces, pero tiene cera en los oídos, se arrepentirá, pero tú Juliana, tú que eres inteligente y que vales mucho, jamás vuelvas con él, mejor piensa en quien te está apoyando, encontrarás a alguien mejor, a alguien mucho mejor…”

Ese mini discurso ficticio que probablemente sí estaba existiendo lo hizo sentir peor. Los ojos se le humedecieron. Maldito Joan. Qué amistad ni qué virgen embarazada. Resolvió irse. Si Juliana le creía más a Joan que a Diana él no podría ni luchar por ella. Pero, cierto, ¿qué diría Diana? Un “No es lo que parece”. Pero sabían perfectamente que sí era lo que parecía. ¿Cómo se defendería la prima? “Él me insistió, él me cortejó, me seguía después de las clases, me dijo que me quería, más que a ti Juliana, y yo le creí… le creí…”

No. Octavio nunca le dijo que la quería más que a Juliana. Si Diana decía eso iba a ser mera idea guajira. Pero todo lo demás sí era verdad. Hasta lo de seguirla después de las clases. Un arrepentimiento cayó sobre su espalda. Para ese momento ya estaba alejado de la casa. Menos mal. ¿Juliana le creería a Diana? De todos modos él salía perdiendo. Él era el culpable. Diana no lo defendería. Joan tampoco. ¿Quién?

“Juliana nos está viendo”. Ahí la frase de nuevo. Dándole puñetazos en el cerebro. Sus ojos volvieron a humedecerse. No pensar. Pensar nada. ¿Te acuerdas? Comienza a recordar. Ese día en que Juliana le pidió que intentaran pensar nada. “No se puede”, había argumentado él. “Sí se puede, imagina un punto en tu cabeza y míralo fijamente, deja que el punto te llene, te posea, tú eres el punto, tú eres nada”, respondió ella con los ojos cerrados. Muy bonita. Muy filosófica para tener trece años.

Ya no pudo contenerse y dejó que algunas lágrimas fluyeran. Sus pasos caían pesados en la calle. Se sintió pesado. Cargado de culpas. De esa culpa de haberle puesto el cuerno a su novia con su prima. Con la prima. Imperdonable. Lo sabía perfectamente, había perdido a Juliana para siempre. Ese siempre. La misma palabra que ponía luego del te amaré. Nadie razona en las palabras. Nadie razona en el siempre. Es mucho tiempo, siempre. Es más que tiempo. Es eternidad.

¿Juliana andaría con Joan? No. Algo era seguro. Ella no era Octavio. Aunque pudieran confundirse a veces. Como aquella vez tomados de la mano, corriendo bajo la lluvia, muriendo de frío. Como aquella otra vez columpiándose, echando competencias para ver quién llegaba más alto. Y luego como aquella última vez en que silenciosos y cercanos se habían confesado amor. Amor. Y el deseo de volar juntos, como pájaros.

Las lágrimas fueron incontenibles. La había perdido. ¿Ella lo comprendería? No, ella no comprendería eso. Era mujer. Era LA mujer. “Juliana nos está viendo”. Octavio se tapó los oídos. Siguió caminando. Trece años pesan. No podrá vivir con eso. Tiene que hacer algo. Y ahí, pensando en lo que podría hacer, se dio cuenta que no dejaría de buscar ese algo. Quería a Juliana. Amaba a Juliana. Pero ella los había visto.

 

jueves, 25 de noviembre de 2010

1. La piedra de río

Claro que el amor puede sentirse intensamente a los trece años. Juliana, en aquel instante, lo sintió como una piedra grande de río que caía sin compasión sobre su pecho. Sintió cómo su corazón se aplastaba y la dejaba sin respiración. Y justo cuando ya no podía, el aire volvió a llenar sus pulmones haciéndola llorar.

Quiso destrozar esa frase que su madre le dijo cuando la vio en tal estado: “Estás muy pequeña para sufrir por amor”. Así que dejó fluir sus lágrimas, dejó que los mocos le taparan la nariz y comenzó a permitir que el dolor de cabeza la adormeciera. También quiso destruir todo lo que tuviera que ver con Octavio, vio de reojo la bolsa de regalo que le había dado hace unos meses, imaginó que la destruía y quiso levantarse para romperla, pero el recuerdo le invadió la memoria y se quedó ahí, llorando sin remedio, recostada en la cama.

Aún en la mañana todo iba muy bien. Se había levantado de buen grado y hasta se puso los prendedores nuevos que su mamá le había comprado. Se sentía feliz, porque unos minutos más tarde vería a Octavio. Salió hacia la escuela, caminó disfrutando del aire matutino e hizo su clásica carrera a la puerta de entrada justo antes de que el conserje la cerrara. Y es entonces cuando todo comenzó a tornarse extraño.

—¿Y Octavio? —preguntó a Joan quien la estaba esperando, le parecía sumamente raro que su novio no estuviera, generalmente la iba a encontrar todos los días a la entrada para caminar juntos al salón.

—No sé, me dijo que viniera por ti.

—Pero entonces ¿ya está aquí?

—Sí —fue la respuesta de su amigo.

Ambos caminaron sin decir nada. Pero unos cuantos pasos antes de entrar al salón Joan se detuvo y también la detuvo a ella.

—¿Ocurre algo? —preguntó Juliana sorprendida por el movimiento que Joan había hecho.

—Tengo que decirte algo.

—¿Qué?

—Octavio… Octavio… ya no… este…

—¿Qué? —Juliana había notado el nerviosismo inusual de Joan, el chico ni siquiera la miraba, tenía los ojos puestos en el suelo.

—Octavio no te merece, Juliana —fue la respuesta inesperada.

—¿Qué? ¿Por qué lo dices?

—Soy tu amigo, confía en mí, por favor, y termina con él.

—No voy a terminar con él. —soltó Juliana sin siquiera haber reflexionado, la sola presencia de la palabra “terminar” había provocado en ella una especie de miedo irracional.

Dejó a Joan y se apresuró a entrar al salón. Ahí estaba Octavio. El simple hecho de verlo le llenaba el día entero. Se acercó a él y colocando su mano sobre la mano del chico le preguntó:

—¿Por qué no fuiste por mí a la entrada?

—Bueno… Joan me dijo que tenía que decirte algo importante, así que dejé que fuera él.

—Pues no lo hubieras dejado, me dijo cosas feas.

—¿Qué cosas?

—Me pidió que terminara contigo.

—¿Qué? —Octavio se puso visiblemente nervioso. —¿Cómo pudo decirte eso? Enseguida voy a arreglarlo.

—No… Octavio, no es para tanto…

Pero el chico no oyó réplica alguna, se levantó de su lugar y fue con Joan.

—¿Quién te crees para decirle a Juliana que me deje?

Joan no respondió.

—¿No me estás oyendo? —Octavio empujó a su amigo con las manos y el chico a modo de respuesta le propinó un golpe en el rostro.

Inmediatamente los dos chicos se agarraron a golpes. Juliana trató de detenerlos. Pero a la pelea tuvieron que intervenir Ronaldo y Fabiano para que cesara antes de que el profesor llegara. A las siete diez, hora en que llegó el maestro, las cosas ya se habían calmado.

—Ya no le hables. —fue lo único que Octavio dijo cuando Juliana le preguntó por qué motivo Joan había dicho esas cosas.

Una curiosidad tormentosa se había anidado en la chica y, no conforme con la respuesta de su novio, a la hora del receso fue a buscar a su amigo.

—¿Por qué me dijiste esas cosas hace rato?

—Te dije la verdad, me preocupas y no me parece justo que Octavio esté jugando contigo de esa manera.

—Octavio no juega conmigo, él me quiere.

—Pero no eres la única a quien quiere.

—¿De qué estás hablando? —Juliana comenzó a sentir que estaba punto de presenciar uno de los hechos más dolorosos de su corta vida. Una incertidumbre horrorosa comenzó a subirle por el cuerpo y poco a poco sintió cómo se convertía en miedo y en tristeza.

—Octavio conoció a otra niña al inicio del curso, de hecho tú se la presentaste y… aunque al principio sólo fueron buenos amigos… ahora creo que ya no.

—¿Ya no son buenos amigos?

—Son más que buenos amigos.

—¿Y quién es? —la pregunta cuya respuesta Juliana realmente no quería oír.

—Diana, tu prima.

—Mientes.

—Compruébalo tú misma, se quedan de ver todos los días atrás de la escuela.

Y así fue como Juliana tratando de desmentir las palabras de su amigo esperó impaciente la hora de la salida. Quiso convencer a Octavio que la acompañara a su casa, pero el chico, con esa sonrisa en el rostro y aquellas palabras amables que lo caracterizaban declinó la invitación porque tenía algo de prisa. Así que Juliana dejó que se fuera. Pero comenzó a seguirlo.

Sólo para descubrir que su novio no se dirigía a la parada de autobuses, sino a la calle que estaba detrás de la escuela. Vio claramente cómo su prima también tomaba el mismo rumbo y se reunía con él. Los seguía como a unos diez metros de distancia, pero desde ahí pudo observar muy bien cómo ambos se tomaron de la mano y luego de un rato se unieron en un largo beso. Juliana entonces no pudo amortiguar la caída precipitada de la piedra de río.

 

martes, 24 de agosto de 2010

Idiota

Octavio llevaba una bolsa de hule negro debajo del brazo, a nadie le importaba qué podía contener, además Octavio pasaba desapercibido para el resto de la humanidad, era un niño de trece años que no sabía nada de la vida… sólo sabía algo, él estaba profundamente enamorado de Juliana. Sí, de esa niña que estaba asomando la cabeza por una de las ventanas del salón, cuando Octavio la vio su corazón comenzó a latir más fuerte y presionó con ternura la bolsa que sostenía.

La chica corrió a su encuentro, el cabello lacio y suelto provocaba tal efecto en su persona que Octavio sintió que no podía ser más afortunado.

—¡No fuiste a mi fiesta de cumpleaños! —le reclamó la niña una vez que estuvo cerca de él.

—Lo siento, es que de verdad no pude. —se disculpó Octavio.

—Pero es que de verdad quería que fueras…

—Y de verdad también quería ir… pero no pude…

Juliana dibujo una mueca de tristeza en el rostro y eso ocasionó que Octavio sonriera con ternura, tomó la mano de la chica y caminaron de regreso al salón. Todos los compañeros los observaban, Octavio sentía especial atención de Fabiano, Ronaldo y de Joan. Ya sabía que los dos primeros lo odiaban a muerte, uno porque quería con Juliana, el otro porque era el primo sobreprotector, pero ¿sería posible que su amigo también estuviera interesado en Juliana? Sacó la idea inmediatamente de su cabeza y fue a sentarse con Juliana al rincón del salón.

—¿Cómo te fue el fin de semana? —preguntó Octavio dejando su mochila al lado de la butaca.

—Bien… aunque sí me puse muy triste porque no fuiste a mi fiesta de cumpleaños…

—Perdóname. —Octavio abrazó a Juliana y ésta lo correspondió. —Feliz cumpleaños, me haces muy feliz y te mereces todos los regalos del mundo…

—No hay mejor regalo que este abrazo. —confesó Juliana con la piel subida de tono.

Estaban aún abrazados cuando Ronaldo se acercó a ellos.

—Juliana… ¿puedes dejarnos solos? Necesito hablar con tu noviecito…

La chica miró con preocupación a su primo, sin decir de nada se alejó de ellos, Octavio se sentó en su butaca y Ronaldo se paró frente a él:

—Deja de lastimar a mi prima, ¿sí?

—¿De qué hablas? —Octavio sabía que Ronaldo no lo quería, pero no imaginaba que fuera tanto su rencor, ¿por qué le decía esas cosas? Él sabía perfectamente que Juliana era la niña más feliz si estaba a su lado.

—Hablo de que la dejes por la paz, ella no merece que la lastime un tipo como tú.

—No entiendo nada de lo que estás hablando. —Octavio comenzaba a preocuparse, ¿qué rayos le sucedía a Ronaldo?

—No te hagas el que no sabe nada, ¿piensas que nadie se enteró de lo que hiciste?

—¡Yo no hice nada! —Octavio se puso de pie, si era necesario proporcionaría un golpe a Ronaldo por levantarle falsos de esa manera, estaba a punto a decidirse a golpear cuando Joan intervino.

—Déjalo Octa… tú y yo tenemos que hablar…

Joan tomó del brazo a Octavio y salieron del salón. Ronaldo los siguió con la mirada llena de rencor. Una vez afuera Octavio se deshizo de su amigo y le reclamó con voz molesta:

—¿Qué les dijiste? ¿Por qué todos me miran de esa manera?

—No lo saben todos, relájate… —comenzó Joan.

—¿Cómo que me relaje? Al parecer todos aquí saben algo que yo no… ¿quieres explicarme qué sucede?

—¡Ya sabes Octavio! ¿Por qué lo niegas? Yo también estoy molesto contigo. —Joan pateó una lata que estaba en el piso, su amigo se sorprendió por tal respuesta, cayó anonadado en una de las jardineras y se llevó las manos a la cabeza.

—No es posible… —comenzó a murmurar. —Juliana se va a enterar… me va a dejar…

—Eres un idiota.

—Sí… ya lo sé… ¿qué hago Joan? Tienes que ayudarme… amo a Juliana, no quiero que me deje…

—Tú sabes lo que hiciste, ¿crees que Juliana se merece eso?

—Me siento de la patada.

—Pues ni modos, por el momento trata de ser cauteloso, calla aquellas bocas que están dispuestas a echarlo a perder todo.

—¿Quién más lo sabe aparte de Ronaldo?

—Sólo él y Fabiano… ya sabes, son los que más se preocupan por Juliana, claro, también lo sé yo…

—No creo que Ronaldo le diga algo, no está seguro de querer hacer sufrir a su prima y Fabiano… de ése no sé…

—Tampoco dirá nada, ama a Juliana, no soportará ser el causante de que ella se sienta mal…

—Y puedo confiar en ti, ¿no?

—Claro…

Octavio entró de nuevo al salón. Vio a Juliana sentada en una de las butacas, se acercó a ella luego de ir por la bolsa negra que había dejado en su asiento. La niña lo miró con dulzura, tomó una de las manos del chico y le dio un tierno beso. Octavio comenzó a sentir esas mariposas en el estómago, se arrodilló al lado de Juliana, enseguida sintió las miradas de sus compañeros sobre él, las de Fabiano y Ronaldo le taladraban la nuca.

—¿Qué haces? —preguntó la niña al notar el extraño comportamiento de Octavio.

—De veras perdóname por haber faltado a tu fiesta… —entonces el chico extrajo de la bolsa negra una bolsa de cumpleaños, era amarilla, decorada con globos dibujados en acuarela, en el centro había un enorme corazón que decía Te amo, Juliana sonrió ampliamente y emocionada abrazó al chico.

—¿Es para mí?

—Es tu regalo de cumpleaños…

Juliana tomó la bolsa, la observó unos instantes y luego la abrió con cuidado, dentro había un enorme elmo rojo de peluche, debajo de él había dulces y tarjetas, varias de ellas decían Te amo. Ese momento fue uno de los más felices para Juliana, Octavio se sintió feliz también sólo por observar el rostro de su novia… pero al voltear a los lados y notar las miradas molestas de Ronaldo, Fabiano y Joan se sintió realmente mal… Era un idiota…

…un verdadero idiota, la persona más idiota sobre el mundo entero…

—¡Idiota! —Octavio se levantó súbitamente, había gritado la palabra en su desordenada habitación. Era miércoles. Se llevó una mano a la cabeza y recordó de golpe el sueño que había tenido… sólo que reparó en que no había sido un sueño, aquel suceso había ocurrido tal cual años atrás… una molestia se anidó en su estómago. —Tal vez de verdad soy un idiota.

Pensando eso fue a bañarse. Cuando estuvo listo para salir reparó en el folder azul que le había dado Samuel. Toda su vida había sido un idiota, pero ahora sentía que era un idiota que pensaba, no iba a realizar cualquier cosa nada más porque sí. Él tenía un plan y lo llevaría a cabo. Tenía que demostrarle a Juliana que estaba dispuesto a reparar sus errores, que era una persona diferente, más madura, menos idiota… Amaba con toda su alma a Juliana… Él mismo no podía perdonarse lo que le había hecho… Había cambiado… Y se lo iba a demostrar.

Tomó su celular y marcó el número que indicaba la hoja que le había dado Samuel. Iban a ser las once de la mañana. Esperó paciente a que diera tono, luego esperó sin nervios a que le contestaran, una vez que oyó la voz del otro lado dijo sin más:

—Hola Juliana, ¿cómo estás? Soy yo, Octavio… No, no me cuelgues… La verdad es que… te extraño… ¿Quieres hablar conmigo?

martes, 17 de agosto de 2010

Conversación

Las bolas de billar colocadas de esa manera en la mesa, hacían que Xavier pensara con cautela cómo hacer su jugada. Él era un as para la inteligencia espacial, no le costaba mucho calcular ángulos, mucho menos hacer jugadas grandiosas en el billar… pero esa ocasión estaba especialmente estresado y eso le impedía lucirse al máximo. Luego de fallar una vez más se sentó con pesadez en uno de los sillones.

—¿Ya te das por vencido? —le preguntó Otto con sorpresa.

—No sé qué me pasa… estoy algo cansado…

—Bueno… —Otto se encogió de hombros y se fue a sentar al lado de Xavier. —Entonces cuéntame a qué debo tu visita.

Xavier suspiró, miró un segundo sus manos tratando de hallar en ellas la certeza de decir lo que pensaba, no encontró nada, entonces habló:

—Creo que algo le ocurre a Juliana.

—¿Algo? ¿Cómo algo?

—Está confundida…

—¿Ella? Xavier… no es por nada, pero Juliana toda su vida ha estado confundida…

—No respecto a mí… —Xavier dudó un momento en decir eso, ¿quién le garantizaba que años atrás Juliana no se hubiera visto con Octavio, aún andando con él?

—Espera… ¿Estás hablando de…? ¿Es posible?

Xavier asintió con la cabeza. Otto se puso de pie, caminó a la cocina y volvió con tazas de café.

—Es que todavía no lo creo… —se justificó por su repentina ausencia. —¿Quieres?

Xavier tomó una de las tazas y sin probar el líquido caliente continuó hablando:

—Pues créelo, imagínate, yo… no sé qué hacer…

—Supongo que ella no te ha dicho nada.

—Nada de nada.

—¿Y sospecha que sabes?

—Ni siquiera se ha dado cuenta de mi cambio de ánimo… anda tan sumergida en su mundo que... que... ¡Me desespera! ¿Qué debo hacer Otto? Tú la conoces mejor que yo, tú conoces toda su historia con ese patán… ¿Qué puedo hacer para… para… no perderla?

—¡Xavier! —respondió Otto con voz firme. —¡No la has perdido! Si la hubieras perdido, ¿tú crees que ella hubiera regresado contigo?

—Tal vez lo hizo porque se sentía presionada.

—Qué presionada ni qué ocho cuartos, ella te quiere… no, no te quiere, ¡Te ama! ¿Quién te asegura que Octavio volvió?

—León.

—Hmmm, entonces sí es cierto… pero, de todos modos… Juliana aún está algo tonta, ay esa amiguita mía…

Xavier esbozó una sonrisa y bebió del café.

—Me siento idiota… —dijo luego. —Mira que venir a verte para decirte estas cosas.

—Está bien, no te preocupes, te sentiste perdido, frustrado… ¿quién iba a entender mejor el asunto sino yo?

—Tal vez Juliana venga a verte. —advirtió Xavier.

—¿Ves? Y dices que yo la conozco mejor… ¿sabes qué es lo que pienso?

—¿Qué?

—Que conoces tan bien a Julicienta que por eso la amas más que antes, está tan conectada contigo, la extrañaste tanto ahora que se fue al extranjero, que por eso el miedo de perderla te aterra más que nunca… ¿no crees?

—Si la conociera no me preocuparía de nada, estaría seguro de que ha olvidado a Octavio…

—Pero es que sabemos que no lo ha olvidado…

Esa última frase hizo que una especie de coraje surgiera en el cuerpo de Xavier, de pronto se sintió tan molesto que hasta ganas le dieron de irse.

—Entonces tal vez la conozco tanto que sé que me va a dejar y por eso vengo como niño pequeño a pedirte ayuda…

Otto no respondió. Luego de unos minutos de beber café tranquilamente, el amigo de Juliana agregó:

—No te pongas así… verás que todo será como tiene que ser, no presiones nada, deja fluir todo… sucederá lo que tenga que suceder.

—No puedo estar con los brazos cruzados si ese sujeto intenta volver a verla.

—Entonces tal vez debamos entrar en acción.

—¿Cómo en acción? —el rayo de esperanza que surgió en el ambiente hizo que hasta el color de la piel de Xavier cambiara.

Otto sonrió malévolamente y dejando la taza de café en la mesita de centro comenzó a explicar una serie de ideas a Xavier. A cada palabra el chico sentía que aplicadas a la realidad definitivamente debían funcionar, que aquello podría poner en claro todo. Xavier comenzó a sentir aquella tranquilidad que añoraba, se imaginó a sí mismo llevando a cabo cada uno de los pasos…

—Pero recuerda —le dijo Otto. —Vas a hacer todo eso sólo si Octavio la busca, tal vez el tipo ya la dejó por la paz y tú preocupándote de más.

—No creo… pero está bien, sólo hasta que el sujeto dé señales de vida, mientras no. —Xavier se puso de pie para despedirse. —Entonces me voy, de veras gracias, ahora entiendo por qué Juliana siempre viene a pedirte consejo…

—Ni tanto. —sonrió Otto. —Soy yo el que le pide consejos a ella, lástima que no podemos consultarla para esta situación, nos daría algo más efectivo y fácil de hacer.

—Creo que lo que tú dijiste es más que suficiente, si eso no funciona prometo que dejaré a Juliana sin arrepentirme.

—Espero entonces que funcione, me agradas más tú que Octavio.

—Gracias Otto, nos vemos luego. —Xavier salió de la casa y luego agregó con rapidez: —No se te vaya a olvidar que tal vez Juliana venga a verte, no le digas que vine, ni le digas que ya sé lo de Octavio…

—No te preocupes, no sabrá nada… si viene eso quiere decir que nuestro plan entrará en marcha…

—Exacto.

—Bueno, entonces yo te llamaré si eso sucede, pero mientras relájate.

—Sí, ya me voy.

Xavier abordó su automóvil y se perdió en las calles oscuras de Uzmati. Una extraña emoción le recorría el cuerpo, pensaba en Juliana, en lo triste que ella había estado y luego se le vino a la cabeza aquella melodía tocada en el piano… Sacudió su cabeza con fuerza, respiró hondo y siguió manejando. Pronto llegó a su casa, estacionó el auto y bajó. Su hermano veía la televisión y sus padres dormían ya, él caminó directo a su habitación.

Cayó rendido en la cama, la plática con Otto le daba vueltas en la cabeza, oía cada idea, sentía que realizaba cada parte del plan y creyendo que ya todo estaba resuelto permitió que el sueño se adueñara de él. Sólo así pudo dormir con la tranquilidad que no había tenido en los días anteriores.

martes, 10 de agosto de 2010

Peor

—Tienes que tranquilizarte Octa, ¿por qué llorabas? ¿Por Juliana? ¡No mames, güey!

—¡No estoy llorando! ¡Deja de fregarme!

Samuel no dijo nada más, molesto caminó hacia la salida de la escuela, sus pisadas fuertes hacían que el agua estancada salpicara todo su alrededor.

—¡Ya cálmate! —le gritó Octavio, luego se acordó de que no llevaba dinero para regresarse en autobús, su plan era pedir aventón a Samuel, así que comiéndose su orgullo fue a alcanzarlo. —Ya, en serio… —le dijo cuando estuvo lo suficientemente cerca de él. —No estaba llorando, es sólo que no sé… mis ojos se deslumbraron por la luz…

—Te acabo de entregar toda la maldita información que me pediste, todo con la esperanza de que abras los ojos, amigo, en serio, Juliana no se decidirá por ti. —Samuel había hablado con tal sinceridad que sus palabras llegaron como puño violento al estómago de Octavio.

—De acuerdo… —comenzó diciendo el chico sopesando el asunto. —Déjame intentarlo, ¿sí? Si ella se decide por Xavier yo la dejo, te lo prometo, haré hasta lo imposible para olvidarla…

—Bien. —respondió Samuel y luego agregó: —Pues vámonos, ya revisé lo que tenía que ver.

Ambos chicos caminaron en silencio sobre el asfalto mojado y luego de llegar al automóvil enfilaron de regreso a sus casas…

…la tarde lucía tranquila, aquella frase que dice “Después de la tormenta llega la calma” quedaba más que perfecta para el panorama. El cielo despejado y la noche comenzando a caer lograban sacar suspiros de las personas que miraban el atardecer…

—¿Por qué suspiras? —preguntó Juliana a Xavier mientras regresaban a casa.

—No lo sé… por ti, supongo.

—¿Supones?

—Bueno, sí es por ti. —rectificó Xavier sonriendo tiernamente a su novia. —¿Ya te voy a dejar o quieres pasar a otro lado?

—No amor, gracias, estoy algo cansada… prefiero ir a mi casa.

—¿No quieres que pasemos a casa de Otto?

—No, luego lo veo yo.

—Bueno…

Xavier siguió conduciendo, toda la preocupación que se había estancado en su garganta se había diluido con la melodía de piano y ahora se anidaba en el estómago. Aparte, sentía cómo le subía una especie de tristeza que no podía controlar. Estaba tranquilo por fuera, pero intranquilo por dentro, quería hablar fuerte con Juliana, hacer un drama, hacerse el deprimido y lograr que ella se sintiera como él se sentía… pero eso era precisamente lo que lo tenía así… Juliana lucía tan desolada, quizás más que él. Y ¿por qué? ¿Todo sólo por Octavio? Aquel pensamiento lo hizo enfurecerse.

Pronto llegaron a casa de ella. La chica bajó del automóvil luego de dar un beso algo frío a Xavier y se perdió detrás de la puerta. El chico esperó unos minutos fuera, algo le removía en su interior y luchaba con todo su ser para lograr tomar una decisión. Vio su celular, luego volteó de reojo a la ventana del cuarto de Juliana y entonces, tal vez sin pensarlo mucho, marcó varios números en el teléfono.

—¿Sí?

—¡Hola Otto! ¿Cómo estás?

¿Xavier? Bien, bien ¿Y tú?

—Igual.

¿Qué pasó? No sueles llamarme para cualquier cosa… ¿pasa algo con Julicienta?

—Este… tal vez…

Si quieres ven ahorita a mi casa, estoy solo y puedo invitarte una partida de billar.

—¿En serio? ¡Vaya! Sí compraste la mesa…

Sí… me endeudé por varios meses, pero vale la pena, entonces ¿vienes?

—Voy para allá.

Nos vemos.

Xavier colgó. Aún sin decidirse por completo enfiló hacia la casa de Otto. Repasó en la cabeza aquellas cosas que, tan sólo unos momentos antes, parecían ser los mejores argumentos para estar contra Juliana… pero ahora que los repetía una y otra vez sentía que eran mera paranoia… ¿Y él paranoico? Eso daba risa. Xavier era, o solía ser, la persona menos paranoica que podía existir.

En cuanto el carro de Xavier se perdió en la distancia Juliana pudo por fin meditar tranquilamente, había observado a su chico hablar por teléfono, sólo que no sabía con quién y por cómo iban las cosas supuso que se había quedado de ver con Magaly. Eso la hizo sentirse más triste de lo que ya estaba y se recostó en la cama tratando de alejar ese pensamiento de su cabeza. Pensaba en Xavier, en cómo parecía que todo se había vuelto frío… ¿Dónde habían quedado aquellos días en que todo era felicidad junto a él?

De pronto sintió que ella era la peor persona del mundo… ella al pensar esas cosas, al desvalorar a su novio, al sentirse de aquella manera, al no poder olvidar el pasado y sentir en el cuerpo cómo se desgranaban las escenas de su pasado una y otra… y otra vez. Ella era, definitivamente, la peor persona del mundo. Colocó una almohada sobre su cabeza, quería dejar de oír el inmenso silencio que se esparcía en la habitación…. y por primera vez… sintió que extrañaba París…

El domingo llegaba a su fin. No había sabido nada de Octavio… quizás él por fin había comprendido que ella no estaba capacitada para afrontar una decisión como ésa, quizás por fin se había alejado. El pensar eso le proporcionó tal tranquilidad que le dieron ganas de llorar… poco a poco fue descubriendo que no era eso… era más tristeza, sumada a la tristeza que ya traía. Y con dos tristezas encima del cuerpo las lágrimas cayeron abundantes sobre las mejillas. Música. Música por favor.

Se paró de inmediato y encendió la radio. Y… tal vez por casualidad, tal vez por destino… la canción que comenzó a sonar la hizo entrar en un estado de shock. Era aquella canción, la que se oyó el día del concierto cuando ella estaba con Xavier tomada de la mano, bajo la lluvia… Aquella canción que la hizo recordar brutalmente a la persona que tan sólo unos momentos antes la había ido a dejar… Juliana corrió a la ventana, con la esperanza de ver el automóvil de Xavier, pero no había nada…

…sólo estaba ese paisaje frío y tranquilo, las notas lo inundaban todo, la gente alzaba las manos, brincaba, gritaba, ella se dejó llevar por el ritmo frágil de la canción…

…y entonces Xavier acercó sus labios al oído de Juliana y le dijo en voz alta:

—Escúchala, yo te la dedico.

Juliana apretó la mano de Xavier con la suya y dejó envolverse por la letra, cada frase le llegaba a un lugar especial en el corazón, a ese sitio donde ella creyó alguna vez que ya nada iba a poder llegar. La emoción la llenó por completo. Se sentía terriblemente emocionada, sabía perfectamente que con esa euforia dentro de sí podría hasta besar a Xavier. Pero se contuvo. El grupo siguió tocando la canción… cuando ésta acabó Xavier abrazó a Juliana.

—¿Te gustó? —preguntó el chico con el rostro contento y nervioso.

—Me encantó.

Entonces su mirada fue tan directa y dulce que Ronaldo y Mariana, los amigos que estaban con ellos, comenzaron a burlarse.

—Tontos. —murmuró Juliana al mismo tiempo que la canción llegaba a su fin y dejaba el silencio tras de sí. Apagó la radio y se acostó en la cama tarareando aún, reviviendo al máximo ese primer abrazo con Xavier. —Ya no me importa lo que hayas vivido, lo que tú me pidas yo te lo daré…

Sólo así, Juliana pudo sentirse mejor.

martes, 3 de agosto de 2010

Melodía

Octavio soplaba a su taza de café cuando la puerta del local se abrió estrepitosamente, entró un chico, traía su suéter sobre la cabeza usándolo como paraguas, la lluvia caía tupidamente en el exterior. Una vez dentro el chico exprimió la prenda sobre una de las macetas, ya nadie lo miraba, excepto Octavio. Pronto sus miradas se encontraron y ambos sonrieron. El sujeto se dirigió a la mesa donde estaba su amigo, se sentó.

—Parece que esta lluvia no moja, pero mira cómo he quedado. —inició Samuel mostrando a Octavio lo húmedos que estaban sus zapatos y sus pantalones.

—Pensé que te ibas a venir en tu auto. —dijo Octavio invitando a sentarse a su amigo, el chico se sentó y pidió un café.

—Y lo hice, pero algunas coladeras están tapadas y con esta lluvia imagínate cómo está, lo dejé dos cuadras atrás.

Octavio sonrió y bebió de la taza de café, estaban sentados a un lado de la ventana, veía cómo la lluvia se hacía más espesa y violenta, se sentía afortunado de estar protegido por lo caluroso del lugar.

—Bien, ¿trajiste eso? —preguntó entonces a Samuel. Éste lo miró risueñamente y sacó un folder de su camisa.

—Mira cómo te pones… hasta das ternurita. —se burló Samuel agarrando una de las mejillas de Octavio y apretándola como sólo las tías y las abuelas lo hacen.

—Cálmate. —advirtió Octavio quitando la mano de Samuel y tomando enseguida el folder. —¿Conseguiste todo?

—Todo, hoy en la mañana le hablé a Xavier y me dio todo sin cuestionar, creo que andaba… ejem… ocupado…

Octavio no advirtió el tono de malicia con que su amigo se había expresado. Estaba leyendo la hoja que estaba frente a él, ahí estaban los teléfonos de Juliana, sus horarios y la dirección en Coyoacán.

—Perdón, ¿decías algo? —dijo entonces a Samuel cuando terminó de revisar.

—Nada. —respondió el chico dándose cuenta de que tal vez no era buena idea hacer referencia a eso.

—Bien, entonces pronto podré ejecutar el siguiente paso de mi plan. —resolvió Octavio con el rostro iluminado y tomó la taza de café dirigiéndola a su boca.

—Suenas a Cerebro tratando de conquistar al mundo. —se burló Samuel.

Octavio sonrió. Ambos chicos terminaron de beber su café y luego, aún sin que dejara de llover, salieron hacia los laboratorios. Corrieron con hules sobre sus cabezas, se los habían regalado en la cafetería, pero aún así llegaron algo empapados a los salones.

Samuel entró a uno de los cubículos y Octavio lo esperó afuera, resguardado bajo el techo de un pasillo, se sentó en una de las banquetas mientras disfrutaba el sonido de la lluvia, de nuevo volvió a sentirse familiarizado con el ambiente…

…creía que la lluvia era algo genial y que era aún más genial si…

Juliana apareció detrás del Octavio de doce años. Su voz suave y clara acompañó el sonido de la lluvia:

—¿Octavio? ¿Qué haces aquí?

—Vine a verte. —contestó el niño con una sonrisa.

Juliana sonrió y él le dio un abrazo. Después de todo había valido la pena ir a casa de Ana y preguntarle sobre la hora de la clase de piano, ya tenía entre sus brazos a Juliana. Ambos veían caer la lluvia, estaban debajo del portal de la Casa de Cultura.

—Tengo que entrar. —dijo Juliana viendo cómo su profesor entraba al aula, se separó de Octavio.

—¿Puedo acompañarte?

—Claro.

Sin tomarse de la mano los chicos entraron al aula. Era un salón amplio que lucía gris, cuando no llovía los rayos del sol iluminaban por completo el lugar, haciéndolo parecer más apacible. En el centro estaba un piano de cola…

…lucía realmente elegante, negro, alrededor no había nada más, sólo en el fondo estaban las sillas para los espectadores, pero en el centro todo el escenario le pertenecía a quien tocaba el piano…

—Siéntate ahí. —pidió Juliana a Xavier.

El chico tomó asiento en una de las sillas, nadie más había en aquella aula, la lluvia golpeteaba tenuemente los cristales de las ventanas, el sitio lucía ciertamente melancólico, Xavier vio entonces que todo el ambiente combinaba con la tristeza de Juliana, una tristeza que no podía descifrar y que lo frustraba por completo.

—¿Qué pieza quieres que interprete? —interrumpió Juliana dejando sonar su voz en lo amplio del aula.

—No sé amor, sabes que no conozco música clásica. —dijo Xavier sintiéndose un tanto ignorante.

—Entonces tocaré La dispute.

Juliana abrió el piano de cola, se sentó como toda una profesional en el banco y dejó que sus dedos cayeran en el teclado. Ella sentía como las yemas de sus dedos se deslizaban con cierta nostalgia sobre las teclas, era como si todo fuese un reconocimiento, teclas y dedos volvían a saludarse, a mezclarse, a ser uno…

…comenzó a oírse una melodía suave y solitaria, las notas viajaban en el ambiente y retumbaban en las paredes y en los cristales. De un lado las gotas repiqueteaban en las ventanas, del otro eran acariciadas por la melodía que emanaba del piano. Esa pieza musical hacía que se estremeciera todo, era un canto, un canto que removía algo en el interior, las notas daban en el punto exacto en donde los sucesos dolían, provocaban ganas de llorar…

Octavio se llevó una mano al pecho, siendo un niño de doce años no entendía eso que provocaba la pieza interpretada por Juliana, pero notaba cómo algo en su pecho se despertaba. Veía atento a Juliana, sin despegarle la vista, notaba con claridad cómo sus dedos pasaban por las teclas, tenuemente, casi amorosamente. Se fijó en el rostro de la niña, lucía perdida, como mezclada con la melodía, sus ojos parecían percibir las notas en el ambiente…

…a veces cerraba los ojos, contagiada por la melodía, si la pieza se comenzaba a tornar un poco violenta, ella manifestaba en su rostro el dolor que causaban las notas fuertes a las suaves, luego todo volvía a la calma, la melodía volvía a ser blanda y los gestos de Juliana se dulcificaban también…

Xavier sintió miedo. Veía a Juliana tan conectada con la melodía que se dio cuenta que nunca en toda su vida la había visto de esa manera. Lucía tan triste, el día era tan triste y la melodía emanada no se salvaba tampoco de la tristeza que Xavier comenzó a sentir cómo la soledad lo invadía y le sacaba la tristeza del pecho. Pero primero tenía miedo. Miedo porque sabía que Juliana recordaba esa pieza tocada años atrás, y en esos años él aún no existía, miedo porque no quería perderla, quería que siempre estuviera con él, para apreciar su figura recortada en esa aula tan gris y fría… que se volvía cálida con el movimiento de Juliana sobre las teclas… notó cómo las ganas de llorar le subían por la garganta…

…sólo que él no era ningún llorón, apretó fuerte los puños y desvió la mirada nuevamente hacia la ventana, las gotas parecían acomodarse a la tonada del piano, ya no era tupida la lluvia y ahora se esparcía con un aire húmedo y suave, las notas del piano también cesaban, la melodía iba callando poco a poco, volvía a oírse la lluvia, pero esta vez tan escasa que sonaba como el final perfecto para la melodía interpretada…

Octavio se levantó súbitamente cuando la melodía cesó. Juliana le sonrió y se acercó a él, éste le dio un abrazo. Luego el profesor llamó a Juliana y él volvió a sentarse en la silla del salón, estaba completamente enamorado.

—¿No piensas entrar? —preguntó la voz grave de Samuel sacando como con un gancho de aquellos pensamientos a Octavio que lucía afectado. Él se levantó lentamente y cuando pasó la mano por su rostro se percató de que algunas lágrimas habían escapado…

Las Flores de Café Tacvba

Canción de Café Tacvba que suena en la fiesta sorpresa que Xavier le hace a Juliana.

 

Letra:

Ven y dime todas esas cosas,
invítame a sentarme junto a ti,
escucharé todos tus sueños en mi oído. 
Y déjame estrechar tus manos
y regalarte unas pocas ilusiones,
¡Ay ven! y cuéntame una historia que me haga sentir bien.
Yo te escucharé
con todo el silencio del planeta
y miraré tus ojos
como si fueran los últimos de este país.

¡Ay! Déjame ver cómo es que floreces
con cinco pétalos te absorberé, 
cinco sentidos que te roban sólo un poco de tu ser
y seis veces para vivirte
debajo de una misma luna
y otras nueve pasarán para sentir que nuevas flores nacerán. 
Y que cada estrella fuese una flor
y así regalarte
todo un racimo de estrellas.

No dejes que amanezca,
no dejes que la noche caiga,
no dejes que el sol salga,
sólo déjame estar junto a ti.

Ay lalalala
Cuando estoy en mis excesos
contigo en grande emoción
quisiera con embelesos
arrancarte el corazón,
arrancarte el corazón
y comérmelo a besos

Ay lalalala
Yo te juro y te prometo
como siempre te he querido
que si tu amor es completo
cúmpleme lo prometido,
yo no quiero que otro prieto
quiera lo que yo he querido.

Ay lalalala
Mariquita quita quita
Quítame dolor y pena
Debajo de tu rebozo
Se pasa una noche buena
Buena es la buena memoria
Memoria del que se acuerda
Se acuerda de San Francisco
San Francisco no es Esteban
Esteban no es ningún santo
Santo es aquel que le rezan
Rezan los padres maitines
Los maitines no son completos
Completas serán las mañas
Las mañas de un hechicero
Hechicero es el que urde
Urde la mujer su tela
Tela la del buen cedazo
Cedazo de harina y cuerda
Cuerda la de los cochinos
Los cochinos tragan hierba
De la hierba nace el trigo
Del trigo es el que se siembra
Se siembra porque es costumbre
Dijo un viejito al pasar
Y lo echarán a la lumbre
Porque no supo trovar
Y lo echarán a la lumbre
Porque no supo trovar.

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martes, 27 de julio de 2010

Concierto

El automóvil de Xavier atravesaba sin prisa las calles de Uzmati, manejaba tranquilo y con cierto aire melancólico, los tonos grises del panorama lograban que su mirada se volviera serena y taciturna, reparó en que su novia tenía los ojos perdidos, se había puesto así luego de que él le preguntara si le tenía miedo a los truenos.

—¿Qué tipo de recuerdos? —preguntó Xavier para romper el inusitado silencio que había surgido en la conversación.

—¿Eh? —Juliana reparó en su existencia mirando curiosa a su novio.

—Sí… dijiste que los truenos te traen muchos recuerdos… ¿qué tipo de recuerdos?

—Ah… pues sólo recuerdos…

—¿Buenos o malos?

—Pues… un tiempo fueron buenos, otro tiempo fueron malos… ahora creo que sólo son recuerdos, ni buenos ni malos, sólo cosas que había olvidado…

—Suenas a una persona de ochenta años. —declaró Xavier con tono de broma.

—Tal vez he envejecido sin darme cuenta… —respondió Juliana sin sonreír fijando su mirada en las casas que pasaban lentamente por la ventana del automóvil. —Ya no quiero ir a casa de Otto, mejor llévame a la Casa de Cultura… ¿crees que me dejen usar el piano?

—¿Te sientes bien? —preguntó Xavier notando tristeza en la voz de Juliana.

—Sí… es sólo que me acabo de acordar que si voy a casa de Otto tal vez me encuentre a Pagen y a ella no le dará gusto mi presencia…

—¿Crees que te guarde resentimiento? En realidad nunca anduviste con Otto, es sólo tu amigo… —opinó Xavier dando vuelta con el volante en manos.

—Lo sé, pero las mujeres somos raras…—expresó Juliana.

Xavier movió la cabeza en gesto afirmativo y se dirigió por el lado contrario de la calle, hacia la Casa de Cultura de Uzmati, un edificio grande y frío, más si estaba a punto de llover.

—Pues yo al ver este panorama también me acuerdo de cosas… —confesó el chico con una leve sonrisa dibujada en los labios.

—¿Qué cosas? —preguntó Juliana sin mucho interés, Xavier se percató del tono desinteresado de la chica y contestó cansado:

—Sólo cosas…

Juliana no insistió en saber cuáles eran esas cosas que atravesaban por la mente de Xavier y eso lo hizo sentirse mal. Miró el parabrisas, las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer, parecían pequeñas islitas dibujadas en el vidrio del automóvil, temblaban ante el aire frío que intentaba arrasarlas, aún no eran muchas y moteaban el parabrisas, Xavier tomó con fuerza el volante, comenzaba a recordar sin querer aquel día en que también las gotas se esparcían en el vidrio de un espejo…

Él tenía diecisiete años y estaba en un concierto masivo cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, las había observado en el espejo de una de sus amigas.

—Ya guarda tu espejo, Mariana, así te ves bien. —dijo Ronaldo a la chica que trataba de ponerse un poco de rímel. —Se va a soltar la lluvia, de nada te servirá que te pintes.

—Eres cruel. —dijo Mariana al primo de Juliana y guardó celosamente su espejo. —Bien… ¿a quién estamos esperando?

—A la novia de Xavier. —se burló Ronaldo. —¿Puedes creer que tenga? Yo no me lo creo… tu novia ya tiene dos minutos de retraso… —agregó dirigiéndose a Xavier con tono divertido.

—No es mi novia… todavía… —dijo Xavier omitiendo la burla de Ronaldo, buscaba con su mirada algún rastro de aquella chica, pero había tanta gente que no podía distinguir nada.

—Ojalá no tarde más. —opinó Mariana. —Está comenzando a llover y no quiero empaparme toda…

—¿Te presto mi suéter? —dijo entonces Ronaldo con tono benévolo quitándose la prenda y dándosela a Mariana, ella sonrió agradecida y se puso el suéter.

—¡Ahí está! —exclamó Xavier caminando hacia una chica que venía de pantalones de mezclilla, sudadera rosa y tennis amarillos.

—¿Tú la conoces? —preguntó Mariana tratando de reconocer el rostro de la chica que se acercaba, lucía muy simpática y de mirada vivaz, además tenía el cabello largo y suelto, Mariana codeó a Ronaldo. —Te hablo…

—¿Qué si la conozco? No lo puedo creer. —soltó Ronaldo llevándose una mano a la boca. —¡Juliana! ¡Qué diablos! ¿Te gusta este patán?

—Ahm… ¿Hola? —saludó la chica con una enorme sonrisa haciendo oídos sordos a la expresión de su primo.

—Hola. —saludó alegremente Mariana.

—¿Quieres tranquilizarte Ronaldo? —dijo Juliana a su primo dándole una palmada en la espalda.

Ronaldo miró con incredulidad a Xavier y éste se sintió satisfecho de la impresión que había causado con Juliana.

—Es que no puedo creerlo, ¿tú Juliana? ¿Pero es que no sabes que este tipo no te conviene? —bromeó Ronaldo señalando a Xavier. —No te creas, es sólo que no lo puedo creer.

Xavier y Juliana sonrieron, Mariana interrumpió la escena diciendo:

—¿Caminamos ya? La lluvia se está soltando…

Los cuatro comenzaron a hacerse paso entre la multitud, las gotas caían sobre sus cabezas, lentamente, sentían no mojarse, Xavier cuidaba de que Juliana pudiera pasar bien entre las personas, de reojo notaba cómo Ronaldo también cuidaba de Mariana…

…sonrió dándose cuenta de lo cursis que se veían haciendo eso…

—¿De qué te ríes? —preguntó entonces Juliana interrumpiendo el sonido lento y tranquilo de las gotas sobre el auto.

—De nada. —se apresuró a responder Xavier. —Ya casi llegamos.

Juliana lo miró con preocupación, luego vio cómo las gotas caían más tupidamente sobre la calle.

—Dime. —insistió a su novio.

—¿Qué te digo?

—¿De qué te reías?

—De nada, en serio…

Juliana no preguntó más. Se conformó con mirar cómo el agua en el suelo iba formando una corriente, la escena la hizo pensar en varias cosas, entonces Xavier interrumpió:

—Bueno, ¿te acuerdas del día del concierto? De eso me estaba acordando…

—Claro que me acuerdo… y ahora que lo mencionas yo también pensaba en eso… —expresó Juliana. Luego ambos se quedaron callados. Parecía como si el recuerdo de ese día abordara sus mentes al mismo tiempo. Xavier conducía debajo de la lluvia, faltaba menos de cinco minutos para llegar a la Casa de Cultura, pero parecía que el pensamiento hacía que el tiempo pasara más lento…

…si quisieran poner atención a la lluvia notarían claramente cómo las gotas caían al suelo…

Pero las notas de las canciones vibraban en todo el ambiente, Xavier había notado cómo Ronaldo había tomado la mano de Mariana, se preguntaba si él debía hacer lo mismo con Juliana. Toda la gente brincaba al ritmo de la música, algunos gritaban la letra de la canción que sonaba, Juliana movía su cuerpo en total conexión con el ambiente, las gotas resbalaban por su rostro. Xavier entonces bajó la mano derecha y en un acto buscó los dedos de Juliana. Ella al sentir el contacto con la piel de Xavier sonrió y ya con las manos unidas siguieron disfrutando del concierto.

viernes, 23 de julio de 2010

Recuerdo

Eran las cuatro de la tarde, Octavio se asomó a la ventana y observó que el cielo, antes claro, estaba tupido por nubes negras y a punto de romper en lluvia. Hizo una mueca de desagrado, cerró la cortina y se dirigió al armario. Sacó un suéter verde y luego se fue a la cocina:

—Me voy a la escuela, no tardo.

—Se me olvida que los domingos vas a esas cosas de laboratorio… —exclamó su madre con cierta preocupación. —¿Ya llevas suéter? Parece que va a llover feo…

—No te preocupes ma’, no me tardo, tal vez Samuel me traerá en su auto así que… no me mojaré.

La madre esbozó una sonrisa y Octavio salió de su casa. Enfiló hacia la calle próxima, caminaba despacio e incluso con cierta alegría, no podía creer que él mismo estuviera llevando a cabo un plan tan absurdo. Movió la cabeza tratando de cambiar la palabra absurdo por otra que sonara menos tonta, pero no la halló. Pronto tomó el transporte y se dirigió a la escuela.

Mientras el autobús recorría la carretera llena de baches con una velocidad sorprendente, Octavio, tratando de no agitarse tanto ante el movimiento del vehículo, miraba por la ventana. Aún no llovía. Las casas pasaban frente a él rápidamente, iluminadas por los tonos oscuros del panorama, era un ambiente gris y hasta triste, pero Octavio sintió un jaloneo al pasado, como si antes ya hubiera pensado que aquello era gris y triste… pero que en realidad era cálido y agradable.

Por un momento cerró los ojos tratando de revivir por completo el recuerdo que le hacía sentirse extrañamente emocionado, notaba cómo en su mente las ráfagas de pensamientos le golpeaban las paredes cerebrales y sintió mareo. Abrió los ojos, el autobús se movía imparable ante el horroroso camino.

—Maldita carretera. —murmuró con molestia.

Nuevamente cerró los ojos, no sin antes tratar de acomodarse bien en el asiento, la carretera casi destruida estaba a punto de terminar y le esperaba una media hora de recorrido sobre una autopista bien construida y sin rastro de baches, podría entonces dedicarse por completo a recordar.

Ahí estaba él, de doce años, tocando la puerta de la casa de Ana. Minutos después la niña de mirada melancólica abrió y se quedó sorprendida al ver frente a ella a Octavio.

—¿Ocurre algo? —preguntó la chica con su voz inconfundible, una mezcla de canturreo serio, pero con tonos vivos.

—Caty me dijo que la clase de piano de Juliana empezaba a las dos de la tarde y es mentira… fui a la Casa de Cultura y no había nadie… —se quejó Octavio recargándose en la pared.

Ana sonrió, luego mirando a Octavio hizo una pregunta harto obvia:

—¿Quieres ver a Juliana?

—¡Por supuesto! —exclamó Octavio. —Pero ahora resulta que no sé a qué hora es su clase, sé que tiene clase hoy, pero no tengo ni idea de su horario…

—Y ¿por qué no le preguntaste a ella? —preguntó Ana con cierta incredulidad.

—Porque quería darle una sorpresa… anda Ana, tú debes saber… ¿a qué hora es su clase?

—¿Yo? Pero yo… —Ana se quería desligar del asunto, sabía bien la hora del curso de Juliana porque alguna vez había conversado con ella, pero no quería ayudar a Octavio o si no Caty le retiraría la palabra… perder la amistad de Caty era perder casi todo… —Yo no sé a qué hora es.

Octavio se sentó triste en el suelo… vio hacia arriba, el cielo, azul antes, comenzaba a llenarse de nubes.

—¿Qué haré? Deseaba tanto poder ir a ver a Juliana y ver cómo toca el piano…

Ana se quedó parada, luego emitiendo un suspiro dijo:

—Bien, te diré, pero por favor no le digas a Caty que yo te ayudé… la clase de Juliana empieza a las cinco…

—¡Gracias Ana! —exclamó Octavio con alegría dando un abrazo sorpresivo a la chica, ella también sonrió: —¿Qué hora es? Son casi las cuatro… voy de una vez, igual y la veo antes de que entre.

El Octavio de doce años caminó con una enorme sonrisa en su rostro decidido a encontrarse con su novia Juliana, lo acompañaba el cielo gris, tal vez llovería pero eso no le importaba…

El vehículo frenó de repente…

—¡Estúpido! ¡No te metas! —injurió el chofer tocando frenéticamente el claxon a un automóvil que iba delante de él. —¡Fíjate idiota!

Las palabras sobresaltaron a los pasajeros, en especial al Octavio de veinte años que sintió estremecerse por completo, una vez que el susto pasó se sintió molesto con el hombre gordo y grosero que conducía el autobús. Miró una vez más por la ventana…

…aún no llovía, parecía que las nubes esperaban algo, no dejaban caer toda el agua, había un panorama gris y triste…

Juliana cerró la cortina de su habitación y acercándose a Xavier le dijo:

—Bien, ya acabé de escombrar esto, ¿me vas a llevar a algún lado?

—¿A dónde quieres ir?

—Hmm, tal vez sea bueno ir a casa de Otto…

—¿Otto? ¿Y a qué? —preguntó Xavier sorprendido, Otto era el mejor amigo de Juliana y de hecho se llevaba bien con él, pero siempre que Juliana iba a verlo era para contarle cosas relacionadas con… Octavio…

—Pues nada más, tengo ganas de tocar el piano… y él tiene uno… —declaró Juliana sentándose en una de las sillas rojas que tenía en su habitación.

—¿Por qué de pronto te dieron ganas de tocar el piano?

—Me gusta tocar el piano cuando llueve…

—Pero si no está lloviendo…

—Pero cuando lleguemos a casa de Otto las gotas caerán estrepitosamente que acompañarán con su melodía mis notas en el piano…

Xavier sonrió. Vio cómo el rostro de Juliana parecía una melodía, su boca las notas suaves, y sus ojos las notas vivas, las que le daban color a la pieza.

—¿Qué? —preguntó ella percatándose de la mirada de Xavier.

—Nada, si quieres vamos a casa de Otto… —resolvió Xavier levantándose de su asiento, tomó la chaqueta y abrió la puerta del cuarto de Juliana. Ella lo miró complacida, se acercó y le dio un cálido beso en los labios. Salieron a la calle. El día estaba frío…

…gris, casi sin sentido, el aire soplaba en la nuca y se sentía estremecer todo el cuerpo, pero la lluvia aguantaba, parecía esperar que todas las personas estuvieran en las calles para que pudiera mojarlas por completo…

Octavio caminaba ya hacia la escuela, había alejado con trabajos aquel recuerdo en que, con doce años, caminaba también bajo un panorama frío y gris. Esta vez iba hacia la universidad, aquella ocasión se dirigía hacia la Casa de Cultura, en donde Juliana tomaba clases de piano. Buscó con la mirada algún rastro de Samuel, pero no vio nada, así que se metió a la cafetería escolar, atento con la mirada en la puerta de entrada por si su amigo llegaba. Justo cuando cruzó la puerta de la cafetería…

…un relámpago iluminó el cielo y menos de diez segundos después el trueno estremeció el ambiente…

Juliana se tapó los oídos, sólo sus ojos pudieron observar cómo las nubes parecían ser enormes monstruos a punto de romper en llanto cuando la luz del relámpago las atravesó.

—Lloverá feo. —dijo Xavier conduciendo con precaución. —No sabía que te daban miedo los truenos… —agregó mirando cómo su novia apretaba los dedos contra sus oídos.

—No me dan miedo… —expresó Juliana poniendo las manos en su regazo luego de que el estruendo hubiera pasado. —Es sólo que… me trae muchos recuerdos…

martes, 20 de julio de 2010

Joan se levantó de inmediato yendo hacia Octavio, lo tomó del hombro y lo sacó del salón.

—¿Qué te pasa? —se quejó Octavio tratando de sostener en sus manos el almuerzo.

—Juliana sí quiere andar contigo… —soltó Joan preso de una extraña emoción.

—Ajá, qué novedad. —dijo Octavio desanimado mientras daba una enorme mordida al sándwich que llevaba.

—No, es en serio, creo que ya debemos terminar con la ley del hielo.

—¡Pe-g-ro apenash la ini-g-ciamos! —exclamó Octavio con la boca llena de comida.

—Lo sé… pero mírala… —dijo Joan señalando a Juliana, ella estaba tratando de ignorarlos por completo y mientras hacía bolitas de papel. —Se ve tan afectada…

Octavio siguió mirándola. Juliana iba peinada de una nueva forma, él esbozó una sonrisa, se supone que tendría que llevar el cabello suelto, pero ella se esforzó en peinarse…

—Entonces… ¿tengo que decirle? —susurró comenzando a sentir de nuevo el jaloneo del nerviosismo.

—Sí, pero no ahorita, el receso está a punto de terminar. —sugirió Joan y al acto la chicharra que anunciaba el fin de la pausa sonó. En menos de dos minutos todos se amontonaron para entrar al salón, les tocaba Geografía.

Mientras la profesora hablaba algo sobre las montañas de occidente, Juliana volteó a ver a Fabiano, por un segundo su mirada se cruzó con la Octavio, ambos se pusieron nerviosos.

—¿Juliana? —preguntó Fabiano notando la perturbación de su amiga.

—¿Sí? Ah… este… ¿adivina qué me acaba de pasar?

Y entonces Juliana comenzó a relatarle a su amigo cómo Joan se había acercado a ella y cómo le había asegurado algo casi imposible.

—¿Y le creíste? ¿Piensas que Octavio se te declarará hoy? ¿Qué hay con eso de hacerse la difícil? —cuestionó Fabiano con raro tono.

—Pues ¿no tú me dijiste que debía ceder un poquito?

—Yo nunca dije eso.

—Pues eso te entendí y… además no creo que Octavio me diga nada… es tan tímido…

Dicho eso Juliana volvió a voltearse. Octavio había aguzado lo más posible su oído para escuchar la conversación de Juliana con Fabiano, pero pudo entender muy poco. Miró a Joan y éste a la vez le pasó un papelito.

Dile a Juliana que la verás en la cancha de fútbol a la hora de Educación Física.

Octavio frunció el entrecejo. Luego arrancó una hoja de papel y escribió torpemente:

Hola Juliana, me preguntaba si puedo hablar contigo en la cancha de fútbol, hoy durante la clase de Educación Física.

Dobló cuidadosamente el papel y pidió a la chica que estaba frente a él que lo pasara a Juliana. La niña tomó el papelito y se lo dio a su vez a Fabiano quien, al darse cuenta de quién provenía, dudó algunos segundos en entregarlo a Juliana, pero al final su sentido de amistad cedió.

—Toma. —susurró pasando el papel con una goma.

—¿Qué es esto? —preguntó la chica, pero al desdoblarlo supo la respuesta. Enseguida contestó:

Sí, ahí nos vemos.

Fabiano intuyó la respuesta por la enorme sonrisa que Juliana tenía dibujada en los labios y sintió dentro de sí una tristeza inexplicable. Octavio leyó el papelito. Joan le hizo una seña de que debía relajarse y eso es a lo que se dedicó Octavio. A respirar y relajarse. Geografía terminó y todos salieron a las canchas de básquetbol, era el inicio de Educación Física. Mientras todos se sentaban a esperar al profesor, Joan y Octavio se desviaron hacia las canchas de fútbol. Juliana los alcanzó minutos después.

Vio de lejos que Octavio estaba recargado en uno de los postes de la portería, Juliana sintió mariposas en el estómago, luego notó que Joan caminaba hacia ella.

—Bueno, yo me voy, ahí los dejo. —susurró el chico al pasar a su lado.

Juliana sonrió y continuó caminando hacia Octavio. Una vez que llegó se recargó en el otro poste de la portería, tenía frente a sí el enorme campo de fútbol, oía desde lejos cómo sus compañeros comenzaban a hacer ejercicio, seguramente el profesor ya habría llegado.

—Hola. —Octavio rompió al fin el silencio.

—Hola. —respondió Juliana divertida, volteó hacia donde se encontraba el chico y se dio cuenta que él ya había caminado tres pasos al lado de ella.

—¿Cómo estás? —preguntó Octavio con un valor increíble, por primera vez no se ponía nervioso, ni su rostro se veía ruborizado, hasta sonaba seguro.

—Bien, ¿y tú?

—Igual…

En ese momento los dos se quedaron callados. Juliana comenzó a sentirse extrañamente nerviosa, comenzó a pensar que hubiera sido mucho más sencillo si Joan se hubiera quedado, y en ella surgieron todos los síntomas de Octavio, las manos sudadas, el rostro rojo, el corazón a mil por hora…

—Yo… —soltó Octavio. —Yo… bueno, es que…

Juliana con trabajos entendía lo que decía Octavio, lo miró fijamente, era más alto que ella, y así, sin la sudadera del uniforme se veía realmente bien. Quiso irse corriendo, ¿qué rayos estaba haciendo? Caminó dos pasos.

—Espera… —pidió Octavio. —No te vayas, por favor.

—No… no me iba… —se apresuró a responder ella con la voz atascada.

—Bueno ya… —se escuchó claramente cómo Octavio reunió de un solo jalón el aire suficiente y soltó con energía. —¿Quieres ser mi novia?

Juliana sonrió. Luego volvió a recargarse en el poste de la portería. Octavio se paró frente a ella.

—¿Cómo ves? —preguntó el chico observando los ojos de Juliana.

—¡Oigan! ¡Ya están pasando lista! —gritó Joan desde el patio de básquetbol.

Inmediatamente los dos reaccionaron. Juliana iba a comenzar a correr pero Octavio le cerró el paso.

—Dime tu respuesta.

Ella volvió a sonreír. Lo miró menos de un segundo, enseguida lo tomó de la mano y lo jaló para que ambos echaran a correr. Octavio se quedó paralizado, los dedos de Juliana estaban entrelazados con los de él.

—¿Esto es un sí?

—Yo no he dicho nada. —dijo Juliana corriendo y con voz agitada.

—Dímelo. —pidió de nuevo Octavio.

Ambos corrieron hasta llegar a la cancha de básquetbol, llegaron justo a tiempo para que Juliana pudiera decir presente. Luego comenzaron a jugar, pero Octavio, decidido a obtener una respuesta abrazó a Juliana y en medio de la sorpresa de todos, le dijo:

—Dime. —Juliana poco a poco fue correspondiendo el abrazo y dijo con voz suave y clara:

—Claro que sí.